EL REGALO DE UNA OPORTUNIDAD

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Texto bíblico tomado de la Santa Biblia, Nueva Versión Internacional. © 1999 por la Sociedad Bíblica Internacional
Traducido por Carmen E. Álvarez

La salvación Cristiana es el regalo de una oportunidad. La vida eterna es el regalo de una oportunidad. Ambas son regalos que no requieren de ninguna acción de nuestra parte. También existen regalos como el de un piano que, si queremos lograr el valor inherente en ellos, requieren de un gran esfuerzo de nuestra parte. La salvación, la vida eterna, la gloria, el gozo, la paz y la redención en Cristo siempre son oportunidades. Lo que hagamos con esa oportunidad determinará si en realidad obtenemos gloria, gozo, y vida eterna.

Dios nos ha dado la oportunidad para alcanzar la vida de resurrección, para lograr un cambio de carácter, de poder, de gloria y de residencia eterna en la nueva Jerusalén, y nos ha dado una eternidad para servir y gobernar en un mundo nuevo de justicia. Y lo mejor de todo, tenemos la oportunidad de llegar a ser hijo de Dios. Cómo respondamos a esta oportunidad, a este “piano”, determinará nuestro papel en el Reino de Dios—en el eterno gobierno Divino que pronto vendrá a la tierra.


EL REGALO DE UNA OPORTUNIDAD

La salvación Cristiana es el regalo de una oportunidad. La vida eterna es el regalo de una oportunidad.

Es importante comprender esto para poder entrar a la salvación que hay en Cristo.

El Apóstol Pablo enseñó que la salvación es “regalo [o dádiva] de Dios” (Efesios 2:8 y otros versículos).

Existen regalos que no requieren de ninguna acción de nuestra parte. Pero también existen regalos que requieren de un gran esfuerzo de nuestra parte si queremos obtener el valor total contenido en ellos.

Podemos observar en la literatura Cristiana consejos como el siguiente: Si alguien te diera un billete de cien dólares y te dice, “tómalo, es un regalo,” lo tomarías, ¿no es así? Entonces, ¿por qué no aceptas el regalo de la vida eterna?

Se asume que el regalo Divino de la vida eterna es como el regalo de un billete de cien dólares. Algunos, a pesar de que los escritos del Nuevo Testamento dicen lo contrario, dicen que una vez que has recibido este regalo de pocas exigencias que nunca te puede ser arrebatado. Que es tu billete para siempre. Que no puedes perderlo.

Esta forma de pensar no sólo no es bíblica, sino que tampoco es verdad en numerosas circunstancias materiales.

Unos cuantos versículos del Nuevo Testamento, especialmente de las Epístolas de Pablo, parecerían apoyar este concepto de que la salvación es un regalo de pocas exigencias. El resto de los escritos del Nuevo Testamento establecen sin lugar a duda que este no es el caso. Nuestra vida Cristiana es obstaculizada cuando asumimos que la salvación es un regalo de pocas exigencias.

El regalo de la salvación, de la vida eterna, lo comprenderíamos mejor si lo comparáramos con el regalo de un piano que con el regalo de un billete de cien dólares. Alguien podría darnos un piano pero no puede darnos la habilidad de tocar el piano. El piano permanecerá un mueble silencioso hasta que estemos dispuestos a pasar años de esfuerzo y disciplina para que música salga de la madera y el acero.

Si se nos regala un piano, se nos da el regalo de una oportunidad de volvernos pianistas. El regalo de la salvación, de la vida eterna, es el regalo de una oportunidad. Dios nos da la oportunidad por medio del Señor Jesucristo de alcanzar la vida eterna.

Cristo es la Vida eterna. La vida eterna no es existencia eterna. Todos los espíritus tienen existencia eterna. Más bien, la vida eterna es la Vida de Cristo. Para poder disfrutar de la Vida de Cristo debemos buscar al Señor diariamente con diligencia y constancia. El regalo que Cristo nos da es el regalo de Sí mismo. Conforme obtenemos a Cristo, obtenemos Vida eterna.

Toda la Gloria de Dios Todopoderoso está en Cristo. Conforme estemos dispuestos a avanzar en Cristo, a morar en Él cada día por medio del Espíritu Santo, pasamos de la vida de corrupción en el cuerpo a una vida incorruptible.

La salvación, la vida eterna, la gloria, el gozo, la paz, la redención en Cristo son siempre una oportunidad. Dios nos da, por medio de Cristo, la autoridad, la sabiduría, y el poder para lograr la salvación, la Vida de Cristo, la gloria, el gozo, la paz, la plenitud de la redención y ser considerados hijos. Lo que hacemos con esta oportunidad es lo que determina si en realidad o no obtenemos gloria, gozo y vida eterna.

La salvación Cristiana no es un regalo de pocas exigencias, es un discipulado. Jesús no dice, “Aquí tienes la vida, tómala.” Lo que Jesús dice es, “Yo soy la vida, sígueme.” Jesús es el “camino” a la vida eterna. Él es la “puerta.” Entramos por medio de Él y luego caminamos por el camino angosto y lleno de presiones que conduce a la vida.

Los Apóstoles, según está escrito en el Libro de Hechos, ponen énfasis en el arrepentimiento. Para poder participar en la salvación Cristiana se nos exige que nos arrepintamos, que nos alejemos del mundo y que nos volvamos los discípulos de Jesús. Los discípulos son los llamados “Cristianos” (Hechos 11:26).

Existe la etapa en la que “solo creemos”. Luego sigue la etapa de ceder nuestra vida por el bien del Evangelio. Ninguna de estas dos acciones es suficiente sin la otra.

Pablo nos enseñó la doctrina de la “imputación” (justicia atribuida) refiriéndose a que Dios nos perdona y nos considera justos, independientemente de la Ley de Moisés, cuando ponemos nuestra fe en el Señor Jesucristo.

Dios recibe al pecador y lo purifica de sus pecados cuando el individuo pone su fe en Cristo y es bautizado en agua. La justicia le es atribuida al pecador sin tener que ganarse la justicia por medio de las obras de la Ley de Moisés.

Sin embargo, lo que no hemos comprendido, es que el perdón y la justicia son lo único que es asignado gratuitamente. Al deducir de la doctrina de Pablo que todos los aspectos de la redención son imputados hemos destruido el programa de la salvación Cristiana.

Realmente la mayoría de los beneficios de nuestra redención no nos son solamente atribuidos. Más bien, se desarrollan en nosotros cuando actuamos en cooperación con la sabiduría y el poder del Espíritu Santo conforme Él nos imparte las cosas de Cristo.

La justicia nos es atribuida siempre y cuando estemos viviendo en obediencia al Espíritu de Dios. Pero la vida eterna no nos es atribuida. El fruto del Espíritu no nos es atribuido. Los dones del Espíritu no nos son atribuidos. Las recompensas del segundo y tercer capítulos del Libro del Apocalipsis no nos son atribuidos. La residencia eterna en la ciudad santa no nos es atribuida. Ser coherederos con Cristo no nos es atribuido.

La idea de que la salvación consiste principalmente de una justicia legalmente atribuida a nosotros está basada en muy pocos versículos de las Escrituras. El siguiente es un buen ejemplo:

Pues ¿qué dice la Escritura? “Le creyó Abraham a Dios, y esto se le tomó en cuenta como justicia.” Ahora bien, cuando alguien trabaja, no se le toma en cuenta el salario como un favor sino como una deuda. Sin embargo, al que no trabaja, sino que cree en el que justifica al malvado, se le toma en cuenta la fe como justicia. (Romanos 4:3-5NVI)

El argumento de Pablo está basado en Génesis 15:6 donde el Señor le atribuyó justicia a Abraham porque Abraham creyó una increíble promesa con respecto al número de sus descendientes. El concepto de la gracia está apoyado también en el hecho de que el Señor llamó a Abraham a salir de Ur de los Caldeos según el consejo y el conocimiento previo de Dios, independientemente de las obras de justicia por parte de Abraham.

La razón de Pablo en poner énfasis en la justicia imputada, en los primeros capítulos de la Carta a los Romanos, es esencial para comprender correctamente estos pasajes. Pablo estaba resistiendo las enseñanzas de los Judaizantes (Romanos 7:1) quienes estaban insistiendo que los conversos Cristianos deberían obedecer la Ley y los ritos de Moisés.

Ahora bien, cuando alguien trabaja, no se le toma en cuenta el salario como un favor sino como una deuda. (Romanos 4:4NVI)

“Cuando alguien trabaja.”

Nosotros los Gentiles hemos interpretado “trabaja” como vivir con rectitud y justicia. Pero Pablo no estaba contrastando la fe y el comportamiento justo. Pablo nunca haría eso porque las obras de la justicia son la vida de la fe. La fe sin comportamiento justo está muerta.

Abraham no estaba regido bajo la Ley de Moisés. “Trabajar” aplicado a Abraham significaría algún tipo de esfuerzo religioso por parte de Abraham para ganarse el favor de Dios. Dios sí requirió comportamiento justo de parte de Abraham, y más adelante en su vida un acto de suprema obediencia en el ofrecimiento de Isaac.

Cuando Abram tenía noventa y nueve años, el SEÑOR se le apareció y le dijo:—Yo soy el Dios Todopoderoso. Vive en mi presencia, y sé intachable. (Génesis 17:1—NVI)

Pablo en sus escritos distingue entre la fe en Cristo y la adherencia a la Ley de Moisés—una adherencia bajo el poder de la voluntad humana en lugar de por la unión con la Naturaleza de Cristo. El malentendido que se tiene de que Pablo estaba contrastando creer en Cristo con comportamiento santo es la razón por la ilustración de la salvación como el “billete de cien dólares”.

Si los escritos del Nuevo Testamento consistieran sólo de Romanos, Capítulos Dos al Cinco, y si fuéramos a interpretar el uso que Pablo hace del término “trabaja” como vivir en justicia, santidad y obediencia a Dios (en lugar de interpretarlo como obedecer la Ley de Moisés, intentando lograr la justicia por sus propios esfuerzos), tendríamos un buen caso para creer que nuestra salvación consiste sólo del perdón y de una justicia imputada.

Pero Pablo, entendiendo el peligro de malentender su propia doctrina y la posibilidad de que algunos sugerirían “Hagamos lo malo para que venga lo bueno” (Romanos 3:8), inmediatamente dijo: “¿Qué concluiremos? ¿Vamos a persistir en el pecado, para que la gracia abunde?” (Romanos 6:1).

El sexto capítulo de Romanos revela que el regalo de la salvación es el regalo de una oportunidad para lograr la vida duradera. No es un regalo sin exigencias.

Pablo está haciendo una simple declaración en el sexto capítulo de la Carta a los Romanos. Está diciendo que ahora que hemos recibido a Cristo tenemos la autoridad y la habilidad para elegir vivir en justicia. Si elegimos obedecer la justicia lograremos vida eterna. Pero si nosotros, después de haber recibido a Cristo y de ser bautizados en agua, elegimos obedecer la injusticia, entonces cosecharemos muerte espiritual.

Romanos 6:23 frecuentemente es usado para apoyar el concepto de la salvación como el “billete de cien dólares”. En realidad, Romanos 6:23 es la conclusión de un argumento que contradice completamente este concepto. Romanos 6:23 está testificando que si nosotros los Cristianos escogemos ceder nuestros cuerpos como instrumentos de injusticia para pecar entonces cosecharemos la paga del pecado. El creyente que, después de haber recibido a Cristo, sigue sirviendo la injusticia, morirá espiritualmente.

Romanos 6:23 no está dirigido a los que no son Cristianos, aunque el pecado resulta en muerte espiritual sea Cristiano o no un individuo. Más bien, el propósito de Romanos 6:23 es balancear el énfasis extremo que Pablo, en los primeros capítulos de Romanos, había puesto en recibir justicia por creer en el Señor Jesús. La clave para comprender Romanos 6:23 está en Romanos 6:1,2.

¿Qué concluiremos? ¿Vamos a persistir en el pecado, para que la gracia abunde? ¡De ninguna manera! Nosotros, que hemos muerto al pecado, ¿cómo podemos seguir viviendo en él? (Romanos 6:1,2NVI)

Las Escrituras mismas dicen que la doctrina de Pablo es fácil de malinterpretar y que los creyentes ignorantes e inconstantes pueden distorsionar los escritos de Pablo para su propia perdición. Esto es lo que ha sucedido en las iglesias de ésta época.

Por eso, queridos hermanos, mientras esperan estos acontecimientos [los eventos que sucederán al término de la Era del Reinado de los mil años] esfuércense [la cooperación del hombre con Dios] para que Dios los halle sin mancha y sin defecto, y en paz con él. Tengan presente que la paciencia de nuestro Señor significa salvación [la paciencia de Dios con la humanidad, dirigiendo a todos hacia el arrepentimiento], tal como les escribió también nuestro querido hermano Pablo, con la sabiduría que Dios le dio. En todas sus cartas se refiere a estos mismos temas. Hay en ellas algunos puntos difíciles de entender, que los ignorantes e inconstantes tergiversan [distorsionan], como lo hacen también con las demás Escrituras, para su propia perdición. (2 Pedro 3:14-16NVI)

Tanto Pablo como Pedro advirtieron que la doctrina de la imputación puede ser interpretada incorrectamente. La doctrina de la justicia imputada de Pablo puede ser distorsionada como para que la salvación Cristiana signifique un regalo con pocas exigencias que no requiere de ninguna acción de nuestra parte para lograr los valores contenidos en él. El Apóstol Santiago sintió la necesidad de advertirle al rebaño del Señor que la fe verdadera en Cristo se expresa en acción

Observa la respuesta de Santiago a la distorsión de la doctrina de justicia imputada: “¡Qué tonto eres! ¿Quieres convencerte de que la fe sin obras es estéril [está muerta]?” (Santiago 2:20)

¿Qué haría que Santiago hiciera esta pregunta? Es obvio que algunos de los maestros Cristianos estaban poniendo demasiado énfasis en la doctrina de Pablo de la justicia imputada. El Espíritu Santo en Santiago señaló el peligro de depender en el tipo de fe que no es para nada verdadera fe bíblica sino un entendimiento mental de los hechos de teología.

La fe verdadera siempre reconoce que la redención Cristiana es una oportunidad para la gloria. La salvación nunca nos es entregada sin tener una fe verdadera, la fe que obra por medio de la obediencia a la Palabra escrita y a la Palabra de Dios revelada personalmente.

La salvación siempre es una oportunidad, un acceso, una autoridad, una invitación a beber de la Virtud de Cristo. Debemos pedir y seguir pidiendo. Debemos buscar y seguir buscando. Debemos llamar a la puerta y seguir llamando.

En el Reino de Dios existen tiempos de descanso y de restauración (Hechos 3:19-21). Dependerá de nosotros el que actuemos con fe mientras las aguas estén agitadas, por así decirlo. Si lo hacemos obtendremos la gloria del Reino de Dios. Si no lo hacemos la gloria nos pasará de largo. Nuestro destino está determinado por cómo respondamos a la invitación del Señor.

Cuando recibimos al Señor Jesucristo, poniendo nuestra fe y confianza en Él para la salvación, la justicia nos es atribuida por el Señor. Además, nos es abierta la puerta a la vida eterna y a la gloria eterna. Cuanta vida y gloria eternas obtendremos dependerá de la fe y la diligencia que apliquemos a buscar el Reino de Dios y Su justicia.

La vida eterna no nos es atribuida sino que debe ser alcanzada.

Pelea la buena batalla de la fe; haz tuya la vida eterna, a la que fuiste llamado y por la cual hiciste aquella admirable declaración de fe delante de muchos testigos. (1 Timoteo 6:12NVI)
El
[creyente] que siembra para agradar a su naturaleza pecaminosa, de esa misma naturaleza cosechará destrucción; el que siembra para agradar al Espíritu, del Espíritu cosechará vida eterna. (Gálatas 6:8NVI)
Pero ahora que han sido liberados del pecado y se han puesto al servicio de Dios, cosecharán la santidad que conduce a la vida eterna. (Romanos 6:22
NVI)
Lo he perdido todo a fin de conocer a Cristo, experimentar el poder que se manifestó en su resurrección, participar en sus sufrimientos y llegar a ser semejante a él en su muerte. Así espero alcanzar la resurrección de entre los muertos. (Filipenses 3:10,11
NVI)

El fruto del Espíritu no nos es atribuido sino que debe ser madurado con paciencia.

Precisamente por eso, esfuércense por añadir a su fe, virtud; a su virtud, entendimiento; al entendimiento, dominio propio; al dominio propio, constancia; a la constancia, devoción a Dios; a la devoción a Dios, afecto fraternal; y al afecto fraternal, amor. Porque estas cualidades, si abundan en ustedes, les harán crecer en el conocimiento de nuestro Señor Jesucristo, y evitarán que sean inútiles e improductivos. (2 Pedro 1:5-8NVI)

Debemos cooperar con el Espíritu Santo hasta que estas virtudes abunden en nosotros. De otra manera, corremos el riesgo de ser “inútiles e improductivos” en el conocimiento de Cristo.

La vida eterna, la resurrección de los muertos, el fruto del Espíritu, que es la imagen moral de Cristo (aquello para lo que hemos sido predestinados—Romanos 8:29), todas son oportunidades. Nuestra herencia en el Señor Jesús no puede ser recibida sin que constantemente la estemos buscando.

Me buscarán y me encontrarán, cuando me busquen de todo corazón. (Jeremías 29:13—NVI)
No es que yo lo haya conseguido todo, o que ya sea perfecto. Sin embargo, sigo adelante esperando alcanzar aquello para lo cual Cristo Jesús me alcanzó a mí. (Filipenses 3:12—NVI)

Tampoco los dones del Espíritu nos son atribuidos. Nos son dados individualmente, y luego tenemos la responsabilidad de usarlos con sabiduría y diligencia.

A cada uno se le da una manifestación especial del Espíritu para el bien de los demás. (1 Corintios 12:7NVI)
Por eso te recomiendo que avives la llama del don de Dios que recibiste cuando te impuse las manos. (2 Timoteo 1:6—NVI)
Y a ese siervo inútil échenlo afuera, a la oscuridad, donde habrá llanto y rechinar de dientes. (Mateo 25:30
NVI)

Las recompensas de los Capítulos Dos y Tres del Libro del Apocalipsis, que son elementos de la primera resurrección de los muertos, no nos son atribuidos legalmente. Más bien, nos son dados en base a que vencemos el amor al mundo, el amor al pecado y el amor a nosotros mismos.

Hablando a las iglesias, a los candelabros del Testimonio Divino:

A los hijos de esa mujer los heriré de muerte. Así sabrán todas las iglesias que yo soy el que escudriña la mente y el corazón; y a cada uno de ustedes [Cristianos] lo trataré de acuerdo con sus obras. (Apocalipsis 2:23NVI)

El primero y segundo capítulos de Apocalipsis son inusualmente importantes porque anuncian las recompensas que se darán a quienes buscan y reciben la gracia de Cristo al grado de poder conquistar el mundo, el pecado, y la voluntad propia. Quizá pueda notarse que ninguna de estas recompensas está basada en lo que se cree o en la imputación. Son dados debido a nuestra aplicación diligente a las cosas de Cristo.

Sin embargo, tienes en Sardis a unos cuantos que no se han manchado la ropa. Ellos, por ser dignos, andarán conmigo vestidos de blanco. (Apocalipsis 3:4NVI)

Si alguien nos da un piano no tenemos la obligación de trabajar para esa persona para ganarnos el piano. El piano es un regalo. Pero si queremos lograr el beneficio del piano, complaciendo a la persona que nos lo dio, debemos pasar muchos años de esfuerzo y disciplina, y gastar miles de dólares en clases. El regalo de la salvación no puede ser merecido. Pero para poder beneficiarnos de él, para realmente “recibirlo”, debemos entregar toda nuestra vida para conseguirlo.

La enseñanza de hoy es que Cristo no sólo nos da el piano sino que también nos da la habilidad para tocarlo excelentemente sin ninguna práctica o esfuerzo de nuestra parte. Esto no es bíblico.

Es más, todo lo considero pérdida por razón del incomparable valor de conocer a Cristo Jesús, mi Señor. Por él lo he perdido todo, y lo tengo por estiércol, a fin de ganar [conseguir] a Cristo, (Filipenses 3:8NVI)

Cristo mismo no nos puede ser imputado, Él debe ser ganado.

La residencia eterna en la nueva Jerusalén como siervo de Cristo y de Dios no nos es atribuido. Merecemos ciudadanía en base al tipo de carácter que tenemos. Debemos “hacer” lo que Cristo ordena.

Nunca entrará en ella nada impuro, ni los idólatras ni los farsantes, sino sólo aquellos que tienen su nombre escrito en el libro de la vida, el libro del Cordero. (Apocalipsis 21:27NVI)
Dichosos los que lavan sus ropas para tener derecho al árbol de la vida y para poder entrar por las puertas de la ciudad. (Apocalipsis 22:14
NVI)

La residencia en la nueva Jerusalén no nos es atribuida, debemos obedecer los mandamientos de Dios. Nada impuro puede jamás entrar a la ciudad santa. No podemos entrar por la “gracia”, por la justicia atribuida. Debemos ser santos para poder entrar a la ciudad santa. La santidad no puede ser imputada. La santidad es creada en nuestra personalidad por el Espíritu Santo conforme Él nos purifica por el cuerpo y la sangre de Cristo y por la Palabra de Dios. Debemos volvernos santos porque nuestro Señor es santo.

Servir a Dios como reyes y sacerdotes es el increíble destino eterno al que cada uno de los elegidos ha sido llamado. Pero para poder alcanzar nuestro destino predeterminado se nos exige que venzamos los obstáculos puestos en frente de nosotros.

Pero ustedes son linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo que pertenece a Dios, para que proclamen las obras maravillosas de aquel que los llamó de las tinieblas a su luz admirable. Queridos hermanos, les ruego como a extranjeros y peregrinos en este mundo, que se aparten de los deseos pecaminosos que combaten contra la vida. (1 Pedro 2:9,11NVI)
Al que salga vencedor le daré el derecho de sentarse conmigo en mi trono, como también yo vencí y me senté con mi Padre en su trono. (Apocalipsis 3:21
NVI)

“Al que salga vencedor.”

Puede notarse que no somos reyes ni sacerdotes de Dios por imputación. No somos “santos en papel”. Sino que debemos realmente mostrar la Gloria de la Persona justa y santa de Dios conforme el Espíritu Santo moldea en nosotros el Carácter y el Espíritu de Cristo.

La coherencia con Cristo no nos es sólo atribuida. Debemos compartir en los sufrimientos de Cristo para poder satisfacer los requerimientos.

Y si somos hijos, somos herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, pues si ahora sufrimos con él, también tendremos parte con él en su gloria. (Romanos 8:17—NVI)

¡”Pues si ahora sufrimos con Él”!

La idea de que no tenemos que hacer ningún esfuerzo, de que Cristo lo hace todo, gobierna el pensamiento y las acciones de muchos Cristianos. Pero este punto de vista no es bíblico. Le ha robado al Evangelio su autoridad y poder. En lugar de tener santos, tenemos pecadores que son “legalmente” aceptables a Dios. En lugar de tener una nueva creación, tenemos un “boleto” al Cielo. En lugar de una ciudad santa y gloriosa tenemos una ciudad ocupada por personas pecaminosas y obstinadas a quienes Dios considera justas.

Está siendo sugerido que Cristo nos salva en nuestros pecados y no de nuestros pecados. Esto significa que si estamos fornicando, Dios ve que estamos practicando santidad. Si estamos engañando a alguien Dios nos ve como rectos y honorables. Si estamos ebrios Dios nos ve con dominio propio. Si estamos mintiendo Dios escucha sólo la verdad saliendo de nuestra boca.

Se está asumiendo en esta época que el Señor Jesús sólo puede perdonarnos, que no posee suficiente poder para liberarnos o cambiarnos.

Este concepto no es para nada cierto. Dios no nos da justicia ni nos llama hijos por imputación. Para volvernos un hijo de Dios debemos conquistar por medio de Cristo todos los poderes y los obstáculos que Dios permite que reten nuestra habilidad para recibir la herencia que ha sido asignada al hombre desde el comienzo.

El que salga vencedor heredará todo esto, y yo seré su Dios y él será mi hijo. (Apocalipsis 21:7NVI)

Dios nos ha dado la oportunidad para alcanzar la vida de resurrección, para lograr un cambio de carácter, de poder, de gloria y de residencia eterna en la nueva Jerusalén, y nos ha dado una eternidad para servir y gobernar en un mundo nuevo. Y lo mejor de todo, tenemos la oportunidad de llegar a ser un hijo de Dios.

Lo que hagamos con esta oportunidad, con este “piano”, determinará nuestro papel en el Reino de Dios—en el eterno gobierno Divino que pronto vendrá a la tierra.

(“El Regalo de Una Oportunidad”, 4087-1)

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