FILIPENSES 3:11

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Texto bíblico tomado de la Santa Biblia, Nueva Versión Internacional. ©1999 por la Sociedad Bíblica Internacional
Traducido por Carmen E. Álvarez

Filipenses 3:11 es uno de los versículos más significativos de todos los versículos de las Escrituras porque identifica la meta hacia la que se dirige el plan de salvación. La salvación Cristiana no es un plan por medio del cual la persona que no ha sido transformada pueda escapar el Infierno e ir al Cielo al morir. Más bien, la redención Cristiana es un cambio en el individuo para que pueda tener comunión con Dios. La comunión con Dios le da al hombre inmortalidad y eventualmente lo dirige al Paraíso.


Índice

La Salvación
La Gracia
La Fe
La Vida Eterna


FILIPENSES 3:11

Así espero alcanzar la resurrección [del griego, la resurrección “hacia fuera”] de entre los muertos. (Filipenses 3:11 NVI)

La expresión “así espero alcanzar” puede ser presentado como “así espero llegar”.

El término Griego para la palabra resurrección usado en el versículo anterior presenta el concepto de una resurrección hacia afuera, o bien el concepto de la primera resurrección. Es la palabra que se usa comúnmente para la resurrección pero con un prefijo agregado que sugiere una resurrección de entre el montón de personas muertas.

El hecho de que Pablo no estaba hablando sólo de una resurrección moral, o de madurez espiritual, sino de una verdadera resurrección física de entre los muertos, está demostrado porque el último versículo del mismo capítulo habla sobre un cambio en nuestro cuerpo que sucederá cuando el Señor aparezca en el Cielo. Filipenses 3:21 sigue en el contexto de lo que Pablo estaba pensando en 3:11, mostrando que la mente de Pablo estaba concretamente en la resurrección corporal.

Él transformará nuestro cuerpo miserable para que sea como su cuerpo glorioso, mediante el poder con que somete a sí mismo todas las cosas. (Filipenses 3:21 NVI)

Filipenses 3:11 verdaderamente es uno de los versículos más significativos de todas las Escrituras.

Filipenses 3:11 es de importancia especial porque identifica la meta hacia la que se dirige el plan de salvación. También es extraordinaria porque no esperaríamos que el Apóstol Pablo, hacia el final de su vida, estuviera intentando alcanzar la resurrección de los muertos.

Una razón por la que Filipenses 3:11 no es comprensible para nosotros los Cristianos de esta época es porque hemos cambiado la meta bíblica de la vida eterna a una residencia eterna en el Cielo. Sin embargo, Pablo dijo que la redención de nuestro cuerpo mortal es la meta principal de la redención:

Y no sólo ella [toda la creación], sino también nosotros mismos, que tenemos las primicias del Espíritu, gemimos interiormente, mientras aguardamos nuestra adopción como hijos, es decir, la redención de nuestro cuerpo. (Romanos 8:23 NVI)
Realmente, vivimos en esta tienda de campaña, suspirando y agobiados, pues no deseamos ser desvestidos sino revestidos, para que lo mortal sea absorbido por la vida. (2 Corintios 5:4
NVI)

Es importante en cualquier cosa que emprendamos entender claramente la meta del programa. Si no comprendemos la meta no podemos hacer uso efectivo de la energía, el tiempo y los recursos. No sabríamos hacia donde vamos, hacia lo que estamos esforzándonos. En este caso sería difícil distinguir lo importante de lo que es un detalle secundario, y lo que es ir en la dirección equivocada y que a la vez destruye el esfuerzo realizado.

En ésta época estamos apuntando hacia el objetivo equivocado. Estamos enfatizando morir e ir al Cielo como la meta de la salvación que hay en Cristo. Además, estamos enfatizando que por recibir a Jesús podemos escapar del Infierno. Ser salvo, según las predicaciones contemporáneas, es escapar el Infierno e ir al Cielo.

¿Acaso sorprendería al lector si insistimos que la meta de la salvación no está limitada a escapar el Infierno e ir al Cielo? Existe un Infierno y existe un Cielo. Pero lo que obtenemos por medio de la salvación que hay en el Señor Jesús no se limita a escapar el Infierno, por importante que sea escapar el Infierno.

Nuestro Señor Jesús habló unas cuantas veces sobre ese lugar de tormento al que será echado el malvado. El Señor nunca habló de ir al Cielo como el objetivo principal del Evangelio del Reino, como la meta de Su enseñanza.

¿De qué le beneficia a Dios que gente que no ha sido transformada escape de ir al Infierno? ¿Cómo resuelve esto el problema del pecado y la rebelión en la creación?

Si ponemos nuestra confianza en el Señor Jesús y somos bautizados en agua, y luego vivimos como debería vivir un Cristiano, escaparemos la ira de Dios (1 Tesalonicenses 1:10). Pero la salvación Cristiana no es un plan por medio del cual el hombre escapa el Infierno y va al Cielo al morir. Más bien, la redención Cristiana es un cambio en el individuo para que pueda tener comunión con Dios. La comunión con Dios le da al hombre inmortalidad y eventualmente lo dirige al Paraíso.

El problema de la enseñanza actual es que presenta un medio por el cual la humanidad, aunque no haya sido cambiada, pueda regresar nuevamente al Paraíso. Esto hace que la meta de la redención Divina sea el regreso de los rebeldes al Paraíso, en lugar de la restauración del hombre caído.

El concepto actual de la salvación es en su mayoría mitológico. Procede del amor del hombre hacia sí mismo. Es la razón por la maldad actual entre los miembros de las iglesias Cristianas. Los creyentes han sido enseñados que han sido incondicionalmente salvados de la ira de Dios. Cuando mueran irán al Paraíso (eso piensan), haya o no cambio en lo que son y en cómo se comportan. La doctrina apostólica de la gracia Divina ha sido pervertida en nuestra época.

La verdadera salvación bíblica es un cambio en el individuo. Es la transformación de la persona a la imagen de Jesús para que pueda tener comunión con Dios. Todo lo que deseamos nos llega por tener comunión con Dios. La comunión con Dios no es producida porque tomamos parte indirectamente en la perfección de Jesús sino porque dentro de nosotros está creciendo una nueva creación.

Si queremos tener comunión con Dios debemos ser transformados en personalidad y en comportamiento. Debemos tomar de la Vida y Virtud del Señor Jesús viviente.

La meta del Evangelio del Reino de Dios es lograr que se haga la voluntad de Dios en la tierra así como se hace en el Cielo. La meta del Evangelio es el regreso de Dios a la tierra y el amor, el gozo, la paz, la inmortalidad, y el medio ambiente paradisíaco que da como resultado.

Adán y Eva perdieron la oportunidad de lograr la inmortalidad por su desobediencia a Dios. Luego fueron alejados del Paraíso.

El Señor Jesús es nuestro Redentor. Él vino para darnos nuevamente la oportunidad de lograr la inmortalidad y para entrar una vez más al Paraíso sobre la tierra.

El Evangelio del Reino de Dios tiene que ver con la restauración de lo que se perdió por la desobediencia a Dios. En los libros escritos por los Profetas Hebreos el énfasis está en la venida de la Gloria de Dios a la tierra. Cristo regresará en Su Reino a la tierra.

Cuando recibimos a Jesús como nuestro Señor y Salvador por primera vez, poniendo nuestra fe en la sangre expiatoria hecha por Él, Dios nos da en nuestro Espíritu una porción de vida eterna. Tenemos una señal, una prenda, un sello, una garantía, una pequeña prueba del Espíritu de Dios en nosotros. Nuestros pecados son lavados por la sangre de la cruz. Somos perdonados de todas nuestras transgresiones. Somos cubiertos por la sangre del Cordero de Dios para que en el Día de la Ira Dios no nos tome en cuenta. Dios nos escucha cuando oramos. Tenemos acceso en adoración y súplica al Propiciatorio en el Cielo. En el Espíritu, Dios nos eleva a Su derecha en Cristo.

Nuestro discipulado de ese momento en adelante consiste en que nos aferremos a la vida eterna hasta que cada parte de nuestra personalidad haya sido llenada con la Vida Divina.

Cada día de nuestro andar sobre la tierra, la muerte eterna y la vida eterna luchan por ser nuestros amos. Si servimos al Señor Jesús creceremos hasta estar llenos de vida. Luego, cuando Él aparezca en el Cielo, Él llenará nuestra forma corporal con vida eterna. Esto es lo que Pablo estaba esforzándose por alcanzar, por sujetar, por llegar, por comprender.

Si no servimos al Señor Jesús, la muerte espiritual tomará el lugar de la vida que nos había sido dada cuando aceptamos a Jesús. El Señor nos dará advertencias y nos regañará. Si no le hacemos caso a Su voz sino que seguimos pecando, llegará el día en el que desaparecerá nuestra vida espiritual. En ese caso nosotros no alcanzaremos la resurrección que Pablo estaba buscando alcanzar.

El alma que peque morirá. El Señor Jesús no vino para que no tuviéramos que tener comunión con Dios, con la ley de vida. Más bien, el Señor Jesús vino para que fuera posible para nosotros alejarnos de nuestros pecados y entrar a la vida eterna.

La puerta es angosta y el camino arduo que conduce a la vida, y pocos son los que la encuentran.

La doctrina actual ha cambiado el Evangelio Cristiano de buscar la vida a seguir una “fe religiosa” que en realidad no es fe para nada. Más bien es una creencia mental en ciertas posturas teológicas que han sido tomadas de unos cuantos “versículos claves” de las Escrituras.

En numerosos casos los creyentes de hoy en día están viviendo siguiendo su carnalidad y cosechando muerte. Son inmaduros en las cosas de la vida eterna. Están bajo la impresión de que si creen en sus posturas teológicas heredarán vida eterna en el Cielo. Pero el Cielo es la fuente, no el lugar, de la vida eterna. Esta distinción es importante.

Permítenos hacer una lista de algunas definiciones sobre la vida eterna, y luego procederemos a examinar el contexto de Filipenses 3:11 para ver si podemos lograr un entendimiento más claro de lo que Pablo a señalado como la “meta” hacia la que todo santo debe estar avanzando.

La Salvación

La definición actual de la salvación es “el perdón de los pecados del creyente por medio de la sangre expiatoria de Jesús para que cuando muera pueda ir al Cielo para vivir por siempre en una mansión.”

La definición actual hace una invitación pero no requiere de un cambio en el individuo. Es atractivo para el instinto del hombre que desea preservarse a sí mismo. La definición actual no pone énfasis en la transformación de la personalidad del hombre caído ni en la restauración del Paraíso sobre la tierra. Sí habla sobre la vida eterna, pero la vida eterna es definida como ir al Cielo para vivir por siempre en una mansión de gloria, para caminar sobre calles de oro, y poseer oro, plata y piedras preciosas. Se enseña que ahí no habrá muerte, ni dolor, ni lágrimas refiriéndose al pasaje que en realidad está hablando no sobre la Iglesia sino sobre las naciones de personas salvas sobre la tierra nueva (Apocalipsis 21:4).

La definición actual enfatiza que al morir escaparemos de ir al Infierno y entraremos al Paraíso, a la Presencia de Jesús, de los santos, y de los santos ángeles. La definición actual pone énfasis en perdonar en lugar de en liberar un perdón que resulta en que vayamos al Cielo al morir en lugar de ir al Infierno.

La definición actual es muy común entre nosotros. Quizá aparente acercarse suficientemente a las Escrituras para ser aceptable. Sin embargo, no es correcta. El error que contiene está destruyendo el Reino de Dios en la tierra.

Al definir la salvación Cristiana como un plan por el cual al morir la gente que no ha sido transformada puede entrar al Cielo, se ignora la obra principal del Reino de Dios. La obra principal del Reino de Dios es que se haga la voluntad de Dios en la tierra así como en el Cielo.

Naturalmente, Satanás y sus adoradores tienen interés en preservar la maldad que se encuentra dispersa entre las naciones de nuestro día. Por ello a Satanás y a sus ángeles les gusta la idea de que pongamos énfasis en que al morir iremos al Cielo por nuestra fe, o hasta que pongamos énfasis en un “arrebato” en el que el individuo que no ha sido transformado será quitado de la tierra.

La meta de Satanás es mantener su imagen y sus caminos sobre la gente de la tierra. Siempre y cuando los Cristianos tengan como meta lograr la residencia en el reino espiritual, Satanás no tiene nada de que preocuparse. El temor de Satanás es que las iglesias Cristinas descubran que la redención del Mesías consiste en un plan por el cual la Presencia de Dios y del Paraíso pueda regresar a la tierra, y al mismo tiempo que sean eliminados la imagen y los caminos de Satanás.

La definición actual incorrecta de la salvación no es tan inocente como parece. Su efecto sobre la gente Cristiana ha sido y sigue siendo una forma de anular la intención que Dios tiene de destruir las obras de Satanás por medio de Cristo (1 Juan 3:8).

Otro error en la definición actual es que los Cristianos Gentiles serán llevados al Cielo por fe, junto con el Espíritu de Dios, mientras que los Judíos elegidos se quedarán para establecer un reino terrenal. Al creer de esta manera los creyentes piensan que pueden hacer a un lado todas las enseñanzas sobre la conducta justa diciendo que tales son dirigidas hacia los Judíos.

Seguramente el sincero discípulo de Jesús puede ver la motivación diabólica de esto. Al evitar que los Gentiles practiquen las leyes de justicia del Reino de Dios estamos efectivamente cortándolos de la Vida de Dios. El mundo continuará en caos porque los Judíos sin el Espíritu Santo no son capaces de cambiar la imagen y los caminos de Satanás en la tierra.

La verdadera obra bíblica de la salvación comienza cuando aceptamos al Señor Jesús como nuestro Salvador y Señor personal. Nuestra aceptación inicial del Señor resulta en la liberación de la ira Divina por medio de la sangre expiatoria del Señor Jesús sin la necesidad de ninguna obra de justicia de nuestra parte.

Después de nuestra aceptación inicial del Señor debemos ser guiados por el Espíritu de Dios hacia la liberación de toda maldad, de toda impureza espiritual, y de toda desobediencia a Dios, y llevados a una unión completa con Dios por medio de Cristo.

La sangre de Jesús es la autoridad para cambiar por completo la imagen y los caminos de Satanás que tenemos a la imagen y los caminos del Señor Dios del Cielo. El Espíritu Santo de Dios es el poder, la sabiduría, y el medio ambiente por el cual el cambio es logrado.

La salvación es cambio moral. Esto es lo que la salvación es. La unión con Dios por medio de Cristo aumenta conforme somos liberados del pecado y Cristo es formado en nosotros.

La obra de salvación bíblica requiere del creyente que ponga a morir a Satanás, al mundo, a su cuerpo y las lujurias de su alma, y que ponga a morir su amor propio, su egocentrismo, y su voluntad propia.

El concepto bíblico de la salvación está siendo rechazado por muchos porque nuestra era está centrada en el hombre, en el humanismo, en usar a Dios para lograr la voluntad del hombre, en el énfasis de “los derechos de la gente”.

El evangelio humanístico Cristiano evita que se enfatice el juicio, la condenación y el pecado y pone énfasis en que la personalidad del hombre sea liberada de toda atadura que pueda evitar que disfrute plenamente de su vida sobre la tierra. La salvación humanística no pone énfasis en la crucifixión de nuestra naturaleza de Adán ni en la penalización que aumenta cuando el Cristiano elige ser siervo del pecado en lugar de siervo de la justicia.

El concepto del mensaje Cristiano humanístico es que debido a que estamos en Cristo ya no es necesario que nos preocupemos por luchar contra el pecado. Ya estamos completos en Cristo en el sentido de que Su justicia nos cubre de tal manera que nuestro comportamiento realmente no tiene importancia. El énfasis está en la paz y el gozo del individuo en lugar de en el cumplimiento de los deseos de Dios de que la gente actúe y obedezca a Dios. Este mensaje definitivamente está centrado en la gente en lugar de estar centrado en el Reino, o en Dios.

El plan de Dios para Su universo puede ser logrado sólo conforme Cristo es presentado. Debido a que nuestra naturaleza de Adán debe ser crucificada, y a que el propósito de Dios es hacer que Cristo surja en nosotros, el énfasis del Evangelio está en que experimentemos negación y otras formas de sufrimiento. Debemos negarnos a nosotros mismo, tomar nuestra cruz, y seguir a Cristo.

El énfasis del Evangelio no está en el placer y la satisfacción del ser humano sino en que Cristo surja en el ser humano. Pablo dijo que no importaba si él vivía o moría siempre y cuando Cristo fuera magnificado.

Debido a que el evangelio Cristiano humanístico contemporáneo, con su énfasis en ser libres de toda enfermedad y atadura que hay en nuestra personalidad de Adán—de todo lo que evitaría una vida próspera y feliz sobre la tierra—, no enfatiza que Cristo surja a expensas de la paz y la felicidad humana, entonces es “otro evangelio”. Es una obra sumamente artística de Satanás, que tiene como objetivo evitar el producto importante de toda obra de Dios—el engrandecimiento de Cristo por toda la creación.

La salvación bíblica pone énfasis en la restauración de la personalidad del hombre caído y el regreso de la inmortalidad y del Paraíso a la tierra, pero esto se logra echando abajo la naturaleza de Adán y aumentando la Presencia de Cristo.

La meta central de la redención bíblica es el cambio a la imagen moral de Dios, la unión con Dios por medio de Cristo, y lograr la inmortalidad, el Paraíso, y todas las demás Virtudes y bendiciones que proceden naturalmente de tener comunión con Dios.

Al comparar los dos conceptos de la salvación podemos observar la diferencia principal entre ellos. La definición actual de la salvación es el perdón del hombre para que pueda ir a vivir por siempre en un lugar de gozo. La definición bíblica de la salvación es la transformación del hombre para que pueda encontrar gozo viviendo con Dios y haciendo la voluntad de Dios. El concepto bíblico está centrado en Dios y en el Reino.

El perdón que nos lleva a un lugar de gozo se distingue de una transformación que nos lleva a tener comunión con Dios.

Claro que nosotros los Cristianos mencionamos que debe haber una nueva creación en Cristo y que debemos seguir a Pablo. Luego suponemos o declaramos explícitamente que sin importar lo que hagamos, o cómo nos comportemos, Dios nos recibirá de todos modos “por la gracia incondicional”.

Debido a las enormes presiones espirituales sobre nosotros de pecar, nuestra teoría de la “gracia” se vuelve la línea de menor resistencia. Sucumbimos a la tentación porque en nuestra mente está el concepto de que somos salvos por la gracia, y que un carácter y un comportamiento justo y santo no son parte necesaria de la salvación.

El creyente promedio no resistirá el pecado a excepción de que esté convencido de que si peca será severamente castigado. Debe ser convencido de que aunque se arrepienta y busque el perdón de Dios más delante de todos modos quizá sufra consecuencias excesivamente dolorosas, tanto espirituales como físicas. Este principio de causa y efecto debe ser enfatizado en nuestros días.

El Evangelio del Reino incluye la advertencia de huir de la ira que vendrá.

Los justos con dificultad de salvan, y tienen que pasar pruebas difíciles (Primera Carta de Pedro, Capítulo Cuatro).

El concepto de que el creyente arrepentido sufre consecuencias dolorosas, y posiblemente pérdida de herencia, quizá no quepa en nuestro concepto actual de la salvación. La persona que se ha vuelto atrás y que ahora está intentando volver a lograr el gozo que tenía sabe de lo que estoy hablando. Nuestras teorías no siempre corresponden con las realidades de los reinos espirituales y materiales, con la manera en que el Señor hace las cosas.

Está por llegar sobre toda la tierra una “hora de tentación”. Sólo los santos más fuertes podrán sobrevivir espiritualmente durante esta era. Aquellos que sí sigan caminando con el Señor se convencerán de la relación directa entre cómo nos comportamos y la Presencia del Señor. No es verdad que podemos vivir un discipulado Cristiano descuidado y no cosechar numerosos problemas y mucho sufrimiento. El pueblo de Dios de esta generación debe comprender esto claramente.

Dios se complace en dar la bienvenida, al pie de la cruz, al individuo no salvo que se arrepiente de su forma anterior de vida, que pone su confianza en la sangre del perdón hecha por el Cordero del Señor, y que es bautizado en agua. Sin embargo, Dios tiene comunión con él sólo conforme él es purgado de su pecado y lleno con el comportamiento justo que resulta de vivir en la Vida de Jesús.

No logramos obtener comunión con Dios por la justicia imputada (adjudicada) sino por la justicia y la santidad verdadera de conducta. Este es el significado de los siguientes versículos, los cuales están dirigidos a los siervos de Cristo.

Salgan de en medio de ellos y apártense. No toquen nada impuro, y yo los recibiré. Yo seré un padre para ustedes, y ustedes serán mis hijos y mis hijas, dice el Señor Todopoderoso. (2 Corintios 6:17,18 NVI)
Le contestó Jesús:
El que me ama, obedecerá mi palabra, y mi Padre lo amará, y haremos nuestra vivienda en él. (Juan 14:23 NVI)

Observa que para tener comunión y unión con Dios debemos apartarnos de los caminos del pecado. Debemos obedecer las Palabras del Seños Jesús. Numerosos Cristianos llaman a Jesús “Señor” pero no hacen lo que Él dice. Su “fe” es inútil. Está muerta porque no tiene obras de justicia que la acompañen.

La Gracia

La definición actual de la gracia es “perdón”. Ser salvo “por la gracia” es ser perdonado. Por la gracia vamos al Cielo al morir para vivir en una mansión de gloria.

Una expresión contemporánea es que la gracia es “la riqueza de Dios a expensas de Cristo”. Se tiene la idea de que toda la Gloria de Cristo nos es otorgada gracias al amor y a la misericordia del Señor, que nosotros no tenemos que hacer nada. Jesús pagó el precio total de la agonía y nosotros recibimos la plenitud de la herencia simplemente aceptándola. No se nos requiere que compartamos en Sus sufrimientos.

Los santos que trabajan duro y con determinación, soportando su cruz tras el Maestro, pueden valorar esta expresión más apropiadamente. Ellos conocen el costo que uno debe pagar para poder obtener la herencia de los hijos de Dios. Ellos conocen los dolores de parto que sufre necesariamente el alma para poder vencer al mundo, a Satanás, y a nuestras lujurias y voluntad propia.

Ellos conocen la fe y la obediencia que Dios requiere de quienes Él ha llamado a Su lado y lo superficial que es el concepto de que la gracia son las riquezas de Dios a expensas de Cristo. Los testigos de Dios de hoy en día (al igual que los santos de todas las épocas) están compartiendo en los sufrimientos de Cristo y están siendo transformados según Su muerte sobre la cruz y según Su resurrección triunfante.

La definición bíblica de la gracia es “capacitación Divina”. La gracia de Dios es la capacitación Divina que fluye desde Su Persona por medio de Cristo. La gracia perdona. La gracia enseña. La gracia es poder. La gracia es sabiduría, la gracia es Virtud Divina. La gracia es el gozo de dar. La gracia es todo lo que necesitamos para ayudarnos a cumplir el llamado de Dios que está sobre nosotros. La definición más pura de la gracia Divina es el Señor Jesucristo mismo.

Somos salvos por “la gracia”, queriendo decir con esto que Dios ha llegado al hombre caído y le ha ofrecido los medios para regresar a tener comunión con Dios. La gracia incluye el perdón porque el perdón es el primer paso en el largo proceso de reconciliación, de expiación.

Pero limitar la gracia a sólo el perdón es declarar que Dios está dispuesto a perdonarnos pero que no puede o no quiere hacer nada más allá de esto. Es decir que a Él le gustaría que fuéramos a la imagen de Su Hijo pero hay muy poco que Él puede hacer al respecto. Por ello Él nos extiende la “gracia”, o sea que Él pasa por alto Su requisitos y permite que nosotros entremos al gozo en el reino espiritual. ¡Qué empobrecido entendimiento es la definición actual de la gracia!

Dios ha estado extendiendo misericordia y gracia a la humanidad desde que se sintió obligado a quitar a Adán y a Eva del peligro de que se volvieran pecadores inmortales. La Era de la Iglesia no se distingue por el hecho de que Dios por primera vez muestra misericordia, perdón, y ayuda hacia hombre. Más bien, la época de la Iglesia se distingue por la calidad y cantidad de gracia que está disponible por medio de Cristo.

Nunca antes había existido un sacrificio de sangre que tuviera la autoridad de purgar la conciencia del santificado.

Nunca antes se le había dado al hombre de comer del cuerpo y la sangre de Dios.

Nunca antes había el hombre en realidad visto a Dios en forma humana.

Nunca antes había sido implantado en el hombre la Naturaleza de Dios.

Nunca antes había tenido el hombre acceso al Lugar Santísimo en el Cielo.

Nunca antes había derramado Dios Su Espíritu sobre toda carne.

Dios ha derramado la gracia sobre nosotros por medio de Cristo; no sólo el perdón, sino toda capacitación Divina que necesitamos para vencer todo pecado y para entrar en unión con Dios por medio de Cristo. Dios no se ha detenido en sólo perdonarnos. Dios nos está llamando a Su trono—para reinar ahí con Él por la eternidad.

Para poder alcanzar el trono debemos, por medio de la abundante gracia del Señor, vencer todas las fuerzas de muerte que llegan continuamente en contra de nosotros. Por medio de Cristo debemos vencer al adversario así como a Él mismo se le requirió que venciera al adversario (Apocalipsis 3:21).

Limitar nuestra definición de la “gracia” a sólo perdón es entender sólo un pequeño fragmento de la bodega de abundancia Divina que está siendo ofrecida por el Señor Jesucristo a quienquiera que lo reciba.

La Fe

La definición actual de la fe es, “creer que un grupo en particular de declaraciones teológicas son verdaderas”. Si uno se mantiene firme en creer su “declaración de fe” irá al Cielo al morir y vivirá en una mansión.

Las denominaciones se basan en tales declaraciones de fe. Los Cristianos se han peleado entre sí por cientos de años debido a diferencias en sus declaraciones de fe y en las costumbres de sus iglesias.

La ironía de esto es que las declaraciones de fe y las costumbres de las iglesias son de poco valor en el Reino de Dios. Un objeto de fe tiene valor sólo si logra que el individuo madure en santidad. De otra manera no tiene valor. La Vida eterna no procede de un entendimiento correcto de lo que es verdad en el reino espiritual.

Por ejemplo, la “fe” principal de los Judíos es que Dios es Uno. Parece ser que para el Judío no existe ninguna otra creencia que equivalga en importancia al hecho de que Dios es Uno. El Judaísmo fundamental está construido en esta simple declaración de monoteísmo.

El concepto de que Dios es Uno también lo creen los demonios y ellos no poseen vida eterna.

Observa lo que el Pastor Santiago declara a sus hermanos Judíos:

¿Tú crees que hay un solo Dios? ¡Magnífico! También los demonios lo creen, y tiemblan. ¡Qué tonto eres! ¿Quieres convencerte de que la fe sin obras es estéril? (Santiago 2:19,20 NVI)

Los Fariseos se adherían a las Escrituras inspiradas pero ellos no poseían vida eterna.

Creer en declaraciones teológicas no es lo que las Escrituras quieren decir por “fe”. Uno puede tener un entendimiento correcto del nacimiento virginal, del perdón por la sangre, y de la resurrección corporal triunfante del Señor Jesús, y todavía estar muerto en pecado.

Los demonios entienden hechos teológicos a la perfección. Ellos se dan cuenta de que Jesús es el Santo de Dios y que Pablo reveló el verdadero camino de la salvación.

El entendimiento actual de “el justo por su fe vivirá” es “el justo se aferrará a la comprensión de su doctrina”. Este es un error. Aferrarse a un entendimiento correcto de la doctrina nunca ha podido y nunca podrá dar vida eterna a nadie. Cuando actuamos debido a una doctrina correcta y buscamos la Presencia de Jesús en toda situación, entonces entramos a la vida eterna.

La declaración de fe es entrañable al corazón de la denominación Cristiana. Esta es la razón por la que las denominaciones se mueven con tanta dificultad tratando de seguir la nube y el fuego. Las denominaciones tienen una enorme inversión en sus posturas doctrinales, en sus seminarios, y en sus libros. Las denominaciones representan una declaración de fe.

Frecuentemente es verdad que cuando el Señor revive a Su Iglesia acercándola a Sí mismo Él aumenta nuestro entendimiento de las Escrituras. El avivamiento Pentecostés es un ejemplo del aumento de nuestro entendimiento así como de la experiencia espiritual que están disponibles.

Las denominaciones se sienten muy amenazadas con tales cambios. Por lo general reaccionan en contra de un cambio doctrinal, no necesariamente porque el cambio esté obviamente fuera de las Escrituras, sino por la lesión a su ego que resulta—la vergüenza de haber tenido un entendimiento incompleto.

La gente Cristiana frecuentemente se rehúsa a admitir que alguien pudiera tener mayor entendimiento de verdades espirituales que ellos. Cuando lo consideras ¿no se te hace ridículo? Es trágico que este orgullo espiritual resulte en ira y división entre hermanos.

Dios se está moviendo hoy aumentando el conocimiento espiritual. Nuevamente enfrentamos el hecho de que no hemos sabido todo lo que hay que saber. ¿Avanzaremos con Dios, o nos rehusaremos a admitir que pudimos haber tenido un entendimiento incompleto y comenzamos a acusar furiosamente de herejía a nuestros hermanos?

Los Fariseos pusieron su fe en las Escrituras en lugar de ponerla en Dios. Este fenómeno no es inusual entre los Cristianos. La Biblia puede tomar el lugar de Dios. Los creyentes intentan adentrarse cada vez más al significado de los términos Hebreos y Griegos. Considerar el conocimiento del texto como equivalente a poseer las realidades espirituales en el texto, toma el lugar de una experiencia genuina con Dios.

Pablo declaró que él estaba crucificado con Cristo y que Cristo ahora era su vida.

Uno puede jurar que esta declaración se hizo bajo inspiración. Uno puede investigar cuidadosamente la etimología de cada palabra Griega de Gálatas 2:20. Uno puede memorizar el versículo. Pero tal conocimiento no equivale a ser crucificado con Cristo y a ser lleno con Su Vida.

Una de las disciplinas más importantes del seguidor de Jesús es el estudio y la meditación diaria en las Escrituras—tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento. La fuerza y la guía espiritual nos llegan por medio de las Escrituras. La oración y la Palabra son dos columnas del discipulado.

Existe un error muy común—el error de los Fariseos. Es el de desafiar las Escrituras. El error ha sido nombrado “bibliolatría”.

Las Escrituras no son Cristo. El propósito de las Escrituras es guiarnos hacia Cristo. La vida está en Cristo, no en las Escrituras. El conocimiento de las Escrituras no es la vida eterna. La vida eterna es Cristo. Él es la Resurrección y la Vida.

¡Con qué frecuencia los seminarios cometen el error de asociar el aprendizaje con la santidad!

La fe verdadera es una relación con el Jesús viviente, no un conocimiento de las Escrituras. Las Escrituras son nuestra guía a un conocimiento de Cristo si mezclamos nuestro conocimiento de las Escrituras con la oración y la fe. Lo importante a final de cuentas es conocer a Jesús.

Algún día tú y yo estaremos ante la Presencia del Hombre, Jesús. Ahí es a donde nuestro discipulado nos está dirigiendo. Él es la Palabra viviente. En Él nosotros nos estamos convirtiendo en la Palabra viviente. En Él está la vida y la vida es la luz del hombre. No es el conocimiento de las Escrituras lo que es la fe o la luz. Jesús mismo es Quien es la Luz, el Entendimiento y la Palabra de Dios.

El error perenne de los religiosos es confundir su conocimiento sobre hechos espirituales con la vida eterna de Dios.

“Saber” verdades espirituales no es poseer a Dios. Los síquicos conocen ciertos hechos espirituales pero no poseen a Dios (como en el caso de Balán).

Alguno dirá, “La fe viene como resultado de oír el mensaje, y el mensaje que se oye es la Palabra de Dios.” Esa es la verdad. La fe verdadera es una relación con Dios, y “el oír” tiene que ver con la percepción espiritual interior y con aferrarnos a esa percepción, y no con registrar las ondas de sonido con el oído humano y comprender intelectualmente el contenido. “El que tenga oídos, que oiga.”

Hebreos 10:38 repite la declaración de Habacuc que “los justos por su fe vivirán”. Luego el capítulo onceavo de la Carta a los Hebreos define la fe.

No tenemos que leer mucho en el onceavo capítulo de la Carta a los Hebreos para llegar a la conclusión de que los justos de todas las épocas (no sólo de la Era Cristiana) han complacido a Dios por su fe, y que la “fe” no es una declaración de creer en una doctrina sino que es una relación con Dios.

Ya sea que estemos hablando de Noé, o de Abraham, o de Moisés, o de José podemos observar que la fe bíblica no se está refiriendo a un conocimiento de las Escrituras. La fe es la vida vivida en comunión con Dios, en obediencia a Su voluntad revelada. Esto es lo que es la fe bíblica.

El temor de Noé no lo hizo que asegurara su creencia en un catecismo o en un credo. La fe de Noé hizo que construyera una nave. La fe de Abraham hizo que viviera en tiendas de campaña en lugar de vivir en lugares costosos que fueran permanentes. La fe de Moisés hizo que se alejara de las lujurias de Egipto y que fuera expuesto a los rigores del desierto. La fe de José hizo que huyera de la esposa de Potifar y que soportara pacientemente en prisión.

El capítulo onceavo de la Carta a los Hebreos es una larga definición de la fe—la fe que es manifestada por las obras que siempre siguen la fe verdadera.

Por ello podemos comprender que la definición bíblica de la fe, la fe que nos salva, que nos libera del pecado y nos lleva a una unión con Dios, es que momento a momento tengamos nuestra atención en el Jesús viviente y que interactuemos constantemente con Él, obedeciéndolo en cada detalle de nuestra personalidad y conducta. La fe y la obediencia están muy cercanamente relacionadas en pensamiento y acción.

Quizá puedas notar que los Cristianos verdaderos no están divididos en este hecho. Todos los santos y siervos del Señor reconocen que una simple búsqueda de Jesús es el elemento esencial del Cristianismo. La única razón por la que peleamos entre nosotros mismos es que nuestro conocimiento de hechos espirituales difiere uno del otro. Sin embargo, tal conocimiento no contiene la gracia que logra salvar.

La gracia que salva se encuentra en la fe genuina, en dirigirnos hacia Jesús e interactuar con Él. El conocimiento divide y no tiene vida. El caminar con Jesús nos une y logra que aumente la vida eterna en nuestras personalidades.

Nuestra carnalidad es la que nos provoca a enojarnos con quienes no creen en las posturas teológicas que nosotros tenemos. Si nuestro oponente está teniendo comunión con Jesús, y si nosotros estamos teniendo comunión con Jesús, ¿para qué pelearnos? Si uno o el otro (o ambos) no está viviendo en Jesús, la discusión no producirá buen fruto. Es tonto discutir sobre una postura que tiene que ver con alguna verdad espiritual cuando ese conocimiento mental no es ni fe ni vida eterna.

La Vida Eterna

La definición actual de la vida eterna es, “morir e ir al Cielo para vivir en una mansión.” Muchos creyentes Cristianos no pueden distinguir entre lograr la vida eterna e ir al Cielo.

La definición bíblica de la vida eterna es, el conocimiento de Dios y de Cristo—conocimiento en el sentido de que Ellos entran en el creyente y el creyente entra en Ellos y mora en unión con Ellos.

La unión con Dios por medio de Cristo es la vida eterna. La vida eterna está en Cristo y en quienes Cristo está habitando.

El “hombre” es creado en dos etapas. La primera etapa es la formación del hombre del polvo del suelo. La segunda etapa es la entrada de la Personalidad de Dios al polvo que se ha vuelto hombre.

Para entrar al Reino de Dios un individuo debe nacer dos veces. Su primer nacimiento hace posible que crezca para ser un alma viva adulta. Su segundo nacimiento hace posible que crezca para ser un hijo de Dios adulto, un espíritu que da vida (1 Corintios 15:45).

El primer hombre es sólo humano. El segundo hombre tiene la Vida de Dios en él.

Lo que es nacido de la carne es carne. Lo que es nacido del Espíritu es espíritu.

Para que un individuo sea transformado de un alma viva en un espíritu que da vida debe tomar del árbol de la vida—no sólo una vez sino continuamente.

Un ser humano no podría crecer y llegar a ser un adulto si después de ser concebido no se le diera alimento. Debe tener alimento para poder desarrollarse. Lo mismo es necesario para que llegue a la madurez un hijo de Dios. Es concebido cuando recibe a Cristo por primera vez. Luego tiene que tener alimento continuamente para que pueda crecer a ser un hijo de Dios adulto. Si no es alimentado su nueva naturaleza espiritual morirá (Romanos 8:13).

Cuando Dios creó a Adán y Eva Él se dio cuenta de que ellos tenían que nacer una segunda vez. Mientras una persona no haya nacido por segunda vez él o ella es poco más que un animal inteligente. Es diferente de un animal en cuanto a que es a la imagen de Dios y tiene el potencial de volver a nacer. Pero mientras no haya tomado parte de la Vida Divina que hay en Cristo, no puede heredar el Reino de Dios.

La vida eterna es Sustancia Divina. Es el amor, el gozo, la paz, la energía, la sabiduría, el conocimiento, y las habilidades creativas que Dios Es. Todo lo que una persona pudiera desear se encuentra en la Vida eterna que Dios Es. Sin la vida eterna, el hombre es prisionero de la tierra. Está atado a las cadenas de la gravedad y de las vicisitudes del clima, de la enfermedad y la salud, de la fatiga y la energía, de la inseguridad y la confianza, del temor al futuro y el optimismo, de la desdichada aflicción y la alegría.

Morir y entrar al reino espiritual es ser liberado de la prisión miserable del cuerpo. Esto todavía no es la vida eterna. Entrar al Paraíso espiritual, a pesar de lo maravillosos que esos entornos son para los santos, no es entrar a la vida eterna.

Satanás y sus ángeles no son obstaculizados por los dolores y problemas de la vida en el cuerpo. Y sin embargo, ellos no poseen amor, gozo o paz. Ellos están llenos de tinieblas, ira, lujuria, amargura, ambición personal, y otras circunstancias y ataduras miserables.

Un individuo que todavía es simplemente un cuerpo de carne y sangre es una partícula insignificante en una arena de titanes espirituales. Dios supo desde el principio que Él crearía un hombre en un cuerpo de carne y hueso y más adelante el hombre recibiría la Vida de Dios. Hasta que esta Vida eterna de Dios entre a un ser humano y comience a fluir, la persona está muerta, espiritualmente hablando.

El hombre es, como hemos dicho, poco más que un animal inteligente. El ser humano come, duerme, trabaja, juega, y se reproduce, así como lo hace un caballo bien entrenado. Pero sólo el hombre, de todas las criaturas de Dios, tiene el potencial de recibir a Dios en Cristo en sí mismo, para así comenzar el largo proceso de crecer a la imagen de Cristo—a un espíritu que da vida.

La vida eterna, que es la Presencia de Dios en Cristo en nuestra personalidad, comienza en nosotros cuando por fe nos aferramos al perdón por medio de la sangre que hizo el Señor Jesús en la cruz del Calvario. La mayor parte de nuestra personalidad todavía está muerta—careciendo de la Presencia de Dios. Pero una porción de vida eterna ha entrado a nosotros.

La muerte eterna es la ausencia de Dios. La muerte eterna resulta de la injusticia, de la impureza espiritual, y de la desobediencia a Dios. Dios no morará con injusticia, con impureza espiritual, ni con desobediencia.

La vida eterna entra a nosotros cuando recibimos por fe el perdón de la sangre hecha por el Señor Jesucristo. Dios viene a nosotros porque recibimos a Cristo. Dios nos imputa (adjudica) la justicia de Cristo. Si no fuera por nuestra identificación con el Señor Jesús, Dios no aceptaría nuestra persona; ya que Dios no acepta en Su Presencia a quienes están viviendo en pecado. Ahora podemos estar ante la Presencia de Dios porque hemos aceptado a Jesús.

Después de recibir inicialmente la Vida de Dios poniendo nuestra fe en la sangre expiatoria de Jesús debemos seguir mirando hacia Jesús momento a momento, interactuando con Él, orando, meditando en las Escrituras, reuniéndonos con los santos, resistiendo al diablo, dando, y buscando maneras para poder edificar el Cuerpo de Cristo.

Debemos poner a un lado nuestras ambiciones personales y darnos de todo corazón a Cristo y a Su Evangelio. Ahora podemos ser considerados el siervo del Señor.

Jesús, por medio del Espíritu Santo, por medio de los ministerios, y por medio de nuestro medio ambiente y nuestras circunstancias, procede a liberarnos del espíritu del mundo, de toda injusticia, toda impureza, y toda desobediencia a Dios.

Conforme todo pecado y toda rebelión son expulsados de nosotros, la vida eterna, el amor, el gozo, la paz y la sabiduría aumentan en nosotros.

Cuando toda injusticia, impureza, y desobediencia hayan sido purgadas de nosotros, y cuando hayamos sido llenos con la Vida de Cristo, entonces habremos arribado a la resurrección espiritual de entre los muertos (Filipenses 3:11). Habremos entrado a la tierra prometida del reposo de Dios.

Aunque el medio ambiente en el que vivimos, incluyendo nuestro cuerpo pecaminoso y muerto, todavía ejerce presión sobre nosotros, nuestra personalidad interior ahora está cumpliendo el estándar de Dios y Él y Su Cristo están morando en nosotros.

Cuando Jesús regrese Él concluirá nuestra redención vistiendo nuestro cuerpo de carne y hueso resucitado (o todavía viviente) con un cuerpo moldeado de la Vida de Dios en lugar del polvo del suelo.

Si no hemos vivido en comunión con Jesús de tal manera que hayamos sido liberados de la injusticia, la impureza y la desobediencia, si no hemos permitido que Jesús nos salve, que nos libere de las obras de Satanás, entonces, cuando Jesús regrese, recibiremos una forma exterior que corresponda con nuestra naturaleza interior sin cambio. Cosecharemos corrupción.

El injusto recibirá la recompensa de injusticia.

El impuro recibirá la recompensa de impureza.

El desobediente recibirá la recompensa de desobediencia.

Porque es necesario que todos comparezcamos ante el tribunal de Cristo, para que cada uno reciba lo que le corresponda, según lo bueno o malo que haya hecho mientras vivió en el cuerpo. (2 Corintios 5:10 NVI)

La muerte espiritual es la separación de Dios del espíritu, el alma y el cuerpo del hombre.

La “segunda muerte” es la muerte espiritual a un área de tormento.

Por donde quiera que Dios no esté presente en el reino espiritual hay ausencia de amor, de gozo, de paz, de vitalidad, de sabiduría, de conocimiento, de esperanza, y de crecimiento.

Cuando Dios no está presente en el reino material hay decaimiento y, finalmente, ruina.

La definición más elemental de la salvación es que se nos perdone la sentencia de la segunda muerte.

Ser “salvo”, en este sentido rudimentario, no dice nada sobre lo que somos. Sólo habla sobre lo que no experimentaremos.

La definición más completa de la salvación es, liberación perfecta y completa de toda injusticia, de toda impureza espiritual, y de toda desobediencia a Dios, el crecimiento pleno de Cristo en nosotros, y unión eterna con Dios por medio de Cristo.

Es importante para el Cristiano comprender que no puede conformarse con una salvación básica. Si Dios lo ha llamado para ser parte del real sacerdocio entonces será juzgado según su alto llamamiento. No puede vivir su vida en el mundo con la esperanza de poder descuidar la plenitud de su herencia y a la vez poder escapar ser castigado con severidad.

De Dios nadie se burla. Él comprende la tendencia que tiene el hombre de querer “hacer tratos”. Él sabe que algunos elegirán intentar seguir su propio curso en el mundo planeando una “confesión en el lecho de muerte”. Esto quizá funcionaría si la salvación se pudiera obtener siguiendo una serie de reglas. Desafortunadamente para el individuo intrigante, no estamos tratando con reglas sino con un Juez que sabe cada detalle de nuestros pensamientos, de nuestras palabras, y de nuestras acciones.

Cristo mostró claramente en el capítulo veinticinco del Evangelio de Mateo que el siervo que no use su moneda de oro que le ha sido dada será echado a las tinieblas de afuera.

En el Reino de Dios, mucho se requiere de quienes han recibido mucho. En el Reino nosotros somos juzgados no sólo en términos de leyes universales sino también en términos de nuestro llamado y de nuestros dones individuales, y de la luz que se nos haya dado.

El Señor Jesucristo es una Persona con conocimientos. Como nuestro Juez Él es sin lugar a duda mucho más compasivo que cualquier juez humano y mucho más severo que cualquier juez humano. Él puede salvar y Él también puede asignar al tormento eterno—aquello que ningún juez humano tiene la autoridad de hacer.

¡Que ningún ser humano presuma sobre la bondad de Cristo!

Ustedes, los reyes, sean prudentes; déjense enseñar, gobernantes de la tierra. Sirvan al SEÑOR con temor; con temblor ríndale alabanza. Bésenle los pies, no sea que se enoje y sean ustedes destruidos en el camino, pues su ira se inflama de repente. ¡Dichosos los que en él buscan refugio! (Salmos 2:10-12 NVI)

Hay personas, como el ladrón sobre la cruz, a quien Jesús lleva al Paraíso sin que haya tenido ninguna oportunidad de crecer en cuanto a vida eterna. No nos corresponde compararnos con el ladrón sobre la cruz, intentando ser más listos que Dios viviendo una vida descuidada con la intención de clamar a Jesús a la hora de nuestra muerte. Dios no permitirá esto. No sabemos nada de los antecedentes del ladrón sobre la cruz o qué tenía el Señor en mente cuando lo perdonó en su último momento sobre la tierra.

Además, es verdad que el carácter de cada uno de los que reinarán con Dios es forjado bajo “calor y presión”. Es poco probable que el carácter de un gobernante pueda ser forjado en el Paraíso espiritual al que el ladrón fue invitado. Quizá sea verdad que a quienes están destinados a gobernar en el Reino de Dios se les da la oportunidad de experimentar sobre la tierra las presiones necesarias así como las oportunidades de llegar a la madurez en obediencia, sabiduría, y conocimiento. Los que sufren son los que reinarán. Dios está construyendo Su Reino según lo que sabe de antemano.

El Señor Jesús nos enseñó que algunas personas cosecharán vida eterna al treinta por ciento, otros al sesenta por ciento, y otros al cien por ciento. Estas diferencias son en el grado al que Cristo es mostrado en su personalidad.

Es posible para cualquier persona volverse un creyente que produce al cien por ciento. Reemplazar lo que somos con la Persona de Dios y de Cristo requiere disciplina de nuestra parte. Nosotros debemos mantenernos firmes en la fe durante la transmutación de nuestra sustancia y naturaleza. Los que producen al cien por ciento son los gobernantes de más alto rango porque su vida es la Vida de Dios.

El tema de este ensayo es Filipenses 3:11. Estamos intentando mostrar que la resurrección tanto del espíritu como del alma es necesaria si esperamos participar en la primera resurrección de los muertos, en la resurrección que sucederá cuando el Señor Jesús regrese. La primera resurrección es la resurrección del real sacerdocio de Dios.

Dichosos y santos los que tienen parte en la primera resurrección. La segunda muerte no tiene poder sobre ellos, sino que serán sacerdotes de Dios y de Cristo, y reinarán con él mil años. (Apocalipsis 20:6 NVI)

El real sacerdocio, los creyentes que producen al cien por ciento, recuperarán sus cuerpos muertos antes del resto de la humanidad.

Ésta es la primera resurrección; los demás muertos no volvieron a vivir hasta que se cumplieron los mil años. (Apocalipsis 20:5 NVI)

Los que producen al cien por ciento se sientan en tronos y gobiernan las obras de las manos de Dios. Ellos fueron “decapitados por causa del testimonio de Jesús y por la palabra de Dios” y no se postraron ni sirvieron el sistema económico mundial del Anticristo (Apocalipsis 20:4).

El que fueran “decapitados” significa que ellos han hecho a un lado su propio pensamiento y se han puesto la mente de Cristo, la cabeza de Cristo. Los que producen al cien por ciento abandonan su propia vida, su propia corona, bajo la supervisión del Espíritu de Dios. Ellos son transformados por la renovación de sus mentes. Cada día ellos se ponen la mente de Cristo y obedecen la Palabra de Dios, tanto la escrita como la que les es revelada personalmente a ellos. Ellos ceden a Dios los planes, las imaginaciones, los deseos, y las ambiciones de sus mentes.

Ellos no siguen siendo parte del sistema mundial actual. Ellos salen del mundo y viven para el Señor. Ellos son insensatos para el mundo y el mundo es insensato para ellos. Ellos están crucificados para el mundo y el mundo está crucificado para ellos.

Ellos son los que están produciendo al cien por ciento para Dios. Ellos llegan a la primera resurrección de los muertos gracias a que han hecho a un lado su vida y a que han entrado al Señor Jesucristo.

Ahora, examinemos el contexto de Filipenses 3:11 y veamos si nos hemos adherido al pensamiento del Apóstol como estamos intentando interpretar este extraordinario versículo.

Pablo comienza el tercer capítulo de la Carta a los Filipenses hablando de sus logros en la religión del Judaísmo. Pablo podía considerarse intachable en términos de la Ley y de los preceptos de Moisés.

Luego Pablo dice:

Sin embargo, todo aquello que para mí era ganancia, ahora la considero pérdida por causa de Cristo. (Filipenses 3:7 NVI)

“Todo aquello que para mí era ganancia” tiene que ver con sus logros en el Judaísmo, y ahora Pablo estaba viendo que estos logros eran sólo un estorbo para Su búsqueda de Cristo.

Luego, Pablo expande lo que descartaría para incluir “todos” sus logros.

Es más, todo lo considero pérdida por razón del incomparable valor de conocer a Cristo Jesús, mi Señor. Por él lo he perdido todo, y lo tengo por estiércol, a fin de ganar [conseguir] a Cristo, (Filipenses 3:8 NVI)

“Conocer a Cristo Jesús” no es conocer sobre el Jesús de la historia, ni tampoco el conocer quién o qué es Jesús en el Cielo. Más bien, el conocimiento por el cual Pablo consideró todo pérdida es el conocimiento que llega por medio de que entremos a Cristo y que Cristo entre a nosotros. Es el tipo de conocimiento personal más profundo. Este conocimiento es el que es una unión completa y perfecta. Es estar en unidad con Aquel que es Dios.

Pablo estaba buscando “ganar a Cristo”. Cristo debe ser “ganado”. Cristo debe ser conseguido poniendo a un lado todo lo demás para que podamos adherirnos en todo aspecto a lo que Cristo nos presente diariamente. Debemos morar en Aquel que continuamente está presentando un reto diferente para los que quieran seguir morando en Él. Es tener una relación de momento a momento con el Jesús viviente—una relación que resulta en unión y en tener la misma vida, la misma voluntad, el mismo propósito, el mismo gozo, y unidad en personalidad y conducta.

Y encontrarme unido a él. No quiero mi propia justicia que procede de la ley, sino la que se obtiene mediante la fe en Cristo, la justicia que procede de Dios, basada en la fe. (Filipenses 3:9 NVI)

La doctrina por la que Pablo es conocido es la doctrina de la salvación basada en la gracia por medio de la fe. En ningún lado se explica más claramente esta doctrina que en Filipenses 3:3-15. Si queremos interpretar correctamente Romanos, Capítulos Tres al Cinco, debemos hacerlo considerando Filipenses 3:3-15. Aquí es donde Pablo explica “la justicia que procede de Dios, basada en la fe”.

En Romanos, Capítulos Tres al Cinco Pablo les explica a los Judíos que la salvación que Dios nos ha dado por medio de Cristo no está basada en obras de justicia que hayamos hecho ni en nuestra obediencia a la Ley y a los mandatos de Moisés.

El Judío está acostumbrado a complacer a Dios obedeciendo las obras de la Ley. Pablo señala que Dios nos ha dado Su justicia independientemente de que obedezcamos la Ley. Debemos dejar de aferrarnos a nuestros intentos de complacer a Dios por medio de la Ley para recibir la justicia que Dios ha dado en Cristo. La justicia de Cristo nos será adjudicada si levantamos la vista de nuestros esfuerzos muertos para complacer a Dios y recibimos por fe la justicia en Cristo con la que Dios nos a provisto.

Nosotros los Gentiles no tenemos como antecedente la Ley de Moisés. Nosotros estamos interpretando los argumentos de Pablo como que a Dios no le importa cómo nos comportemos. Pensamos que Dios nos está salvando del Infierno porque confesamos con nuestra boca que creemos en el Señor Jesús y porque creemos que Dios lo resucitó de los muertos.

El Judío converso tiene como antecedente su entrenamiento y su conciencia moral que quizá le servirá para evitar que peque hasta que aprenda a vivir según la Ley del Espíritu de vida en Cristo.

Muchos Gentiles no tienen este antecedente. Ellos conciben el Cristianismo como un regalo de vida y de gloria que es independiente de que ellos se sometan a un matrimonio de justicia. Ellos creen que simplemente tienen que confesar el nombre de Cristo y decir que creen en la postura doctrinal del grupo que los está evangelizando. Entonces creen ser salvos por “la gracia”, queriendo decir que Dios no se está fijando en su conducta sino en que hayan aceptado las verdades con respecto a Cristo.

La interpretación y aplicación que nosotros los Gentiles le damos a la doctrina de Pablo es una perversión a la intención de Dios en Cristo. Nuestra conciencia (si no es que nuestro sentido común) nos debería decir que Dios no envió a Su Hijo al mundo para que los Gentiles creyentes pudieran vivir como les plazca y luego entrar al Paraíso en la solidez de una postural doctrinal.

El concepto de la gracia Cristiana como una alternativa a vivir con santidad se parece al énfasis contemporáneo de hacer del hombre el centro y la circunferencia del universo y de los derechos de la gente, dando como resultado el rápido degenere de tanto la sociedad Cristiana como la secular. El nivel de comportamiento moral actual pronto traerá sobre la gente de la tierra las expresiones más terribles de la ira de Dios que la humanidad jamás haya experimentado.

Pablo les enseñó a los Judíos la diferencia entre intentar salvarse a sí mismos obedeciendo las obras de la Ley de Moisés, y recibiendo de Dios el don de salvación por medio de Cristo.

En Romanos, Capítulos Seis al Ocho, Pablo cuidadosamente explicó que la redención Cristiana, aquello que a final de cuentas nos dirige hacia la redención del cuerpo físico, obra en nosotros conforme por medio del Espíritu ponemos a morir las obras de nuestro cuerpo y seguimos al Espíritu de Dios. Estos pasajes están siendo ignorados hoy en día. Los creyentes se han aferrado a las explicaciones de Pablo a los Judíos en los Capítulos Tres al Cinco y están anunciando que Dios nos ha dado vida eterna sin importar cómo nos comportemos.

Este es un inmenso error doctrinal y está teniendo un efecto trágico sobre la humanidad. La luz del mundo no está brillando. Las iglesias no están exhibiendo las buenas obras de justicia por las que la gente glorificará a Dios.

La justicia que no nos llega por la Ley sino por medio de la fe en Cristo no es una justicia que recibimos conforme escogemos creer en hechos espirituales. La justicia que es por medio de nuestra fe en Cristo se explica en Filipenses 3:10. Nos es dada conforme interactuamos con el Jesús viviente, conforme experimentamos el poder que se manifestó en Su resurrección, y conforme nos asemejamos a Su muerte sobre la cruz. La fe no es simplemente creer. Vivir por la fe es participar en las experiencias que nos llevan a una unión cada vez más profunda con el Señor.

Lo he perdido todo a fin de conocer a Cristo, experimentar el poder que se manifestó en su resurrección, participar en sus sufrimientos y llegar a ser semejante a él en su muerte. (Filipenses 3:10 NVI)

“A fin de conocer a Cristo” significa entrar en unión con Él.

“Experimentar el poder que se manifestó en su resurrección” indica que aprendemos a intercambiar nuestra sabiduría y nuestras energías de carne y hueso por la Vida eterna que fluye de Dios por medio de Cristo. Esta Vida eterna se mueve y nos guía en el mundo, ayudándonos a vivir por encima de las tinieblas y la muerte con las que Satanás ha cubierto la humanidad.

No aprendemos en un breve momento a experimentar el poder que se manifestó en su resurrección. La habilidad para fluir en esa Vida eterna nos llega poco a poco conforme nuestra vida natural es disminuida y la Vida de Jesús toma su lugar.

“Llegar a ser semejante a él en su muerte” significa que el Espíritu de Dios nos guía en todas las áreas de negación a nosotros mismos que nuestro Señor conoció. Jesús fue crucificado por medio de la debilidad pero vive por el poder de Dios. Dios a propósito hace que toda sabiduría, todo conocimiento, todas las habilidades, todas las fuerzas y todos los talentos de nuestro hombre natural se vuelvan insignificantes para que en su lugar Él pueda introducir la Vida eterna que hay en Cristo.

La “justicia que procede de Dios, basada en la fe”, la fe por la que los justos de todas las épocas han vivido y servido a Dios, es unión con Dios en todo lo que Él Es y hace. Todos los santos de la historia han vivido de esta manera. La diferencia en la Era Cristiana se encuentra en el hecho de que la unión con Dios en todo lo que Él Es, es mucho más exigente de lo que había sido antes de la resurrección de Cristo. Además, se nos ha provisto de mucha más gracia Divina para hacer posible una unión mucho más completa.

Con esto podemos observar que la definición de la salvación por la gracia basada en la fe como “la entrada de un individuo injusto a tener comunión con Dios en base a su confesión doctrinal” no está de acuerdo con los escritos del Nuevo Testamento. Más bien, se ha llegado a tal definición sacando de su contexto unos cuantos versículos seleccionados.

¿Cuál es la meta que Pablo estaba tratando de alcanzar en su búsqueda incesante de unión con la Vida de Dios por medio de Cristo?

Así espero alcanzar la resurrección de entre los muertos. (Filipenses 3:11 NVI)

Pablo estaba tratando de avanzar hacia la redención de su cuerpo mortal, especialmente hacia la redención que vendrá para quienes estén preparados espiritualmente para ser manifestados con Cristo cuando Él aparezca.

El lograr todo lo que abarca la vida eterna será establecido y manifestado cuando nuestro cuerpo mortal haya sido resucitado de los muertos y revestido con una gloriosa casa de vida del Cielo (2 Corintios 4:17—5:4). Se debe lograr tal gloria avanzando hacia Cristo con total, consistente, y continua determinación. Todo lo demás, todas las demás metas, debe ser echado a un lado como no merecedor de la suprema meta que es ganar a Cristo.

En el Libro de Romanos, Pablo delineo la búsqueda de la vida eterna.

Los Capítulos Tres al Cinco de Romanos nos enseñan que no somos perdonados y liberados de la ira Divina en base a las obras de la Ley de Moisés sino en base al perdón de pecados hecho por la sangre del holocausto de Dios, por Cristo.

El Capítulo Seis de Romanos nos advierte en contra de seguir pecando después de haber creído y sido bautizados en agua.

En el Capítulo Seis, Pablo señala que nosotros que hemos recibido a Cristo tenemos que elegir. Podemos elegir servir la justicia o podemos elegir servir al pecado. Quienes no han recibido a Cristo no tienen elección. Ellos están bajo el dominio del pecado. Nosotros que hemos recibido a Cristo podemos, si lo deseamos, escoger servir la justicia.

Nota que nosotros debemos servir la justicia. Claro que esto significa servir a Jesús. Pero el concepto de servir la justicia necesita ser enfatizado porque esta expresión nos ayuda a darnos cuenta lo fuera de las Escrituras que es la definición contemporánea de la gracia Divina.

En efecto, habiendo sido liberados del pecado, ahora son ustedes esclavos de la justicia. (Romanos 6:18 NVI)

“Esclavos de la justicia.”

Si nosotros los Cristianos elegimos servir al pecado entonces moriremos. La vida espiritual interior que nos ha sido dada en Cristo no seguirá habitando en nosotros. Regresaremos a ser un hombre natural, un alma con vida.

Si nosotros los Cristianos elegimos ser esclavos de la justicia entonces creceremos en vida eterna. El final de este crecimiento será la redención del cuerpo mortal, será lograr la plenitud de la vida eterna. Lograr la plenitud de la vida eterna marca la restauración, la redención, de todo lo que fue perdido en el jardín del Edén.

Pablo nos dice que la paga del pecado es la muerte. Él se estaba dirigiendo a Cristianos que, después de haber creído en Cristo y haber sido bautizados, seguían viviendo en pecado.

La dádiva de Dios es vida eterna por medio de Cristo nuestro Señor (Romanos 6:23).

¿Acaso Pablo estaba diciendo que se nos da la plenitud de la vida eterna como una dádiva sin exigencias, sin tener que cambiar nuestra conducta, sólo por asentir correctamente con una profesión doctrinal con respecto a Cristo, con respecto a Su perdón y a Su resurrección?

Por supuesto que no. Una declaración como ésta al final del Capítulo Sexto echaría abajo la exhortación de todo el capítulo.

Pablo escribió Romanos 6:23, y luego se dirigió hacia los Judíos (en el Capítulo Siete) y les explicó que la Ley no podía darnos vida porque la Ley sólo enfatiza el pecado. La Ley no tiene el poder para liberarnos del pecado. El pecado es el que da como resultado tanto muerte espiritual como física.

¡Soy un pobre miserable! ¿Quién me librará de este cuerpo mortal? (Romanos 7:24 NVI)

En el capítulo octavo de Romanos, Pablo continúa la exhortación que comenzó en el capítulo sexto. Pablo, en el capítulo octavo, procede a explicar lo que quiso decir con “porque la paga del pecado es muerte, mientras que la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús, nuestro Señor.”

En el capítulo octavo, Pablo enlaza su enseñanza con respecto al perdón como una dádiva por medio de la expiación, y su exhortación en el Capítulo Sexto con respecto a que lograr la vida eterna está basada en lo que hacemos después de ser perdonados.

En Romanos 8:1, Pablo explica el aspecto condicional de lograr la vida eterna:

Por lo tanto, ya no hay ninguna condenación para los que están unidos a Cristo Jesús, los que no viven según la naturaleza pecaminosa sino según el Espíritu. (Romanos 8:1—NVI)

Ser perdonados de recibir la ira de Dios, explicado en los Capítulos Tres al Cinco, se equilibra con el requerimiento de seguir al Espíritu. Somos libres de sentir condenación siempre y cuando vivamos según el Espíritu de Dios. Si nosotros, habiendo sido perdonados por la sangre de Jesús, seguimos viviendo según nuestra naturaleza pecaminosa, entonces volveremos a estar bajo condenación.

Quizá la mayoría de nosotros conozcamos a alguien que haya aceptado a Cristo y que luego descuidó seguir viviendo para el Señor. El resultado de este descuido es obviamente la muerte espiritual. Este tipo de muerte puede ser observado en el “creyente” mundano. Decir que este individuo no está bajo condenación Divina porque en alguna ocasión hizo una profesión de creer en Cristo es alejarnos de la realidad espiritual y bíblica.

Nosotros debemos buscar la vida eterna. Debemos alcanzar la resurrección.

Pablo prosigue a decir que “por medio de él (de Cristo Jesús) la ley del Espíritu de vida me ha liberado de la ley del pecado y de la muerte” (Romanos 8:2).

Esto significa que hay autoridad y poder en el Espíritu de Dios que nos ayudará, si vivimos en el Espíritu, a vencer el pecado y la muerte que habitan en nuestra personalidad. Si vivimos en el Espíritu podemos vencer la más astuta y poderosa tentación a pecar.

Logramos vivir en el Espíritu orando mucho, meditando en las Escrituras, reuniéndonos con santos fervientes conforme tenemos esa oportunidad, presentando nuestro cuerpo como sacrificio vivo para poder conocer la voluntad de Dios para nuestras vidas, sirviendo al Cuerpo de Cristo con los dones que el Espíritu nos ha dado, y haciendo todo lo demás en nuestro poder para servir al Señor.

Nosotros debemos, si queremos entrar a la Vida Divina, hacer a un lado nuestra propia vida de Adán, tomar nuestra cruz, y seguir a Cristo con total e inquebrantable diligencia y dedicación.

Dios le da Su Espíritu a quienes lo obedecen. Si queremos habitar en el Espíritu de Dios, debemos obedecer a Dios en todo tiempo, orando sin cesar.

Solamente teniendo este deseo de servir al Señor de todo corazón es que podemos caminar en el Espíritu y lograr la victoria sobre el pecado y la muerte.

En el capítulo octavo de Romanos, como hemos dicho, Pablo explica lo que quiere decir con la expresión, “la paga del pecado es la muerte, mientras que la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús, nuestro Señor.”

Si nosotros los Cristianos vivimos siguiendo la lujuria de nuestro cuerpo y de nuestra alma, entonces moriremos espiritualmente.

Dios nos ha dado por medio de Cristo la autoridad y el poder de alejarnos de los caminos del pecado y la muerte para avanzar en vida eterna.

A fin de que las justas demandas de la ley se cumplieran en nosotros, que no vivimos según la naturaleza pecaminosa sino según el Espíritu. (Romanos 8:4 NVI)

Si no vivimos según el Espíritu, y elegimos mejor pasar nuestra vida dándole prioridad a comer, dormir, trabajar, jugar y reproducirnos, a morar “en la carne”, entonces la justicia de la Ley de Moisés no se cumple en nosotros. En ese caso sería como habernos divorciado de la Ley de Moisés pero sin habernos casado con Cristo. Sería intentar vivir como un espíritu “soltero”, que no está casado con Moisés ni con Cristo. Por ello estaríamos viviendo bajo condenación.

¿Cuántos creyentes no están casados ni con Moisés ni con Cristo? No obedecen la Ley y no están viviendo en Cristo. Están esperanzados en que su postura doctrinal los llevará al Paraíso espiritual cuando fallezcan. Pero están equivocados. Están morando en muerte espiritual. Su muerte espiritual será manifestada en el Día de Cristo.

Los que estamos viviendo en el Espíritu ya tenemos habitando en nosotros la posible redención de nuestro cuerpo.

Y si el Espíritu de aquel que levantó a Jesús de entre los muertos vive en ustedes, el mismo que levantó a Cristo de entre los muertos también dará vida a sus cuerpos mortales por medio de su Espíritu, que vive en ustedes. (Romanos 8:11 NVI)

Cuando recibimos a Cristo por primera vez, Dios pone en nosotros al Espíritu de vida de resurrección. Si nutrimos esta vida interior siguiendo al Espíritu de Dios, entonces, en el Día de Cristo, la vida espiritual interior que se ha estado desarrollando se extenderá hasta nuestro cuerpo mortal dándole vida. Esto es a lo que Pablo se refirió al decir alcanzar la resurrección de entre los muertos.

Si mejor elegimos vivir en los deseos de nuestro cuerpo, nuestra vida espiritual interior será grandemente debilitada y quizá, de hecho, deje de existir. En ese caso, seremos resucitados en el Día de la Resurrección como un mortal, que no posee inmortalidad.

Pablo más adelante sigue explicando que debido a que estamos buscando la vida eterna en nuestro cuerpo, a que estamos buscando la resurrección de entre los muertos, aquello que nos liberará de “este cuerpo de muerte”, es la razón por la que no le debemos nada a nuestro cuerpo. No estamos obligados a darle toda nuestra atención a sus apetitos y deseos.

Porque si ustedes viven conforme a ella [la naturaleza pecaminosa], morirán; pero si por medio del Espíritu dan muerte a los malos hábitos del cuerpo, vivirán. (Romanos 8:13 NVI)

El final de nuestra búsqueda de Cristo por medio del Espíritu es lograr la resurrección, es estar listos para ser manifestados en la plenitud de vida de resurrección en el Día de Cristo.

Y no sólo ella, sino también nosotros mismos, que tenemos las primicias del Espíritu, gemimos interiormente, mientras aguardamos nuestra adopción como hijos, es decir, la redención de nuestro cuerpo. (Romanos 8:23 NVI)

Repasemos por un momento las definiciones de la salvación, la gracia, la fe, y la vida eterna:

La salvación es ser liberado del pecado y de la muerte y entrar a una unión con Dios por medio de Cristo. La salvación es transformación moral.

La salvación nos llega como perdón, y luego como un tipo de desarrollo. La salvación perdona nuestros pecados y nos libera de la ira de Dios. Como desarrollo, la salvación destruye de nuestra personalidad toda injusticia, toda impureza espiritual, y toda desobediencia a Dios, y crea una nueva personalidad que está llena con la Vida de Cristo. La salvación también nos lleva a un matrimonio con Dios por medio de Cristo. La salvación es tanto instantánea como progresiva.

La gracia es ayuda Divina. Incluye toda la Virtud, la autoridad, y el poder que fluyen de Dios por medio de Cristo con el propósito de perdonarnos y luego de ayudarnos a proseguir por la fase de desarrollar la salvación.

La fe es buscar momento a momento en Jesús la gracia (la ayuda Divina) que nos ayuda conforme buscamos morar en Cristo en todo detalle de nuestra personalidad y conducta, volviéndonos justos, santos, y obedientes a Dios.

La vida eterna es unión con Dios por medio de Cristo en nuestro espíritu, en nuestra alma, y en nuestro cuerpo.

Los Cristianos que “logren vencer”, aquellos que sigan a Cristo a través de la etapa de desarrollo de la salvación, entrando a la plenitud de unión con Dios, vivirán (en sus cuerpos) y reinarán con Cristo durante el periodo de los mil años (Apocalipsis 20:4-6).

Tales individuos serán puestos sobre los tronos del universo, sobre los tronos espirituales en el aire que anteriormente estaban ocupados por Satanás y sus ángeles caídos.

Este es el real sacerdocio. Ellos han sido “decapitados por causa del testimonio de Jesús y por la palabra de Dios”. Esto significa que ellos han dejado de vivir según sus mentes humanas y están viviendo según la mente de Cristo—un logro extremadamente importante para el santo victorioso.

Las fuerzas espirituales son tan poderosas hoy en día que ahora—y todos los días que se aproximan hasta que Jesús aparezca en las nubes del cielo—las personas no pueden y no podrán tener sus propios pensamientos. O nos vamos a poner la mente de Cristo o recibiremos la marca del Anticristo en la mano o en la frente.

No avanzar hacia Jesús con todas nuestras fuerzas es dejarnos poner la marca del Anticristo por negligencia, es ser parte de las acciones y del pensamiento del sistema mundial económico actual. Debemos avanzar en una dirección o en otra.

Aquellos que obedecen la Palabra de Cristo de ser constantes serán guardados por el Señor durante la hora de tentación. Su presencia, Su Vida en nosotros nos ayudará a discernir y a alejarnos del espíritu del Anticristo. ¡Ay de quienes, habiendo escuchado la Palabra de Cristo, siguen viviendo en el espíritu del mundo! Serán atormentados con fuego y azufre en la Presencia de Cristo y de los santos ángeles de Dios.

Cosecharemos la Vida de Cristo al cien por ciento, o al sesenta por ciento, o al treinta por ciento. Estos no son porcentajes. Al sesenta por ciento no quiere decir que el sesenta por ciento de nuestra vida sea Cristo y el cuarenta por ciento restante sea carnalidad y que de todos modos seremos llevados al Reino. Más bien, los tres niveles de logro se refieren a la abundancia con la que cosecharemos a Cristo (se podría decir que es el número de toneladas por hectárea), y al nivel en el que reinaremos en el Reino de Dios.

Un cuerpo de carne y sangre no puede entrar al Reino de Dios. Sólo la Vida eterna que hay en Cristo puede entrar al Reino de Dios y en sí es el Reino de Dios. La parte de nuestra vida que no es de Cristo no puede entrar al Reino. El Lago de Fuego todavía tiene dominio sobre esa parte. Nuestra naturaleza carnal logra escapar el juicio siempre y cuando Cristo esté obrando en nosotros. Esto gracias al principio de las primicias.

Debido a que hay una porción de Cristo en nosotros, en nuestra naturaleza espiritual, toda nuestra personalidad es considerada santa aunque haya partes de nuestra naturaleza que todavía no hayan entrado a Cristo, o a la vida eterna. La parte de nuestra personalidad que no es Vida Divina no puede entrar al Reino de Dios. Sin embargo es salvada temporalmente gracias a la porción de las primicias de Cristo que está en nuestro hombre interior.

Nuestra tarea es perseverar en Cristo hasta que toda nuestra personalidad haya entrado a Cristo y se haya vuelto inmortal. Esto es tener la salvación al cien por ciento y está disponible para quien elija asirse de ella.

Si somos salvos pero no avanzamos hacia delante en Cristo, la parte de nuestra personalidad que no le hayamos entregado a Cristo será cortada y quemada. Perderemos parte de nuestra personalidad, seremos salvos como quien pasa por el fuego.

En el Día de Cristo cosecharemos lo que estemos sembrando el día de hoy. Si estamos sembrando vida en abundancia entonces cosecharemos vida en abundancia. Si sembramos una porción de nuestra carnalidad entonces cosecharemos una parte de vida y una parte de azotes y destrucción. El Señor Jesús, quien es nuestro Juez, decidirá nuestro destino en el Día del Señor.

La parte de nuestra personalidad que no rindamos a Cristo esa parte no entrará al Reino de Dios. Sólo aquello que haya sido llenado con Cristo sobrevivirá. Podremos entrar al Reino con abundancia o podremos presentarnos como un espíritu desnudo. La decisión y la responsabilidad son nuestras.

El que logremos el cien por ciento, o el sesenta por ciento, o el treinta por ciento dependerá del grado al que estemos dispuestos a rendir nuestra personalidad a Jesús para que sea re-creada, para que sea podada. La nueva creación es la única que es eterna, la única que es del Reino de Dios. Como Pablo declaró, todo lo que es provechoso para nuestra primera personalidad es pérdida para Cristo, es pérdida para el Reino de Dios, y pertenece a la primera creación; por lo tanto desaparecerá. Sólo aquello que es de Cristo vivirá en la Presencia de Dios por la eternidad.

Cuando Pablo estaba buscando alcanzar la primera resurrección él se estaba esforzando por volverse lo que Dios considera un “hombre”.

En el principio Dios creó al hombre a Su imagen.

Como hemos dicho anteriormente, el “hombre” debe ser creado en dos pasos. El primer paso es el desarrollo de la forma inicial del hombre, que consiste en un cuerpo material, un alma inteligente, y un espíritu que puede comunicarse con Dios. El segundo paso es el desarrollo de la forma permanente del hombre, que consiste de un cuerpo de carne y hueso espiritualizado, un alma que ha sido cambiado a la Sustancia e imagen de la Vida Divina, y un espíritu que está en unidad con el Espíritu Santo de Dios.

El primer hombre es un alma viva. Es un animal inteligente con el potencial de volverse “hombre”.

El segundo hombre es un espíritu que da vida (1 Corintios 15:45). Es la morada de Dios.

Se le ha otorgado al segundo hombre, quien es lo que Dios considera “hombre”, que reine sobre las obras de las manos de Dios.

El primer hombre es el polvo del suelo. El segundo hombre es el Señor del Cielo.

Al tratar de lograr la temprana resurrección de entre los muertos, Pablo estaba avanzando hacia volverse “hombre”.

Lo que nace de la carne es carne. La carne no tiene ningún beneficio. Un cuerpo de carne y sangre no puede entrar al Reino de Dios.

Lo que nace del Espíritu de Dios es Divino en Sustancia y en Naturaleza. Pertenece al Reino de Dios. Es eterno.

El hombre debe portar la imagen de lo terrenal así como la imagen de lo celestial para considerarse “hombre”.

La redención Cristiana no tiene como propósito que el primer hombre siga perpetuamente en el Paraíso espiritual. La redención Cristiana tiene como propósito completar lo que Dios considera “hombre”. ¡Qué gran diferencia es esto al punto de vista que tenemos actualmente! ¡Qué diferencia en significado! ¡Qué sentido de urgencia le da esto a las decisiones que nosotros los Cristianos estamos tomando con respecto a nuestra conducta en el mundo!

Es imposible insistir demasiado en la necesidad, en la urgencia, de que la gente Cristiana comprenda la ley del Reino de Dios de cosechar lo que se siembra. Lo que sembremos eso cosecharemos. Si estamos sembrando a nuestro primer hombre, a nuestra primera naturaleza natural, entonces cosecharemos corrupción en el Día de Cristo. La primera naturaleza es corrupta. ¿Qué enfrentará nuestra primera personalidad al ser resucitada?

Si nos entregamos al Espíritu Santo, siguiendo diligentemente al Señor a cada momento, en ese día nos presentaremos ante el Señor con vida nueva. No será la primera personalidad redimida la que se presentará ante el Señor Jesús, sino que será una nueva creación que ha sido creada de Su Vida así como Eva fue creada de la sustancia de Adán. Entraremos a la vida en ese día porque nos habremos convertido en vida. Entraremos a un cuerpo y a un medio ambiente compatible con aquello que ha sido desarrollado en nuestra personalidad espiritual.

¿Qué sucederá con el creyente que ha sido negligente en entrar a la fase de desarrollar la salvación, que ha creído en Cristo y ha sido bautizado en agua y luego que ha vivido según los apetitos y la lujuria de su cuerpo?

Las Escrituras (Romanos 8:13) dicen que morirá. Su vida de resurrección no será suficiente para permitirle que vaya con el Señor, como en el caso de las cinco jóvenes solteras (Mateo 25:1-13).

Los creyentes que están llenos con la vida, que están viviendo en la vida, serán llevados a encontrarse con el Señor cuando Él aparezca. Los Cristianos que no están viviendo en la vida eterna no irán a estar con el Señor. Más bien, se presentarán ante Él más adelante para ser juzgados. Toda la gente (con la excepción de aquellos que logren la primera resurrección) se presentarán ante el Señor Jesús cuando Él regrese. Solamente Él decidirá a quien se le permitirá entrar a la nueva era sobre la tierra y quien será echado al fuego atormentador.

Quienes logren la primera resurrección no tendrán temor de la segunda muerte. No hay nada en ellos que la segunda muerte pueda dañar. Toda su personalidad ha sido entregada a Dios y ha sido renovada en vida de resurrección. Todo lo que es de valor les ha sido regresado para poseerlo por la eternidad. Cuando Jesús aparezca, estos creyentes que han producido al cien por ciento serán revestidos con la casa de vida que ha sido creada en el Cielo gracias a que han sido cambiados por haberse adentrado a la muerte de Jesús mientras vivieron sobre la tierra.

Filipenses 3:11 habla sobre una de las principales metas del pacto nuevo, que es lograr la inmortalidad. La inmortalidad se perdió en el principio. El Señor Jesucristo ha venido del Cielo para que el hombre pueda volver a lograr la inmortalidad—para que no muera sino que tenga vida eterna.

La inmortalidad se perdió porque el hombre eligió pecar. Cristo ha venido para que podamos tener la habilidad de elegir el no pecar y para que podamos romper las cadenas del pecado y de la muerte a las que el hombre ha estado atado debido a su obediencia a Satanás.

Los santos que producen al cien por ciento son una primicia de la humanidad. Son santos victoriosos. Son los primeros humanos en lograr libertad espiritual. Dios los utilizará para liberar a los prisioneros de la tierra.

Los santos son la ciudad santa, la nueva Jerusalén. Todas las naciones de personas salvas de la tierra andarán a la luz moral y visible de la ciudad santa. Aquellos de entre las naciones que, bajo el ministerio y las enseñanzas de los hijos de Dios, aprendan a obedecer los mandamientos del Señor, se les permitirá comer del árbol de la inmortalidad para entrar por las puertas a la ciudad de Dios.

Dichosos los que lavan sus ropas para tener derecho al árbol de la vida y para poder entrar por las puertas de la ciudad. (Apocalipsis 22:14 NVI)

Por toda la eternidad será como lo es en la hora actual: aquellos que caminan en pecado y rebelión nunca lograrán alcanzar la inmortalidad; nunca se les permitirá entrar a la Presencia de Dios en Su ciudad.

Pero afuera se quedarán los perros, los que practican las artes mágicas, los que cometen inmoralidades sexuales, los asesinos, los idólatras y todos los que aman y practican la mentira. (Apocalipsis 22:15 NVI)

Hoy y para siempre, aquellos que elijan pecar en contra de Dios tendrán su porción en el lago que quema con fuego y azufre.

Por medio de Cristo, Dios nos ha dado la oportunidad de quitarnos las cadenas del pecado y de la muerte. Si hacemos esto diligentemente nos salvaremos a nosotros y a los que nos escuchan—salvarnos en el sentido de lograr ser libres de Satanás y de entrar en unión con Cristo, quien es la Vida eterna.

Si descuidamos la autoridad y el poder redentor que hay en Cristo entonces seguiremos sembrando muerte. Nosotros y a los que influimos ciertamente moriremos. No alcanzaremos la vida que el Señor Jesús traerá Consigo. Más bien, nos presentaremos ante Jesús y seremos juzgados en ese día. Si en ese entonces se nos permitirá vivir sobre la tierra en la era nueva eso será decidido por el Señor Jesús. Él es a quien Dios ha asignado para que juzgue al mundo.

Una cosa es llamar a Jesús, ¡Señor! Otra cosa muy diferente es hacer lo que Él dice. Al hacer lo que Él dice, al obedecer Su Palabra, logramos salvarnos.

Ten cuidado de tu conducta y de tu enseñanza. Persevera en todo ello, porque así te salvarás a ti mismo y a los que te escuchen. (1 Timoteo 4:16 NVI)

Las verdades que Jesús nos enseña, si las obedecemos, nos liberan del pecado y de la muerte. Si estamos dispuestos y si somos obedientes comeremos de lo bueno de la tierra. Si nos rehusamos a obedecer y nos rebelamos entonces nunca experimentaremos la bondad del Señor.

En la época en la que se escribió la Carta a los Filipenses, Pablo consideró que él todavía no había alcanzado la resurrección de entre los muertos—la resurrección que es antes del Día de la Resurrección general. Lograr la resurrección de entre los muertos es, como hemos dicho anteriormente, escapar la posibilidad de ser dañados por la segunda muerte, porque ya no habrá en nosotros ningún elemento sobre el que la segunda muerte conserve autoridad.

No es que ya lo haya conseguido todo, o que ya sea perfecto. Sin embargo, sigo delante esperando alcanzar aquello para lo cual Cristo Jesús me alcanzó a mí. (Filipenses 3:12 NVI)

En su última epístola Pablo habla como si su discipulado hubiera alcanzado su meta:

He peleado la buena batalla, he terminado la carrera, me he mantenido en la fe. Por lo demás me espera la corona de justicia que el Señor, el juez justo, me otorgará en aquel día; y no sólo a mí, sino también a todos los que con amor hayan esperado su venida. (2 Timoteo 4:7,8 NVI)

“Me espera la corona de justicia.”

Pablo ahora se refiere a su “meta” como la “corona de justicia”. Al que logre vencer de la iglesia de Esmirna se le dará “la corona de vida” (Apocalipsis 2:10).

¿Existe alguna diferencia entre la corona de justicia y la corona de vida? Probablemente no. En las Escrituras, la justicia y la vida van juntas así como el pecado y la muerte siempre van juntas.

Quizá la herejía más grande de todos los tiempos se ha extendido por las iglesias de nuestro día. Esta herejía es la doctrina de que el hombre puede heredar la vida eterna independientemente de presentar una conducta santa; que el hombre puede tener comunión con Dios y seguir practicando la injusticia, seguir actuando con impureza y seguir desobedeciendo.

El Señor Jesús no vino para entregarnos inmortalidad sin que tuviera que haber de nuestra parte ningún cambio de conducta. Más bien, nuestro Redentor vino para que por medio de Él pudiéramos alcanzar la salvación, para que pudiéramos vencer la presencia y los caminos de Satanás y entrar a la Presencia y los caminos de Dios.

Es verdad que por la eternidad el alma que peque morirá. Esta ley no cambiará en lo absoluto. El Cielo y la tierra como los conocemos pasarán pero la Palabra de Dios jamás pasará.

Por medio del Señor Cristo Jesús se nos ha dado la oportunidad de alejarnos del pecado y de entrar a la justicia, a la santidad, y a la obediencia a Dios. Conforme lo hagamos, conforme adoptemos la Persona y los caminos de Cristo, logramos alcanzar la resurrección de entre los muertos.

Tú, en cambio, hombre de Dios, huye de todo eso, y esmérate en seguir la justicia, la piedad, la fe, el amor, la constancia y la humildad. Pelea la buena batalla de la fe; haz tuya la vida eterna, a la que fuiste llamado y por la cual hiciste aquella admirable declaración de fe delante de muchos testigos. (1 Timoteo 6:11,12—NVI)

(“Filipenses 3:11”, 4088-1)

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