DEUTERONOMIO 16:16

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Texto bíblico tomado de la Santa Biblia, Nueva Versión Internacional © 1999 por la Sociedad Bíblica Internacional.
Traducción de Carmen Alvarez

La congregación de los varones Judíos para obedecer el mandato de Dios en Deuteronomio 16:16 es simbólica de las tres etapas de la redención Cristiana.

La Fiesta de los Panes sin levadura simboliza el perdón por la sangre, el arrepentimiento, el bautismo en agua, y la experiencia de volver a nacer.

La Fiesta de las Semanas (Pentecostés) ilustra la obra del Espíritu Santo –de Aquel que prepara fielmente a la Esposa para el Novio.

La Fiesta de los Tabernáculos representa la venida del Padre y del Hijo al santo, para hacer en él Su morada eterna.

Tres veces al año todos tus varones se presentarán ante el Señor tu Dios, en el lugar que él elija, para celebrar las Fiestas de los Panes sin levadura, de las Semanas y de las Enramadas [o Tabernáculos]. Nadie se presentará ante el Señor con las manos vacías. (Deuteronomio 16:16—NVI)

La Fiesta de los Panes sin levadura consiste de tres fiestas menores y cada una representa un componente de la salvación como aparece abajo:

Panes sin levadura (Lev. 23:6) El Arrepentimiento, el Bautismo en Agua

Primeros Frutos (Lev. 23:10) La Experiencia de Volver a Nacer

La primera fiesta solemne convocada de los Panes sin levadura es la Pascua. La Pascua nos habla de la sangre del Cordero de Dios, del Señor Jesucristo. Nadie se puede acercar a Dios y ser salvo si no es por medio de la sangre de Cristo, el Mesías. El Cordero de la Pascua era matado al ponerse el sol en el día catorce del mes de Abib.

La segunda fiesta de la gran celebración de los Panes sin levadura es la fiesta menor que lleva el mismo nombre –Panes sin levadura. Dicha fiesta se celebra el día 15 del mismo mes y con ella se inicia una celebración que dura una semana. El primer día de la semana de los Panes sin levadura es considerado como un Sábado importante.

Los Panes sin levadura representan el arrepentimiento, el despojo del pecado. Dondequiera que se predique debidamente el Reino de Dios, siempre se verá incluido el mandato del arrepentimiento. Para volvernos Cristianos debemos de dejar al mundo, a Satanás, a los deseos de la carne y a nuestro amor propio y egoísmo.

Si no nos arrepentimos de la atracción que sentimos por el mundo y de nuestra conducta pecaminosa, nunca podremos entrar en el Reino de Dios. Dios nos ha dado el bautismo en agua como expresión de nuestra muerte al mundo y entrada a Su Reino.

El arrepentimiento que sucede cuando recibimos por primera vez a Cristo es un alejamiento de nuestros pecados, y de los que en el mundo hablan con maldad, y obran con malicia y con envidia. El arrepentimiento sobre los diversos aspectos de la oscuridad espiritual que son parte de nuestra personalidad no sucede hasta más adelante en nuestra experiencia Cristiana –cuando somos más fuertes y más experimentados en la guerra espiritual.

Las tribus de Israel se enfrentaron a algunas batallas en el desierto, pero no fue sino hasta que cruzaron el Jordán cuando realmente comenzó la guerra para que pudieran entrar a su herencia.

La tercera fiesta de la convocación de los Panes sin levadura es la Fiesta de los primeros frutos. Esta fiesta se celebra el día 16 del primer mes, o sea, el segundo día de la semana que empieza con la fiesta menor de Panes sin levadura.

La Fiesta de los primeros frutos nos habla de la experiencia de volver a nacer. Cristo nace dentro de nosotros por medio del Espíritu Santo. Somos llenados de Vida Divina, de los primeros frutos de aquello que algún día llenará toda nuestra personalidad.

Vemos pues que la convocación anual de los Panes sin levadura comienza con la Pascua la cual se celebra la noche del día 14 del primer mes del año religioso, y concluye la noche del día 21 del mismo mes.

La congregación de los varones Hebreos para celebrar la Fiesta de los Panes sin levadura representa el primer gran escenario de la redención que es la salvación.

La salvación básica consiste de tres actos principales: (l) la sangre expiatoria que cubre nuestros pecados, derramada en la cruz del Calvario; (2) el arrepentimiento, el alejarnos del mundo, del pecado, y de nuestro egoísmo que demostramos al ser bautizados en agua; (3) la experiencia de volver a nacer, la creación en nosotros de la Vida Divina que comienza cuando recibimos a Cristo.

La sangre expiatoria que cubre nuestros pecados.

El arrepentimiento, incluyendo el bautismo en agua.

La experiencia de volver a nacer.

La segunda congregación anual de los varones Hebreos es la Fiesta de las Semanas, conocida por nosotros como Pentecostés. El término Pentecostés se deriva de la palabra griega que significa cincuenta. Pentecostés se celebra cincuenta días después de la Pascua.

Cristo fue crucificado durante la Fiesta Judía de la Pascua. Cincuenta días después, cuando todos los Judíos de todo el imperio romano se habían reunido para guardar la Fiesta de las Semanas, el Espíritu Santo fue derramado sobre todos aquellos Judíos que eran seguidores de Jesús de Nazaret.

El Espíritu Santo está activo en todos los aspectos del desarrollo de la Iglesia de Cristo. El Espíritu Santo les da poder a los santos para dar testimonio de la muerte expiatoria, de la resurrección triunfante y de la venida próxima a la tierra del Señor Jesucristo. El Espíritu Santo es quien santifica a los creyentes, transformando sus personalidades a la imagen de Cristo.

Por medio del Espíritu Santo podemos compartir con nuestros hermanos Cristianos la vida de Jesús, y además, mostrar a los que no son salvos las aguas de Vida que gratuitamente nos da Cristo.

Por medio del Espíritu Santo podemos vencer los deseos de la carne. A medida que el Espíritu Santo nos va revelando al Señor somos cambiados a Su imagen.

La celebración anual de los Panes sin levadura representa la salvación básica hasta la justicia que se basa en la sangre de la cruz. La celebración anual de las Semanas (Pentecostés) representa la obra del Espíritu Santo conforme Él da testimonio a través de nosotros, y también conforme nos va transformando a la imagen de Cristo para que así se puedan lograr en nosotros los propósitos eternos de Dios.

Y ¿qué podemos decir de la tercera celebración anual, la Fiesta de los Tabernáculos? ¿Qué representa esta tercera fiesta en la redención Cristiana? ¿Cómo se cumple espiritualmente la Fiesta de los Tabernáculos?

La Fiesta de los Tabernáculos o de las Enramadas consiste de tres fiestas menores. Cada una de ellas representa un aspecto del plan eterno que Dios tiene para nosotros:

Día del Perdón (Lev. 23:27) Nuestra Reconciliación con Dios

Tabernáculos (Lev. 23:34) El “Reposo” de Dios

La celebración de la Fiesta de las Trompetas representa el regreso del Rey, la resurrección de entre los muertos, la batalla espiritual, y la formación de los santos para formar parte del ejército del Señor.

El cumplimiento de la Fiesta de las Trompetas con relación al Reino de Dios es el son de las siete trompetas del libro de Apocalipsis, que termina con la primera resurrección de entre los muertos de los santos victoriosos y con la venida a la tierra del Reino de Dios. Cuando suene la última (séptima) trompeta, el Señor regresará encabezando Su ejército para tomar posesión de los reinos de este mundo.

Sin embargo, en este artículo no estamos tratando con el significado del cumplimiento de las fiestas del Señor en lo que concierne al Reino de Dios. Estamos mas bien tratando con la realización o el cumplimiento espiritual en la vida del creyente. Nos estamos refiriendo a la resurrección espiritual que toma lugar en el santo a medida que éste elige diariamente morir a sus impulsos carnales para caminar en el Espíritu de Dios.

El Rey, Cristo, nos llega personalmente. Cuando el Señor regrese del Cielo todos los ojos lo verán. Antes de Su venida visible al mundo, Él viene en Espíritu al Cristiano que esté verdaderamente dedicado a la obra del Reino de Dios (Juan 14:18-23). Jesús le hará ver aquellos aspectos de su personalidad que tienen que morir para que sea únicamente el Señor el que more en el creyente.

Es sumamente importante que el Cristiano no posponga para una fecha futura todos los aspectos de la resurrección de entre los muertos para poder continuar viviendo en la carne. Nosotros los Cristianos ya hemos pasado de la muerte a la vida de resurrección. Nuestra naturaleza espiritual ya se encuentra en el Cielo a la diestra de Dios, porque Cristo es nuestra Vida. Somos parte integral de Su resurrección. Ahora, el Señor debe de crear en nuestra personalidad la vida de resurrección para que se refleje en nuestros pensamientos y en nuestras obras esa parte de nosotros que ya está en el Cielo.

Después de arrepentirnos de nuestros pecados y de ser rociados con la sangre expiatoria, entonces nace en nosotros Cristo. Desde ese momento en adelante el Espíritu Santo busca ganar control de nuestra mente, de nuestra lengua, de nuestros propósitos, y de nuestras acciones. Se nos exhorta a vivir y a caminar en el Espíritu de Dios, y a huir de los apetitos del cuerpo y del alma.

Ahora mismo está operando en nosotros la resurrección de entre los muertos. No la resurrección del cuerpo sino la resurrección del espíritu y del alma. Nuestro hombre interno ya está respondiendo a la Vida Divina. Por esto Pablo nos advierte que si vivimos según la carne moriremos. Si gastamos el tiempo y las energías en asuntos del cuerpo y del alma, la Vida Divina que nos ha sido dada al recibir a Cristo será sacada de nuestra personalidad. Destruiremos nuestra propia resurrección.

Si no cultivamos la Vida Divina que ha nacido en nosotros, quedamos en una condición carnal. Se nos hará cada vez más y más difícil responder al llamado de Cristo. Y al no poder oír Su voz tampoco podremos responder a Él cuando regrese del Cielo.

Algunos serán llevados, mas otros, aquellos que descuidaron su salvación, no lo serán. Por lo tanto, es de suma importancia que ahora estemos llenos de la Vida de resurrección para que cuando vuelva el Señor nuestras lámparas estén alumbrando brillantemente.

Después de ser salvos y bautizados con el Espíritu Santo entramos en la Vida del Espíritu Santo. Aprendemos a entregarnos al Espíritu de Dios. Parte del cumplimiento espiritual de la Fiesta de las Trompetas es aprender a caminar en la disciplina y en la libertad verdadera de la Vida de resurrección del Espíritu de Dios. Suena la trompeta del Señor y los muertos resucitan y caminan en vida eterna.

El Señor Jesucristo trabaja fielmente con nosotros, preparándonos el lugar que nos corresponde en Su Reino. El santo verdadero tiene comunión diaria con su Rey (aunque a veces el camino se vuelva oscuro y perplejo y tengamos que caminar con fe ciega). El cumplimiento espiritual central de la Fiesta Levítica de las Trompetas es cuando el Señor nos llega de esta manera especial.

Después de ser salvos y de recibir al Espíritu Santo empieza la batalla espiritual. Cuanto más andemos en nuestro discipulado más intensa se hace la batalla.

El ser humano que no es salvo es una cueva de oscuridad espiritual. Ya sea que sean evidentes o no los apetitos de la carne, estos de todos modos están presentes. La “cueva” de la personalidad humana está llena de murciélagos y de bichos, por así decirlo. Hay además un gran “leviatán” que vive en la cueva y que la guarda de toda invasión. El nombre del leviatán es el Rey Yo.

Después de recibir a Cristo y de ser bautizados con el Espíritu de Dios, la Luz de Dios comienza a entrar en nuestra cueva. Se exponen y se expulsan a los murciélagos y a los demás bichos, aunque no todos a la vez. El Rey Yo va retrocediendo a medida que avanza la Luz. Puede ser que hasta apruebe la limpieza de su cueva. Puede ser que se vuelva religioso.

Dios tiene sus propios medios para tratar con el Rey Yo. Dios utiliza los sufrimientos que compartimos con Cristo para darle muerte al Rey Yo. Nuestra cruz personal es un mecanismo de destrucción que ataca y destruye al Rey Yo.

La Fiesta de las Trompetas representa la venida del Espíritu de Cristo a nosotros, la resurrección de entre los muertos de nuestra naturaleza espiritual, y la batalla contra el pecado que mora en nuestra carne y contra nuestra voluntad propia, nuestro egoísmo y nuestro amor propio. En este punto es cuando aprendemos a ser parte del ejército del Señor o somos rechazados. Somos rechazados si rehusamos la disciplina baja la cual el Señor nos quiere llevar.

El Día del Perdón (el Día de la Reconciliación), la segunda fiesta menor de la celebración de los Tabernáculos, nos habla de nuestra reconciliación con Dios. Esta reconciliación comienza cuando Jesús derrama Su sangre sobre nosotros, continúa con la separación de nuestra naturaleza nueva que batalla contra el pecado y la voluntad propia, y llega a su perfección y a su término conforme nuestra unión con Cristo va aumentando. El Día del Perdón tiene como resultado la boda de los santos con el Cordero.

Tanto el Día del Perdón como las otras seis fiestas comienzan cuando aceptamos a Jesús como nuestro Señor y Salvador, y cuando somos bautizados con agua. De ese momento en adelante debemos de separarnos del mundo y comenzar nuestro peregrinaje hacia la plenitud de Dios (Efesios 3:19).

Sin embargo, una gran parte de nuestra personalidad aún no ha sido reconciliada con Dios. Nuestra carne está llena de toda clase de pecado. Y lo peor es que nuestro egoísmo está firmemente plantado como amo de nuestra personalidad. El Rey Yo no tiene la menor intención de dejar que el Señor se meta con la fuente de nuestra voluntad y de nuestras imaginaciones.

Durante la Fiesta Levítica del Día del Perdón (Levítico, Capítulo Dieciséis), el sumo sacerdote entraba en el Lugar Santísimo y rociaba el propiciatorio con sangre. Luego, el sacerdote confesaba los pecados de Israel poniéndolos sobre la cabeza de un cabrito vivo, y por último echaba el cabrito fuera a un lugar deshabitado.

Cada uno de nosotros que busque el reposo de Dios, la plenitud de Cristo, deberá pasar por el proceso de reconciliación en el cumplimiento espiritual del Día del Perdón. Una vez que el Espíritu Santo nos muestre nuestros pecados debemos de estar dispuestos a confesarlos. Debemos igualmente estar listos para aguantar meses y años de pruebas y de tribulaciones a medida que el Señor derrota y luego da muerte al Rey Yo que está sentado en el trono de nuestra personalidad.

Pasamos por muchas obras de gracia, muchas intervenciones Divinas, a lo largo del camino que nos lleva a la consumación de la redención –a ese “reposo” de Dios representado en la Fiesta de los Tabernáculos. La Fiesta de los Tabernáculos, la tercera fiesta menor de la congregación anual del mismo nombre, representa la unión total de los santos con Dios y con Cristo a través del Espíritu Santo.

Al inicio de la experiencia de la salvación, y después del arrepentimiento de la vida que se llevaba anteriormente en el mundo, el creyente es rociado con la sangre de la Pascua. El bautismo de agua es un paso que tomamos en obediencia a Dios a medida que buscamos entrar en el Reino de Dios. Dios responde a nuestro arrepentimiento y a nuestra obediencia dándonos la experiencia de volver a nacer –el implantar la naturaleza Divina en la personalidad humana.

El Espíritu Santo, parte de la Trinidad que ha estado en el mundo desde que Jesús ascendió al Padre, entra en el santo para morar con él para siempre. El Espíritu Santo da poder al Cristiano para que de testimonio de la muerte, de la resurrección y del regreso del Señor Jesucristo del Cielo.

Entonces, el Rey, Cristo, por medio del Espíritu Santo comienza la obra de juicio eterno sobre el pecado y la voluntad propia que se encuentran en nuestra personalidad. Esta es la batalla santa, un Armagedón en miniatura en el que Satanás (los deseos de la carne), el Anticristo (la voluntad propia) y el Profeta Falso (el engaño religioso) son echados fuera del santo de Dios.

Es imposible establecer una reconciliación perfecta y apacible con Dios hasta que no sea echado fuera del cuerpo, del alma, y del espíritu toda traza de pecado, de ensimismamiento, y de engaño religioso.

La Fiesta de los Tabernáculos representa la venida del Padre y del Hijo (el camino habiendo sido preparado por el Espíritu Santo) para morar eternamente en nosotros. Esta es la consumación de la obra de la salvación en nosotros; el producto final de las obras precedentes a la redención.

Le contestó Jesús: –El que me ama, obedecerá mi palabra, y mi Padre lo amará, y haremos nuestra vivienda en él. (Juan 14:23-NVI)
En él todo el edificio, bien armado, se va levantando para llegar a ser un templo santo en el Señor. En él también ustedes son edificados juntamente para ser morada de Dios por su Espíritu. (Efesios 2:21,22-NVI)

Las Escrituras nos indican que debemos de edificar el templo eterno de Dios. El Dios escondido desea revelarse tanto a los cielos como a la tierra. ¿Cómo se revelará? Lo hará a través del hombre cuando ya esté en Su imagen. El hombre y la mujer constituyen la imagen invisible de Dios.

Adán y Eva fueron el comienzo, el bosquejo tenue de la revelación de Quién es y Qué es Dios. Cristo es la revelación plena de Quién es y Qué es Dios. Cristo es el Verbo, el Logos, la Expresión, la Encarnación, la Persona visible que le proclama al Cielo y a la tierra el Ser, las palabras, el camino, las obras y los propósitos del Dios Todopoderoso del Cielo y de la tierra.

¿Va a ser Cristo, que es la revelación perfecta de Dios, la única revelación de Dios?

Sí, y no. Sí, en cuanto a que los miembros del cuerpo siempre revelarán a Jesús así como Jesús siempre revela al Padre. El Señor Jesucristo siempre es la revelación de Dios. No, en cuanto a que Cristo se está agrandando a través de los miembros de Su cuerpo.

El Señor Jesucristo sigue siendo el hijo unigénito de Dios, el Verbo desde la eternidad. Dios ha decidido llevar a la gloria a muchos hijos; muchos hijos –pero nunca separados del Unigénito. Los otros hijos serán ramas que nacerán del Hijo. Así es como Cristo permanece siendo la figura central y el Señor sobre todo.

Habrá muchas habitaciones en la casa de Dios. Cristo es la única casa eterna y verdadera de Dios. Dios mora únicamente en Cristo. Mas el Señor se está agrandando (Efesios 4:12-16).

Si el Señor Jesucristo hubiera sido destinado a ser la única expresión de Dios, Él nos lo habría dicho. Él habría establecido Su Reino cuando estuvo aquí por primera vez ya que todo habría estado en su debido orden.

El misterio de Dios es que Cristo será engendrado en mucha gente convirtiéndola en un agrandamiento de Él y en habitaciones adicionales en la casa eterna de Dios.

Jesús ha tenido que renunciar a la nación de Israel y al trono que le corresponde hasta que Su Cuerpo haya sido formado. Tan pronto como Su Cuerpo haya logrado el nivel de perfección que Dios espera, entonces habrá muchas habitaciones donde el Señor podrá morar. A través de estas moradas, Él podrá expresarse a Sus criaturas.

Es imposible que los hijos de Adán se conviertan en la morada del Padre. La corrupción no puede heredar la incorrupción. Por lo tanto, el Señor Jesucristo tuvo que regresar al Padre para que a través de Su naturaleza Divina podamos nosotros ser nuevas creaciones, o sea, espíritus que den vida (1 Corintios 15:45)

El Señor Jesucristo y el Padre pueden morar en espíritus que den vida porque éstos han sido forjados de la Vida incorruptible de Dios. Así es como el Señor está preparando un lugar para nosotros en Él mismo, y a su vez, un lugar para el Padre y para Él en nosotros. Esta preparación se logra a medida que el Señor quita de nosotros nuestros pecados y le da muerte a nuestra naturaleza egoísta. Jesús es la única morada verdadera del Padre y las habitaciones en la casa del Padre son habitaciones en Cristo.

Un lugar en Cristo ha sido preparado para nosotros.

En el hogar de mi Padre hay muchas viviendas; si no fuera así, ya se lo habría dicho a ustedes. Voy a prepararles un lugar. (Juan 14:2—NVI)

Un lugar está siendo preparado para Cristo.

Es Dios quien nos ha hecho para este fin y nos ha dado su Espíritu como garantía de sus promesas (2 Corintios 5:5—NVI)

“Es Dios quien nos ha hecho para este fin.”

Observa que el “hogar del Cielo” no es una mansión en el Cielo a la que vamos sino un hogar que viene del Cielo, que se forma de la vida de resurrección que nos eleva de nuestras aflicciones y que nos envolverá en el día de la resurrección.

Realmente, vivimos en esta tienda de campaña, suspirando y agobiados, pues no deseamos ser desvestidos sino revestidos, para que lo mortal sea absorbido por la vida. (2 Corintios 5:4—NVI)

¿Qué es lo que Cristo ha hecho para preparar un lugar para nosotros en Él, y para Él en nosotros, para que así podamos convertirnos en habitaciones gloriosas en la casa eterna de Dios?

El Señor Jesús nos ha dado el don del arrepentimiento que nos permite rechazar las tentaciones del mundo y buscar la Presencia y la bendición de Dios.

Él ha derramado Su preciosa sangre en la cruz. Su sangre ha sido rociada encima y delante del propiciatorio celestial y sobre toda persona que por fe recibe a Cristo. Ahora podemos ir libremente ante el trono de gracia para recibir la ayuda de Dios en nuestros momentos de necesidad. Hemos sido, y seguimos siendo, limpiados del pecado conforme el Espíritu de Dios y de Cristo obran conjuntamente para lograr nuestra santificación (para hacernos santos).

El Señor Jesús nos ha dado Su cuerpo para comer y Su sangre para beber. Conforme compartimos sus sufrimientos y somos cambiados a Su muerte, aprendemos a vivir por Él así como Él vive por el Padre. Su cuerpo y Su sangre son nuestra vida eterna. Si nosotros vivimos por el cuerpo y la sangre de Cristo, Él nos elevará a Sí mismo en Su aparición.

El Señor nos ha dado el mandamiento del bautismo en agua. Al bautizarnos con agua proclamamos y le demostramos al Cielo y a la tierra que no somos ya parte del reino de Satanás sino que hemos muerto al mundo y hemos resucitado con Cristo para ser parte del Reino eterno de Dios.

Cristo ha derramado el Espíritu Santo sobre nosotros dándonos poder para dar testimonio y para vencer al mundo, a Satanás, al engaño religioso y a nuestros propios malos deseos y egoísmos. Además, el Cristo resucitado le ha dado ministerios y dones a Su Cuerpo para que este llegue a la plenitud de la unidad y de la madurez.

Jesús nos ha resucitado espiritualmente para que podamos caminar con vida nueva. Ya estamos espiritualmente vivos ante Dios, y somos aceptados por Él. Todas estas obras de redención han tenido como propósito preparar un lugar para nosotros en la casa del Padre que es Cristo –Cabeza y Cuerpo.

El Señor le dijo a Pedro y a los demás que debían de permanecer en Él. Ellos se quedaron ahí parados discutiendo lo imposible que era que un hombre morara en otro. El Señor Jesús tuvo que ir a la cruz, y luego al Padre, y luego ser grandemente glorificado, antes de que fuera posible que Sus seguidores pudieran morar en Él.

El camino ha sido preparado gloriosamente para cada uno de nosotros. ¿Qué queda por hacer?

Falta que Cristo, el Rey de Gloria, venga a nosotros a través del Espíritu Santo (Juan 14:3,23) para que Él personalmente nos limpie de todo lo que todavía queda de Satanás en nuestra personalidad, el que antes ocupaba nuestra personalidad. El Señor llega y hace Su trabajo para asegurarse de que tanto Él como el Padre puedan ocupar nuestra personalidad sin ninguna perturbación. En cada uno de nosotros que ha sido lavado con la sangre y que está lleno del Espíritu de Dios se lleva a cabo la obra de reconciliación, del juicio eterno, y de la batalla sin concesiones contra los espíritus impuros.

Y si me voy y se lo preparo, vendré para llevármelos conmigo. Así ustedes estarán donde yo esté. (Juan 14:3—NVI)

El contexto de Juan 14:3 no es la venida donde todos los ojos lo verán, más bien es la venida a sus discípulos representando el cumplimiento espiritual de la Fiesta de los Tabernáculos (Levítico 23:42).

Observa la “venida” del Señor que se presenta en el siguiente versículo, que está en el mismo contexto con Juan 14:3:

Judas (no el Iscariote) le dijo: –¿Por qué, Señor, estás dispuesto a manifestarte a nosotros, y no al mundo? Le contestó Jesús: –El que me ama, obedecerá mi palabra, y mi Padre lo amará, y haremos nuestra vivienda en él. (Juan 14:22,23—NVI)

Cuando Cristo estuvo con nosotros en la tierra no había forma de que la persona pudiera acercarse a Dios y convertirse en una habitación en la casa de Dios. Ahora, se nos ha preparado el camino para convertirnos en una parte del Cuerpo de Cristo que es la morada eterna de Dios. Se ha derramado la sangre. Se ha quebrantado el cuerpo. Se nos ha enviado al Espíritu Santo. Todo se ha alistado y está en orden.

El Señor de Gloria está ante la puerta del corazón de todo creyente, y toca. Cristo desea entrar en nosotros y cenar Su propio cuerpo y Su propia sangre con nosotros. Si le permitimos esto, él juzgará y echará fuera de nosotros todo lo que aún queda de Satanás, del mundo y de nuestro egoísmo.

No le es posible a ningún miembro de los elegidos de Dios encontrar la realización de su personalidad y de su destino hasta que Dios, en Cristo, esté en reposo en el creyente y él en Cristo.

Cristo vino del Padre y regresó al Padre. Cristo vive eternamente en el Padre y el Padre en Él.

Ahora, Cristo ha venido a las iglesias para recibirnos a Él. Su amor nos ordena que donde Él esté (en el Padre) ahí también estemos nosotros.

Cristo es el Camino del Padre y el Camino al Padre. Cristo es la Verdad sobre el Padre y la Verdad desde el Padre. Cristo es la Vida del Padre y la Vida desde el Padre.

La imagen de un hombre es lo que él piensa, lo que él hace, y lo que él dice –lo que es en su personalidad. La imagen de Dios es lo que Él piensa, lo que Él hace, y lo que Él dice –lo que Es en Su personalidad. Cristo mismo es lo que Dios piensa, lo que Dios hace, y lo que Dios dice –lo que Dios Es en Su personalidad.

Cuando Cristo y el Padre moran, por medio del Espíritu Santo, en un ser humano, este empieza a hacerse en la imagen del Dios invisible. Empieza a hacer las obras de Dios. Empieza a hablar las palabras de Dios. Su vida se convierte una con la Vida eterna de Dios. La Estrella de la Mañana brillará en su alma. Se despunta en él el día eterno del Señor. Se convierte en el testimonio, en la imagen de Dios.

La Fiesta de los Panes sin levadura representa la cobertura hecha por la sangre, el arrepentimiento, el bautismo de agua, y la experiencia del volver a nacer.

La Fiesta de las Semanas (Pentecostés) representa la obra del Espíritu Santo –de Aquel quien en perfecta lealtad prepara a la Esposa del Novio.

La Fiesta de los Tabernáculos representa la plenitud de la redención –la venida del Padre y del Hijo para hacer Su morada eterna en el santo. Esto es “lo perfecto” de 1 de Corintios 13:10.

El camino en Cristo ha sido abierto para nosotros. La sangre ha sido rociada. El Espíritu Santo ha sido enviado del Cielo. Tenemos disponibles el cuerpo y la sangre de Cristo que nos permiten participar de la Vida Divina. La verdad está escrita en la Palabra y es personificada en Cristo. Además, tenemos a un gran Sumo Sacerdote, al Señor Jesucristo Quien vive para interceder siempre por nosotros.

Un lugar ha sido preparado para nosotros. Ahora, permitámosle a Cristo venir junto con el Padre para que Ellos puedan hacer Su morada eterna con nosotros.

(“Deuteronomio 16:16”, 4091-1)

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