APRENDIENDO LA OBEDIENCIA A TRAVES DEL SUFRIMIENTO

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Texto bíblico tomado de la Santa Biblia, Nueva Versión Internacional, © 1999 por la Sociedad Bíblica Internacional

Traducción de Carmen Alvarez


Porque el Señor disciplina a los que ama, y azota a todo el que recibe como hijo. Lo que soportan es para su disciplina, pues Dios los está tratando como a hijos. ¿Qué hijo hay a quien el padre no disciplina? (Hebreos 12:6-7—NVI)

Nosotros los Cristianos sufrimos muchas tribulaciones y dolores durante el transcurso de nuestro discipulado. Encontramos consuelo en saber que cuando estamos sirviendo al Señor diligentemente, nuestros problemas no ocurren por casualidad, ni es hostigamiento sin sentido, sino que son la mano disciplinadora del Señor.

Somos los hijos de Dios. Dios es nuestro Padre. Dios nos está enseñando a obedecer –a obedecerle perfectamente a Él. Dios no tolerará desobediencia en ninguno de sus hijos.

El rey Saúl perdió su trono por la desobediencia. El Señor le había ordenado a Saúl destruir totalmente a los Amalecitas y todo su ganado. Pero Saúl perdonó a Agag, el rey de los Amalecitas, además de lo mejor de su ganado.

Cuando el profeta Samuel vino, Saúl le echó la culpa a la gente. Saúl protestó que la gente había dejado a los animales con vida para sacrificarlos al Señor.

Pero Samuel le dijo que la obediencia es más importante que el sacrificio:

Samuel le respondió:

¿Qué le agrada más al SEÑOR: que se le ofrezcan holocaustos y sacrificios, o que se obedezca lo que él dice? El obedecer vale más que el sacrificio, y el prestar atención, más que la grasa de carneros. La rebeldía es tan grave como la adivinación, y la arrogancia, como el pecado de la idolatría. Y como tú has rechazado la palabra del SEÑOR, él te ha rechazado como rey. (1 Samuel 15:22,23-NVI)

Lo mismo sucede hoy. Hay muchos que están alabando a Jesús y llamándolo “Señor, Señor”, pero no están haciendo lo que Él les dice. No son obedientes a Dios pero están esperando que sus alabanzas al Señor compensen su desobediencia.

Una alabanza ferviente y entusiasta es una de las actividades más importantes de una asamblea de santos. Una alabanza ferviente es necesaria si vamos a complacer al Señor. Pero una obediencia estricta, tanto a Su Palabra escrita como a su dirección específica y personal, es más importante aun que la alabanza.

La obediencia al Padre es en lo que se basa el Reino de Dios. El Reino de Dios se manifiesta al hacer la voluntad de Dios en la tierra así como en el Cielo.

La obediencia debe de ser aprendida, y sólo puede ser aprendida a través del sufrimiento.

La vida sobre la tierra es un tiempo difícil. Es un periodo de prueba. La lección principal que aprendemos sobre la tierra es el conocimiento del Santo, esto es, confianza total en la fidelidad de Dios y obediencia a Su voluntad. El resultado de la confianza y de la obediencia es la Presencia de Dios, que es la única santidad verdadera.

La iniquidad puede ser quitada de nuestra personalidad en un momento, ya sea que estemos sobre la tierra o en el reino espiritual.

Así que el ángel les dijo a los que estaban ahí, dispuestos a servirle: “¿Quítenle las ropas sucias!” Y a Josué le dijo: “Como puedes ver, ya te he liberado de tu culpa, y ahora voy a vestirte con ropas espléndidas.” (Zacarías 3:4-NVI)

Pero aparentemente solo durante la vida sobre la tierra pueden ser formados en el alma el conocimiento del Santo, confianza perfecta en y obediencia al Padre.

El Mesías Señor Jesús es Descendiente de Dios. El Mesías está lleno del Padre. Él es el Verbo desde la eternidad. Él siempre hace la voluntad del Padre. Su Espíritu y Su Carácter son perfectos. Él es la Imagen manifestada de la Persona del Padre.

Sin embargo, aun Jesús tuvo que aprender obediencia a través del sufrimiento durante Su vida sobre la tierra.

Aunque era Hijo, mediante el sufrimiento aprendió a obedecer; (Hebreos 5:8-NVI).

Si Jesús, quien es muy superior a nosotros en todos los aspectos, tuvo que aprender la obediencia a través de sufrir sobre la tierra, cuanto más nosotros que estamos perdidos en nuestros pecados y nuestra rebelión tenemos que ser continuamente disciplinados. Se nos manda tribulación tras tribulación. Nuestro Padre Celestial nos está disciplinando. Él nos está enseñando la obediencia a Él.

Existen tres principales dominios de desobediencia en el creyente: el amor al mundo, al amor al pecado, y el amor a uno mismo. Los tres amores están dentro de nosotros, y es por esto que cada uno de nosotros es sumamente rebelde en contra de nuestro Padre Celestial. Dios trata con cada una de estas tres áreas usando el método del sufrimiento.

El amor al mundo que está dentro de nosotros nos presiona continuamente a desobedecer al Señor. El mundo nos llama con una voz fuerte y tentadora. El mundo proyecta a nuestras mentes un futuro elegante lleno de encantos de todo tipo. Pero es el llamado de una Sirena invitándonos a las rocas de la destrucción, a los huesos descoloridos de aquellos que han sucumbido antes que nosotros.

Jesús nos ordena a través del Apóstol Juan:

No amen al mundo ni nada de lo que hay en él. Si alguien ama al mundo, no tiene el amor del Padre. (1 Juan 2:15—NVI)

¡Pero muchos encuentran la obediencia al Mesías tan difícil y al mundo tan atractivo!

Por esto, Dios derrama tribulación sobre nosotros para que no seamos condenados con el mundo.

Yo les he dicho estas cosas para que en mí hallen paz. En este mundo afrontarán aflicciones, pero ¡anímense! Yo he vencido al mundo. (Juan 16:33—NVI)
Pero si nos juzga el Señor, nos disciplina para que no seamos condenados con el mundo. (1 Corintios 11:32—NVI)

Nota como el Señor nos llama a Él, “para que en mí hallen paz”. En el mundo tendremos tribulaciones pero en Jesús hallaremos paz.

La naturaleza humana nos aleja de lo que es doloroso y busca el gozo y la paz. Cuando nos manda tribulación, Dios ocasiona que nos alejemos del mundo y que encontremos reposo en Su Hijo. Aprendemos obediencia a través de las cosas que sufrimos.

¿Debemos de casarnos? ¿Debemos de trabajar en el mundo? ¿Debemos de participar en el mundo? Muchas veces es la voluntad de Dios que nos casemos y que participemos en el mundo.

Pero entonces encontramos dificultades en la carne. Hay incompatibilidad. Hay ansiedad. Hay ese jefe que es perverso. Nuestro Edén está plagado de hierba, mosquitos, y serpientes. ¡Problemas!

¿Cuál es el propósito de los problemas que continuamente experimentamos en el mundo? Estos dolores y temores nos disciplinan, nos enseñan obediencia al Padre, y echa fuera de nosotros el amor al mundo. Este mundo no es nuestro reposo, y Dios nos recuerda ese hecho cada día.

La doctrina actual que a través de la “fe” podemos escapar de las tribulaciones que Dios nos envía son una abominación. Es del Profeta Falso. Es completamente contrario a las Escrituras, y busca destruir el programa de redención.

Cuando estamos enfermos, o afligidos de cualquier otra manera, debemos de orar y buscar a Dios usando la fe y la confianza que Él nos proporciona. En muchas ocasiones el Señor sana nuestras enfermedades y nos libera de nuestros problemas. Todo santo con experiencia sabe que esto es verdad. Ir al Señor en nuestra hora de necesidad sí está en las Escrituras.

Pero creer que si tenemos fe nunca vamos a pasar por sufrimientos o enfermedades no está en las Escrituras. Es el espíritu del Profeta Falso intentando hacer hincapié en la felicidad y el bienestar inmediato de las personas a costa de la voluntad de Dios para ellos, a costa del progreso de hacer la voluntad de Dios en la tierra, a costa de traer la luz de Dios a las naciones de la tierra, a costa del gozo y de la bendición eterna del creyente quien está siendo seducido por esta enseñanza humanista.

El Señor Jesús sufrió mucho en el mundo y es un ejemplo para nosotros. Debemos de compartir Sus sufrimientos si hemos de experimentar el poder de Su resurrección.

El amor al mundo está dentro de nosotros, causando desobediencia. También, el amor al pecado habita en nuestra carne.

Y si hago lo que no quiero, ya no soy yo quien lo hace sino el pecado que habita en mí. (Romanos 7:20—NVI)

Dios causa que nosotros nos alejemos de nuestros pecados mandando fuertes sufrimientos sobre nosotros.

Por tanto, ya que Cristo sufrió en el cuerpo, asuman también ustedes la misma actitud; porque el que ha sufrido en el cuerpo ha roto con el pecado, (1 Pedro 4:1—NVI)

Si cometemos actos de lujuria, o de codicia, o de violencia, o de embriaguez, o de hechicería juicio Divino descenderá sobre nosotros y sobre nuestro pecado. Quizá nos enfermemos gravemente, o perdamos nuestro trabajo, o lastimemos a alguien, o acabemos en la cárcel. Quizá caiga alguna calamidad en nuestro hogar. Quizá perezcamos antes de que la obra que nos es asignada se haya completado.

Por eso hay entre ustedes muchos débiles y enfermos, e incluso varios han muerto. Si nos examináramos a nosotros mismos, no se nos juzgaría; pero si nos juzga el Señor, nos disciplina para que no seamos condenados con el mundo. (1 Corintios 11:30-32—NVI)

Dios nos está enseñando obediencia. Dios no quiere que seamos conformados ni a este mundo, que es del diablo, ni al pecado; así que Él nos manda dolor continuamente –suficiente dolor, temor, perplejidad, y pesar para que vivir una vida de rectitud, santa y obediente se vuelva preferible a pecar.

No había pecado morando en la carne de Jesús el Mesías. Él no tenía que aprender comportamiento de rectitud. Pero Él tomó para Sí mismo nuestros pecados y sufrió la terrible penalidad.

Sin embargo, nosotros estamos aprendiendo a través del sufrimiento los caminos apacibles de la justicia.

Aquel que obedezca a Dios debe, a través de la gracia de Mesías, de obtener la victoria sobre el amor al mundo y el amor al pecado. Finalmente, el amor a uno mismo debe de ser vencido. El amor a uno mismo y la confianza en uno mismo pueden ser los aspectos de rebeldía más profundos y resistentes en contra de Dios. Quizá sea en esta área que aun el poderoso Mesías tuvo que aprender la obediencia a través del sufrimiento.

El mundo y el pecado son obviamente malos. Aun los que no son salvos pueden comprender que mucho de lo que se practica es perverso y destructivo, siendo contrario a la ley de la conciencia que mora en cada persona.

Pero el amor a uno mismo no siempre es considerado como perverso y hostil hacia Dios. Ni el mundo, ni la mayoría de los creyentes Cristianos entienden el monstruo de maldad acechando en la caverna del amor a uno mismo. Quizá es verdad que el amor a uno mismo es una serpiente aun más horrible que el mundo y el pecado juntos.

El individuo que es libre del amor a sí mismo está muy adelantado en el camino hacia el corazón del Padre.

Ya que el amor a uno mismo es la forma de rebelión más maliciosa de todas, y la más firmemente atrincherada en la personalidad humana, también es verdad que los sufrimientos que se requieren para echarlo fuera, para limpiarlo del alma, son los más intensos, son las tribulaciones más fuertes que el creyente experimenta.

Hay en las Escrituras dos tremendas pero majestuosas descripciones de Dios tratando con el amor a uno mismo. Uno se encuentra en el Antiguo Testamento y el otro en el Nuevo Testamento. Uno sucedió en la tierra de Moria y el otro en Getsemaní –ambos dentro de los límites de Jerusalén.

Dios “probó” a Abraham en el área del amor propio, voluntad propia, y confianza en sí mismo. Esta prueba no tuvo nada que ver con el mundo ni con el pecado. Sólo tenía que ver con la confianza de Abraham en Dios.

Dios le prometió a Abraham que sus descendientes serían tantos como las estrellas del firmamento y como la arena del mar. Después hizo que Abraham esperara el nacimiento de Isaac durante un cuarto de siglo. ¿Puedes imaginarte la paciencia que se llevaría esperar veinticinco años para algo que se desea tan intensamente?

Finalmente, la promesa se cumplió, como siempre se cumplen las promesas de Dios. La esperanza gloriosa e imposible se volvió carne y hueso. El futuro de Abraham era todo gozo ahora ¿no es así?

Un día, de las tinieblas vinieron las palabras más aterradoras que Abraham jamás había escuchado, o que volvería a escuchar. “Ofrece a Isaac en holocausto.”

Esta fue una prueba perfecta y total del amor propio de Abraham. Toda su alma estaba envuelta en Isaac. Matar a Isaac era matarse a sí mismo.

Si Abraham hubiera rehusado ceder su alma a Dios, ni Abraham ni Isaac hubieran sido los antepasados de Jesús el Mesías. Dios no tolerará desobediencia en Sus hijos –y no se aceptan pretextos.

Las mayores pruebas están reservadas para aquellos cuyos destinos son los más altos. Abraham aprendió obediencia a través del sufrimiento, y se volvió el padre de muchas naciones. Dios disciplina a todo hijo que recibe. Si no estamos siendo disciplinados, Dios no es nuestro Padre. El grado al que estamos sujetos a disciplina depende de nuestro llamado en particular.

Jesús el Mesías está destinado a ser Señor de todo, el Rey de reyes, el Centro de todas las cosas. El amor al mundo no estaba en Él, ni habitó pecado en Su carne.

Pero Jesús el Mesías aprendió obediencia al Padre a través de las cosas que Él sufrió.

Y consumada su perfección, llegó a ser autor de salvación eterna para todos los que le obedecen, (Hebreos 5:9—NVI)

Dios le ha prometido a Jesús las naciones para Su herencia y los confines de la tierra para Su posesión. Los reinos de este mundo serán de Él para hacer con ellos Su voluntad.

Satanás ofreció un atajo a su herencia que Mesías rápidamente rechazó.

Jesús el Mesías fue probado en el desierto. Fue rechazado por sus vecinos. Fue perseguido por los Judíos. Fue acusado falsamente. Sufrió perplejidades, perversidades, pérdida de dignidad, y dolor físico y espiritual.

Pero ninguno de estos se acerca a la agonía que sufrió en Getsemaní.

Los “Getsemaníes” no pueden ser evaluados en cuanto a la intensidad de su dolor excepto por quienes los están experimentando.

Lo enorme del sufrimiento de Jesús se indica en unos cuantos enunciados:

Entonces se le apareció un ángel del cielo para fortalecerlo. Pero como estaba angustiado, se puso a orar con más fervor, y su sudor era como gotas de sangre que caían a la tierra. (Lucas 22:43,44—NVI)

La inigualable fuerza, valor, y obediencia de Mesías son evidentes. Pero ¿qué estaba sucediendo en Su alma que le estaba ocasionando tal excepcional agonía de corazón y de mente?

La prueba era un poco similar al de Abraham. Mesías poseía la plenitud de la Presencia de Dios y la esperanza de una verdaderamente maravillosa herencia. Su futuro estaba ante Él –dorado, glorioso, maravilloso. El sueño que finalizaría todos los sueños.

Ahora, aparentemente, esto le estaba siendo quitado. No sólo el sueño dorado, pero la Presencia misma de Dios. Mesías estaba perdiendo Su salvación, Su vida eterna, Su misma alma.

Los lazos de la muerte me envolvieron. Me enredaron los lazos del sepulcro, y me encontré ante las trampas de la muerte. (Salmos 18:4-5—NVI)

Nosotros decimos, “O, pero sólo fue por unos cuantos días. Mesías sabía que pronto Él sería resucitado de entre los muertos y entraría a Su herencia. La Presencia y la Gloria de Dios le serían restituidos.” ¡En realidad no había motivo para su excepcional agonía!

¿Cómo sabía Mesías que Su congoja era por sólo un corto periodo? ¿De las Escrituras? Nosotros también tenemos las promesas de Dios. ¿Acaso ellas hacen que nuestros “Getsemaníes” sean más soportables?

De hecho, Jesús el Mesías, como también es verdad de nosotros, tuvo que depender totalmente de la fidelidad de Dios. Durante esas horas oscuras en Getsemaní, a Mesías se le estaba pidiendo que le regresara a Dios Su herencia, Su gloria, Su mismísima Vida eterna en la Presencia de Dios. ¿Algún día le sería devuelto? ¿Cómo podía Él estar seguro? Después de todo, Él estaba llevando sobre sí mismo los pecados de todo el mundo.

¿Qué tal si Él hubiera sido condenado a pasar la eternidad entre demonios? Es por esto que el sudor de Jesús el Mesías era como gotas de sangre. Es por esto que un ángel poderoso le fue enviado a fortalecerlo. Mesías estaba siendo cortado fuera de Dios. Él estaba pagando las consecuencias de nuestros pecados. Mesías comprende, como nadie más, la ira de Dios en contra del pecado y la rebeldía.

Este fue el momento de máxima obediencia, la obediencia que invirtió el efecto de la desobediencia de Adán.

Porque así como por la desobediencia de uno solo muchos fueron constituidos pecadores, también por la obediencia de uno solo muchos serán constituidos justos. (Romanos 5:19)

Mesías bebió un trago aterrador de la copa. Al hacerlo, Él rindió Su voluntad al Padre en obediencia absoluta.

Padre, si quieres, no me hagas beber este trago amargo; pero no se cumpla mi voluntad, sino la tuya. (Lucas 22:42)

¡Obediencia! Aprendemos la obediencia a Dios a través de las cosas que sufrimos. Y, como en el caso de Mesías, cuando somos fieles a nuestras prisiones y sufrimientos otras personas son bendecidas.

¿Algún día se acabarán nuestros sufrimientos? Sí, ese día llegará. Tan pronto como seamos perfectamente obedientes ya no habrá necesidad de ser disciplinados.

Y después de que ustedes hayan sufrido un poco de tiempo, Dios mismo, el Dios de toda gracia que los llamó a su gloria eterna en Cristo, los restaurará y los hará fuertes, firmes y estables. (1 Pedro 5:10—NVI)

Somos disciplinados más severamente que el mundo. Recibimos de la mano del Señor el doble por todos nuestros pecados. Pero tan pronto como hayamos “cumplido nuestro tiempo de servicio”, el Señor nos habla con cariño.

Hablen con cariño a Jerusalén, y anúncienle que ya ha cumplido su tiempo de servicio, que ya ha pagado por su iniquidad, que ya ha recibido de la mano del SEÑOR el doble por todos sus pecados. (Isaías 40:2—NVI)

¡Es una bendición pensar que no seremos disciplinados por siempre! Si nos mantenemos fieles, orando en nuestras aflicciones, llegará el momento en que nuestra disciplina terminará. Llegará a su fin.

Dios no estará regañándonos eternamente. Un día caminaremos en justicia, paz, y gozo en el Espíritu Santo.

Mi litigio no será eterno, ni estaré siempre enojado, porque ante mí desfallecerían todos los seres vivientes que he creado. (Isaías 57:16—NVI)

Podemos prolongar nuestros sufrimientos rehusándonos a aprender la obediencia, o podemos hacer más corto el programa siendo rápidos para aprender y rápidos para obedecer.

Pero en ningún caso el justo puede evitar los sufrimientos, ya que la obediencia tiene que estar formada en nosotros tan profundamente y tan perfectamente que Dios podrá confiarnos el poder y la gloria de la era que vendrá.

Debemos, después de mucha tribulación, entrar al Reino de Dios.

(“Aprendiendo la Obediencia a Traves Del Sufrimiento”, 4084-1)

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