ALCANZANDO LA HERENCIA

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Texto bíblico tomado de la Santa Biblia, Nueva Versión Internacional. ©1999 por la Sociedad Bíblica Internacional

Traducido por Carmen E. Álvarez


El Padre le ofreció al Señor Cristo Jesús una maravillosa herencia. El Señor Jesús luego tuvo que vencer todos sus enemigos para poder lograr Su herencia. Él tenía un trabajo que hacer y Él lo terminó.

A cada uno de nosotros el Padre nos está ofreciendo una maravillosa herencia—ser hijo y heredero de Dios. A ningún ángel se le ha ofrecido una herencia como ésta. Pero está siendo ofrecida a nosotros.

Se nos exige que venzamos, por medio de Cristo, a todos los enemigos que buscan evitar que logremos nuestra gran herencia. Nosotros tenemos nuestra propia tarea, y es nuestra responsabilidad, con la ayuda del Señor, terminarla en el mismo espíritu de fidelidad que el Señor también mostró.

El perdón de pecados es el aspecto inicial de la salvación Cristiana. Dios perdona nuestros pecados por medio de Cristo para que Él pueda proseguir con la tarea principal de cambiarnos a la imagen de Jesús y de llevarnos a una unión Consigo mismo. La transformación y la relación con Dios son el énfasis principal del pacto nuevo.


ALCANZANDO LA HERENCIA

¿Cómo escaparemos nosotros si descuidamos una salvación tan grande? Esta salvación fue anunciada primeramente por el Señor, y los que la oyeron nos la confirmaron. (Hebreos 2:3NVI)

La salvación Cristiana es un viaje. Comienza con un gran desfile conforme marchamos saliendo de Egipto (del mundo). Nos arrepentimos de nuestros pecados. Recibimos a Cristo. Somos bautizados en agua. Volvemos a nacer. Somos llenos del Espíritu Santo. Es una de las épocas de mayor gozo y significado. Marca el comienzo de nuestra vida eterna con Dios.

Se asume que la meta de nuestro viaje es residencia en el Cielo después de que fallezcamos. Si recibimos a Cristo cuando tenemos quince años, y morimos cuando tenemos ochenta y cinco, tenemos setenta años de espera para alcanzar nuestra meta. ¿Qué hacemos entretanto?

Debido a que los seres humanos encuentran difícil responder a las exigencias totales del discipulado que Jesús nos presenta (rechaza el mundo, toma tu cruz, y sígueme); debido a que no siempre percibimos una relación vital entre tales exigencias totales con nuestra meta (después de todo, ¡llegamos al Cielo por la gracia!); y debido a que nuestros enemigos son muchos, astutos y viciosos; no es raro que el creyente que en alguna ocasión se sintió lleno de entusiasmo ahora descuide las rigurosas exigencias de Cristo en favor de abordar la vida de una manera más relajada. Existen en el mundo (en las naciones prósperas) muchas cosas interesantes que podemos hacer en lo que nos morimos o en lo que el Señor regresa.

El Libro de Hebreos es para los Cristianos una advertencia del peligro espiritual de no servir a Cristo con todo nuestro corazón, toda nuestra mente, y con todas nuestras fuerzas.

Uno no puede encontrar a muchos creyentes que hayan renunciado al mundo, que estén tomando su cruz personal—habitando en su prisión personal—, y que estén siguiendo a Cristo con todo su corazón, alma, mente y fuerzas. Seguramente hay algunos, pero aparentemente no muchos. Sin embargo es imposible ser un Cristiano, un discípulo de Cristo, si no rechazamos el mundo, tomamos nuestra cruz y seguimos a Jesús.

En nuestra época el Cristianismo está en una condición deplorable.

Una de las razones principales para la falta de discipulado bíblico es la ignorancia de la meta de la redención.

En primer lugar, permítenos declarar que la meta de la salvación Cristiana no es ir al Cielo al morir. Sí existe un Paraíso, un Cielo. Dios, Cristo, los santos, y los ángeles elegidos viven ahí en estos tiempos. Pero la residencia eterna en el Cielo no es la meta de la salvación. Estudia el Antiguo Testamento y el Nuevo Testamento y decide por ti mismo si la residencia eterna en el Paraíso espiritual es la meta de la salvación Cristiana.

La verdad está en que los dos aspectos principales de la meta de la redención Cristiana son (1) ser transformados a la imagen del Señor Jesús; y (2) estar en unión con el Padre por medio del Hijo.

Porque a los que Dios conoció de antemano, también los predestinó a ser transformados según la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito entre muchos hermanos. (Romanos 8:29NVI)
Para que todos sean uno. Padre, así como tú estás en mí y yo en ti, permite que ellos también estén en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado. (Juan 17:21—NVI)

Los primeros capítulos del Libro de Hebreos discuten varios objetivos hacia los que debemos estar avanzando diligentemente:

  • Volvernos hijos de Dios, hermanos de Cristo.
  • Crecer a la plena estatura y madurez de la imagen de Cristo.
  • Gobernar sobre todas las obras de las manos de Dios.
  • Entrar al día de reposo de Dios—dejando de hacer nuestras propias obras y fluir en la Vida de Dios Padre.
  • Conquistar todos nuestros enemigos espirituales.

Los anteriores no son todos los elementos de la meta de la redención Cristiana pero pueden servir para que el lector comprenda que la salvación Cristiana sí tiene objetivos específicos y que no debe esperar hasta morir para obtenerlos. Cada día de la vida del creyente, éste debe aspirar a ellos con toda la diligencia con la que, ayudado por el Señor, sea capaz.

Dios tiene en mente un destino específico para cada santo a quien Él llama. Él conoce cada página del libro de nuestras vidas. Ciertamente, nuestra salvación es grandiosa. Dios no quiere que desperdiciemos nuestra vida yendo en otras direcciones—direcciones que nosotros mismos escogemos. Dios sabe exactamente lo que Él quiere con cada uno de nosotros. Pero, como hemos dicho, existen numerosos enemigos espirituales que constantemente están intentando evitar que cada uno de nosotros entre a su única y original herencia en el Señor Cristo Jesús.

Algunos de estos enemigos astutos y viciosos son los siguientes:

Satanás. Satanás siempre está intentando destruir a quienes han sido llamados a ser hijos de Dios, aquellos que están esforzándose para entrar al poder y la gloria que les pertenece por herencia. El número de demonios está aumentando diariamente, invadiendo a la gente de la tierra—especialmente, aparentemente, a los ciudadanos de las naciones prósperas del Oeste.

El mundo actual. El mundo no es nuestro amigo. El mundo asesinó a Cristo y nos vencerá si no tenemos cuidado. El mundo busca constantemente que nos ocupemos de sus cosas, sus circunstancias, y de mantener su amistad en lugar de ocuparnos con buscar el Reino de Dios y Su justicia.

El Falso Profeta. El Falso Profeta es el espíritu de engaño religioso. El espíritu de engaño religioso se ha esparcido entre los Cristianos. La enseñanza actual del “arrebato” antes de la tribulación es un ejemplo. Otro es la definición no bíblica de la “gracia” en la que Dios está ofreciéndonos una amnistía eterna incondicional de tal manera que una conducta justa y santa no es parte esencial de nuestra vida eterna. En muchos casos, este error ha echado abajo el testimonio de las iglesias Cristianas.

El Falso Profeta es el intento del hombre de imitar a Cristo sin rechazar el mundo, tomar nuestra cruz, y seguir a Jesús. Es la búsqueda del poder individual del alma en el reino sobrenatural usando el nombre del Señor Jesús.

El Falso Profeta está infiltrándose en las iglesias Cristianas de nuestro día, especialmente en las iglesias Carismáticas. Los creyentes, dormidos en el regazo de la prosperidad material, no se dan cuenta de que la voz que están escuchando es la del Falso Profeta. Él los está persuadiendo de que Dios desea que ellos sean prósperos y que estén cómodos en el mundo actual.

El Anticristo. El Anticristo, la bestia, es el espíritu de la democracia, de los derechos de la gente, del liberalismo. Es el hombre echando a un lado la autoridad y considerándose a sí mismo Dios.

El autor cree que el espíritu de la democracia, de los derechos de la gente, de la libertad de palabra como son actualmente interpretados y practicados en Norteamérica, vencerá cualquier otro tipo de gobierno incluyendo toda forma de socialismo. El Falso Profeta, especialmente en los creyentes Cristianos, trabajará junto con el espíritu de la democracia para establecer un gobierno mundial que aparentemente será Cristiano pero que terminará siendo el enemigo de Cristo más perverso, más sutil, y más destructivo de los 2,000 años de la historia de la Iglesia.

Acabamos de tener elecciones presidenciales en los Estados Unidos (1996). El presidente actual ha sido re-elegido. Dice ser Cristiano y de hecho se ha rodeado del apoyo de pastores Cristianos. Sin embargo, su historial en el gobierno parece favorecer la anarquía y tiene una difundida reputación no tener carácter moral. No parece ser un discípulo del Señor Jesús que está cargando su cruz, es decir, un Cristiano verdadero. Sin embargo, no se escucha que se vean ofendidas las iglesias a las que asiste. Así mismo será en los días del Anticristo.

La voz es de Jacobo pero las manos son de Esaú.

Nosotros no creemos que el Presidente sea el Anticristo mencionado en el Segundo Libro de Tesalonicenses. Pero somos de la opinión que el Anticristo será una persona persuasiva y encantadora de gran carisma que fingirá su Cristianismo de esta misma manera.

La adoración de dinero. Las Escrituras nos advierten que el dinero es la raíz de todo mal. Sin embargo hay líderes Cristianos prominentes que enseñan que los Cristianos deben ser prósperos en el mundo actual.

Babilonia (la religión dirigida por el hombre). Babilonia representa el esfuerzo religioso sin conocer la voluntad de Dios, así como la Torre de Babel era un intento de glorificar y unificar al pueblo sin incluir al Señor. Babilonia representa a aquellas iglesias Cristianas y aquellos sistemas religiosos que están edificándose usando su propia sabiduría y sus propias fuerzas.

Laodicea. El espíritu de Laodicea es el de la apatía, el de la presunción que surge del énfasis en “los derechos del pueblo”. Debido a lo “amistoso” de los gobiernos del anticristo hacia el Cristianismo tibio, hacia el sistema religioso dirigido por el hombre, el creyente estará “tranquilo en Sión”. De esta manera Satanás vencerá a las iglesias Cristianas de los últimos días.

La lujuria del cuerpo. Debido al engaño de que la gracia Cristiana es una excusa para nuestros pecados, y debido al medio ambiente lleno de demonios en el que estamos intentando sobrevivir, muchos creyentes han sucumbido al adulterio, a la fornicación, a varias perversiones sexuales, a la codicia, a la embriaguez, a la pornografía, y a otros pecados del cuerpo. Las lujurias del cuerpo evitan que alcancemos nuestra herencia porque evitan que el juicio de Dios caiga sobre nosotros y hacen que batallemos en contra de la creación nueva, del Reino de Dios, que está en nosotros.

Voluntad propia. La voluntad propia es uno de los enemigos más sutiles del Cristiano. Es imposible que nosotros entremos a nuestra herencia como hijos de Dios mientras seamos obedientes a nuestra voluntad propia. La voluntad propia es el intento del hombre de lograr sus propios deseos sin tener que tomar en cuenta la voluntad de Dios y sin tener que coordinarnos con Su tiempo. La voluntad propia hace que nos volvamos pequeños dioses e introduce caos al orden Divino.

Por ello podemos ver que hemos sido llamados a una increíble herencia en Cristo, y además que tenemos enemigos hábiles y poderosos cuyo objetivo es evitar que alcancemos nuestra herencia.

Las corrientes espirituales son rápidas, y por ello es que hay muchas advertencias en el Libro de Hebreos en cuanto a nuestra tendencia a volvernos descuidados después de haber hecho una profesión de fe en Cristo, dejando de entrar a nuestra herencia en pleno vigor y sin la determinación que requiere. Es imposible que alcancemos nuestra herencia si no peleamos la buena batalla de la fe todos los días de nuestra vida. Si en algún momento decidimos “jubilarnos”, en ese momento comenzamos a perder terreno con Dios.

Dios no aceptará nada menor al mejor esfuerzo que podamos darle. Él está listo para asistir a todos los que claman a Él con sinceridad.

Siempre debemos tener la ardiente determinación de hacer la voluntad de Dios.

A quienes quizá insistan que recibiremos nuestra herencia avancemos o no hacia el reposo de Dios, sirvamos o no con sinceridad a Cristo, a quienes digan que la salvación no se basa en nuestra respuesta de tener fe y perseverancia diaria, permítenos señalar que esta actitud es andar por suelo resbaloso en lo que se refiere al Libro de Hebreos. Ya que nuestra salvación eterna está en cuestión parece más sabio ver qué es lo que lograríamos buscando a Cristo con total diligencia en lugar de esperar a descubrir el final de aquellos que descuidan su salvación.

El autor del Libro de Hebreos nos exhorta a avanzar más allá de lo rudimentario del Evangelio de Cristo y entrar al reposo de Dios. El reposo de Dios es nuestra herencia en Cristo. Es ese lugar que alcanzamos cuando estamos morando en la confianza en Cristo, y por el poder de la Palabra y del Espíritu de Dios estamos avanzando de forma constante a la plenitud de lo que Dios ha marcado para nosotros como individuos.

Debemos aprender a dejar de hacer nuestras propias obras, nuestros propios esfuerzos, para reposar con Dios conforme Su obra (que ya ha sido completada en la mente de Dios) es forjada en los reinos espirituales y materiales.

En su epístola el autor de Hebreos les advierte a los creyentes sobre las consecuencias de volverse atrás, de no dar el fruto de la imagen moral de Cristo. La imagen moral de Cristo siempre se da en aquellos que realmente están morando en Él. La justicia y la santidad de comportamiento deben acompañar la salvación (Hebreos 6:9). Si no da el fruto que Dios está buscando, el creyente está cerca de ser rechazado y quemado (Hebreos 6:8).

Al comienzo de su exhortación hacia la perseverancia y la fidelidad el autor de Hebreos primero señala la majestuosidad inconcebible de la herencia de Cristo, y luego el hecho de que nosotros también somos hijos que estamos siendo llevados a la gloria y siendo preparados para gobernar.

Después de esto nos advierte que tendremos parte en esta gran herencia sólo con la condición de que “retengamos firme hasta el fin la confianza que tuvimos al principio“ (Hebreos 3:14).

Si consideramos la estupenda grandeza de la herencia de Cristo, y luego nos damos cuenta que esta misma herencia está siendo extendida hacia nosotros, podemos comprender la consternación del autor de Hebreos. Estaba muy preocupado de que los santos Hebreos no estuvieran avanzando hacia su excesivamente alto llamado sino que estuvieran dejándose llevar por las mareas espirituales y materiales de su medio ambiente. Estaban cometiendo el pecado de descuidar la herencia en Cristo a la que habían sido llamados por el Espíritu de Dios.

La negligencia es un gran pecado, y quienes entierren su moneda de oro no escaparán la ira de Dios. Esto es lo que el autor de Hebreos nos está enfatizando.

Consideremos primero al Señor Cristo Jesús, quien es nuestro Ejemplo en todo:

Dios, que muchas veces y de varias maneras habló a nuestros antepasados en otras épocas por medio de los profetas, en estos días finales nos ha hablado por medio de su Hijo. A éste lo designó heredero de todo, y por medio de él hizo el universo. (Hebreos 1:1,2NVI)

Cristo es el Heredero de Dios. Por medio de Cristo fue que el Padre hizo los mundos y todas las criaturas en ellos, tanto espirituales como naturales.

El Hijo es el resplandor de la gloria de Dios, la fiel imagen de lo que él es, y el que sostiene todas las cosas con su palabra poderosa. Después de llevar a cabo la purificación de los pecadores, se sentó a la derecha de la Majestad en las alturas. (Hebreos 1:3NVI)

No hay manera de que un ser humano pueda poner sus ojos en Cristo tal y como Él es, ya que Cristo es la plenitud de la Gloria de Dios. Nuestro concepto de Jesús de un hombre en una túnica blanca se queda corto de la realidad. Es mejor pensar en Jesús como una galaxia de soles en forma de un hombre, aunque la energía contenida en una galaxia de soles no se acerca al poder que reside en el Verbo viviente de Dios, en Su Cristo.

El Señor Jesús es la fiel imagen de lo que Dios es. Ningún hombre jamás ha visto al Padre. Pero Cristo ha sido la expresión del Padre, y quien ha visto a Jesús ha visto al Padre; no porque Jesús sea el Padre sino porque Él es la imagen de lo que el Padre es y el Padre habita en Él en toda Su plenitud.

Cristo sostiene las galaxias del universo. El tamaño y el poder de Cristo están más allá de nuestra habilidad de percepción. Toda la creación vive, se mueve y existe en Cristo.

Cristo es el único que nos purificó de nuestros pecados, y después resucitó para sentarse a la derecha de Dios Todopoderoso en el Cielo.

Podemos usar palabras para hablar de Su autoridad y gloria pero nunca podremos lograr un concepto verdadero del esplendor de Cristo hasta ese Día de días en que lo veamos. Entonces tendremos cuerpos como el de Él y podremos habitar en la Presencia del más increíble Personaje.

Así llegó a ser superior a los ángeles en la misma medida en que el nombre que ha heredado supero en excelencia al de ellos. (Hebreos 1:4NVI)

Los ángeles son mencionados por todas las Escrituras. No sabemos mucho sobre ellos pero sí sabemos que algunos de ellos son criaturas de enorme gloria, fuerza e inteligencia. Tienen personalidades individuales así como los humanos. Tienen nombres y pueden comunicarse. Tienen interés en los humanos—tanto así que hay gozo en la presencia de los ángeles cuando un pecador se arrepiente.

Las Escrituras sugieren que cuando Satanás se rebeló en contra de Dios que un gran número de ángeles lo siguieron, incluyendo algunos de los ángeles de alto estatus y gran autoridad en el Cielo. Los santos deben pelear contra estas “autoridades” y estos “poderes” y “potestades que dominan este mundo” conforme intentan aferrarse a la herencia que les ha sido dada por medio de Cristo.

Una de las experiencias más interesantes que tendremos al morir físicamente será conocer a los ángeles.

A algunos de los ángeles, como Gabriel, se les permite estar cerca de la Presencia de Dios. Pablo habla sobre los ángeles “escogidos” (1 Timoteo 5:21). Esta es una expresión peculiar, en cuanto a que pensamos en la elección Divina sólo en cuanto a las personas. Pero Pablo le encomendó a Timoteo la santidad, llamando a los ángeles escogidos como testigos.

Dios tiene criaturas inteligentes que son capaces de tomar decisiones pero que no son seres humanos. La originalidad del ser humano no es su inteligencia ni que puede tomar decisiones. Lo que lo hace único es que fue creado en la imagen de Dios y que tiene un alma capaz de unión con Dios.

Como hemos dicho, algunos de los ángeles tienen gran gloria. Comparado con ellos somos como el polvo del suelo.

Pero el Señor Jesús es “superior” a los ángeles más exaltados. ¿Cómo ha logrado el nombre que supera en excelencia al de ellos? ¡Por herencia! (Hebreos 1:4)

¿Qué es lo que Cristo ha heredado que es superior de lo que posee el arcángel Gabriel, o el arcángel Miguel, o cualquier otro ángel? Su nombre.

¿Qué nombre ha recibido Cristo que es superior al nombre asignado a cualquiera de los ángeles? ¡El nombre Hijo!

Porque, ¿a cuál de los ángeles dijo Dios jamás: “Tú eres mi hijo; hoy mismo te he engendrado”? (Hebreos 1:5NVI)
Yo proclamaré el decreto del SEÑOR: “Tú eres mi hijo”, me ha dicho; “hoy mismo te he engendrado.” (Salmos 2:7
NVI)
Yo seré su Padre, y él será mi hijo… (2 Samuel 7:14
NVI)

Ningún ángel, ni ninguna otra criatura de Dios, en ninguna época jamás ha sido llamado el hijo engendrado de Dios. La herencia de hijo está en un nivel muy por encima de cualquier otra herencia.

De los numerosos personajes majestuosos y gloriosos que hay en los cielos, sólo el Señor Jesucristo es el Hijo de Dios. Ser el Hijo de Dios hace que Jesús sea el Heredero de todo lo que Dios Es y posee. No hay ningún otro nombre tan importante como el de hijo. Los demás personajes espirituales deben ceder al Hijo, mostrándole honor. Él es el heredero de todas las cosas de Dios.

Ser hijo significa que Jesús no sólo es el Heredero de Dios sino que también comparte la Personalidad y Naturaleza Divina de Dios y es a la imagen de Dios. El hijo de cualquier persona es parte de esa persona, parte de su naturaleza y también es su imagen (aunque hay muchas excepciones a esto debido al pecado y la corrupción en el mundo).

En el reino espiritual, así como en el reino natural, todo engendra su semejanza. Aunque otras criaturas han sido llamadas “hijos de Dios”, el término sólo es usado en el sentido de que han sido creadas por el Señor. La diferencia con Jesús es que Él es el “Unigénito”, queriendo decir que Él ha procedido de la Persona de Dios en lugar de simplemente haber sido creado por el Padre.

En ocasiones la gente artística se refiere a sus obras como sus “hijos”. Aunque quizá sea verdad que una obra de arte nace del arduo trabajo y talento de un individuo mientras éste se dedica a hacer de su visión una realidad, no es lo mismo a que éste individuo de a luz un hijo. Una creación u obra de arte, sin importar qué tan “parte” del creador sea, nunca puede ser de la persona y naturaleza de su creador.

Existe diferencia entre lo que sido creado y lo que ha nacido.

Así que ninguna criatura de Dios puede acercarse a tener la gloria y la majestad que el Padre ha conferido al Señor Jesús, porque Jesús es el Hijo engendrado de Dios.

Además, al introducir a su Primogénito en el mundo, Dios dice: “Que lo adoren todos los ángeles de Dios.” (Hebreos 1:6NVI)

En el versículo cinco tenemos la expresión, “hoy mismo te he engendrado”. Y en el versículo seis, “al introducir a su Primogénito en el mundo”.

Aquí está un misterio.

El misterio tiene que ver con lo que Jesús era antes de que naciera de María, con lo que era mientras vivió sobre la tierra, y con lo que es ahora.

Comprendemos que Cristo es el mismo ayer y hoy y por los siglos (Hebreos 13:8).

Comprendemos que Él es “la vida eterna que estaba con el Padre” (1 Juan 1:2).

Sabemos que todas las obras de Dios fueron creadas por el Verbo—que es Jesús (Juan 1:3)

Sabemos que todos los personajes, ya sean angelicales o humanos o de cualquier otro tipo, fueron creados por el Verbo:

Él es la imagen del Dios invisible, el primogénito de toda creación, porque por medio de él fueron creadas todas las cosas en el cielo y en la tierra, visibles e invisibles, sean tronos, poderes, principados o autoridades: todo ha sido creado por medio de él y para él. Él es anterior a todas las cosas, que por medio de él forman un todo coherente. Él es la cabeza del cuerpo, que es la iglesia. Él es el principio, el primogénito de la resurrección, para ser en todo el primero. Porque a Dios le agradó habitar en él con toda su plenitud, (Colosenses 1:15-19NVI)

Sabemos que el Señor Cristo Jesús es el Hijo de Dios, que Él es de la eternidad, y que todas las cosas fueron creadas por Él y para Él. Aparte de esto casi no sabemos nada del estado de Cristo antes de Su nacimiento en Belén.

Pero comprendemos que Su nacimiento como ser humano representó un cambio enorme y eterno en la Personalidad de Cristo. Cristo ahora es lo que nunca había sido antes de Belén. Cristo, aunque todavía el Hijo y Verbo de Dios, ahora es un hombre. Ahora hay un hombre sentado en el trono más alto del universo.

La personalidad de Cristo sigue, y seguirá, sin cambiar por la eternidad. Pero Su manera de vivir, sus oportunidades y su fruto han aumentado increíblemente. Además una Esposa, Su plenitud, está siendo creada de Su cuerpo y sangre—cuerpo y sangre que no poseía antes de Su nacimiento de una virgen.

Cristo ha estado con el Padre desde el comienzo. Sin embargo, aquí tenemos la expresión, “hoy mismo te he engendrado.” Y la expresión, “que lo adoren todos los ángeles de Dios” fue declarada por el Padre cuando envió a Su Primogénito “al mundo”; no en la eternidad pasada sino cuando hizo que Cristo entrara al mundo.

Una de las claves a este misterio puede ser encontrado en el Salmo segundo:

Pídeme, y como herencia te entregaré las naciones: ¡tuyos serán los confines de la tierra! (Salmos 2:8NVI)

Considera que Cristo había creado las naciones y los confines del mundo. ¿Por qué lo invitaría el Padre a que orara para recibir lo que Él mismo había creado? Si Cristo había creado las naciones y los confines del mundo (y lo había hecho), entonces, ¿por qué no le pertenecían? ¿Por qué tendría que orar para que le fueran dados?

Quizá la respuesta a esta pregunta revelará la razón por la que el autor de la Carta a los Hebreos expresa preocupación por la falta de diligencia de los Cristianos Hebreos.

Encontramos en el primer capítulo del Libro de Colosenses que Cristo es tanto “el primogénito de toda creación” como “el primogénito de la resurrección” (versículos 15 y 18).

El que Él sea “el primogénito de toda creación” significa que Él creo toda criatura y cosa. Él era antes de todas las cosas.

El que Él sea “el primogénito de la resurrección” significa que Él es el primero de la creación nueva, que es el Reino de Dios.

Aquí estamos tratando con dos creaciones diferentes: la primera creación, que consiste de los cielos y la tierra que han existido y que todavía existen; y la segunda creación, que es el Reino de Dios, la creación nueva—la que comenzó cuando el Señor Cristo Jesús fue resucitado de entre los muertos para gloria del Padre.

En los cielos espirituales, antes de la creación de los cielos y la tierra con la que estamos familiarizados, hubo una rebelión contra el Padre. Satanás y un gran número de ángeles decidieron vivir según su propia voluntad y no según la voluntad del Padre.

Durante esta rebelión algunos ángeles se mantuvieron fieles al Padre y continuaron haciendo Su voluntad. El Verbo, a quien conocemos como Cristo, también se mantuvo fiel, amando la justicia del Padre y odiando la maldad. Debido a Su postura por la justicia, Dios ungió al Verbo, a la Expresión de Su Personalidad, a Su Hijo (si es que esta relación había sido concebida antes de que el hombre fuera creado), con perfume de alegría.

Tú amas la justicia y odias la maldad; por eso Dios te escogió a ti y no a tus compañeros, ¡tu Dios te ungió con perfume de alegría! (Salmo 45:7NVI)

Quienes son estos “compañeros” de Cristo no lo sabemos, a excepción de que el Espíritu se esté refiriendo a quienes algún día serán hermanos de Cristo (Romanos 8:29), o posiblemente a los ángeles a los que fueron referidos como hijos de Dios (Job 1:6; 38:7).

En algún momento, haya sido antes o después de la rebelión, el Dios del Cielo, el Padre, desarrolló en Su mente un plan para un reino—un reino que reestructuraría la organización de Sus criaturas. Incluido en este plan está una Esposa para el Cordero y el nacimiento y la madurez de muchos hijos en la imagen de Su Primogénito—de Cristo.

El reino que Dios ha concebido va a ser creado por, y en, Cristo. Cristo debe estar en todos los aspectos del reino y debe ser el Señor y el Centro de todo.

El reino que Dios está creando debe tener a Cristo, al Justo, como su Vida, y además debe tener una forma material. Fue necesario, para que el plan de Dios se desenvolviera, que Cristo viniera al mundo, ofreciera una expiación por los pecados, y luego que Su forma terrenal fuera glorificada.

Después de esto la Vida de Cristo debe ser injertada en otros seres humanos, haciendo que porten el fruto de justicia—la justicia que es de Cristo. Cuando el fruto de justicia salga de otras personas, su forma material también será redimida. Este proceso continuará hasta que haya un Reino del cual Cristo sea la Vida y el Centro.

Ya que Dios es la Vida de Cristo, lo que tendremos entonces en la creación material será una amplia expresión del Dios invisible. Dios se habrá convertido en Todo dentro de todo.

La creación y el desarrollo de un reino como éste requieren que surja la existencia de un nuevo tipo de ser—el hombre. El papel que debe desempeñar el hombre es ser la imagen de Dios y gobernar sobre las obras de las manos de Dios. Los ángeles, quienes quizá anteriormente hayan sido los gobernantes de la creación, deben servir como ayudantes de los hijos y herederos de Dios.

Para que el hombre, el gobernador del nuevo mundo de Dios, pueda aprender la obediencia, primero debe pasar por numerosas aflicciones y pruebas. Por un tiempo debe ser hecho poco menor que los ángeles hasta que su obediencia al Padre pueda ser asegurada.

La humanidad misma va a ser dividida en dos grupos: los que han recibido el llamamiento a separarse del mundo, o el real sacerdocio; y las naciones de personas que serán gobernadas, guiadas, y bendecidas por el real sacerdocio.

Este es el Reino de Dios—el que fue detalladamente completado en la mente de Dios antes de que comenzaran los eventos descritos en el primer capítulo del Libro de Génesis. El Cordero fue sacrificado, los elegidos fueron glorificados, las obras fueron terminadas, desde la creación del mundo. ¡Así de grande es Dios!

Este es un plan maravilloso. Dependió completamente para su exitosa implementación de que llegara al mundo el primer Hombre—Aquel que haría una expiación por el pecado que había entrado a la creación desde la rebelión de los ángeles y en quien podría ser construido el Reino de Dios.

Quizá pueda notarse que las obras de Dios, como se describen en las Escrituras, frecuentemente dependen de la obediencia de un individuo a quien Dios llama a que se separe del mundo y se acerque por varios métodos a Él. Noé, Abraham, Moisés y el Apóstol Pablo me vienen a la mente. La herencia y el reino que hemos estado describiendo dependieron de que Cristo estuviera dispuesto a venir y obedecer a Dios por fe. Al así hacerlo Cristo se volvió el Primogénito de muchos hijos que vendrán y el Capitán de su salvación.

Fue necesario que Cristo soportara sobre la cruz los pecados de muchos hijos, que llegara a conocer su dolor, y que venciera al mundo por la fe después de haber sido probado de todas las maneras en las que Sus hermanos van a ser probados.

El plan completo del Reino de Dios está en la mente del Padre. Los detalles del plan, conforme son llevados a cabo día a día por el transcurso de la historia del mundo, son conocidos sólo por el Padre. No son conocidos ni por Cristo—sólo por el Padre.

Las personalidades de los cielos no saben lo que Dios está haciendo. Dios está revelando Su plan por medio de la gente y las circunstancias de la tierra, y el Cielo tiene que ver hacia la tierra, especialmente a lo que sucede en la Iglesia, para descubrir lo que el Padre está haciendo.

No hay duda de que es grande el misterio de nuestra fe: Él se manifestó como hombre; fue vindicado por el Espíritu, visto por los ángeles, proclamado entre las naciones, creído en el mundo, recibido en la gloria. (1 Timoteo 3:16NVI)
El fin de todo esto es que la sabiduría de Dios, en toda su diversidad, se dé a conocer ahora, por medio de la iglesia, a los poderes y autoridades en las regiones celestiales. (Efesios 3:10
NVI)

Para aquellos que quizá objeten que ya que el Padre y Cristo son Dios, entonces cualquier cosa que el Padre sabe, Cristo sabe, permítenos responder señalando Apocalipsis 1:1.

Ésta es la revelación de Jesucristo, que Dios le dio para mostrar a sus siervos lo que sin demora tiene que suceder. Jesucristo envió a su ángel para dar a conocer la revelación a su siervo Juan, (Apocalipsis 1:1NVI)

Si Dios le dio la revelación al Señor Jesús, entonces tuvo que haber el momento en el que Dios la conocía y Jesús no.

Observa lo siguiente:

Pero en cuanto al día y la hora, nadie lo sabe, ni siquiera los ángeles en el cielo, ni el Hijo, sino sólo el Padre. (Marco 13:32NVI)

Los teólogos, en su intento por comprender las Personas de Dios y de Cristo, y sabiendo que Cristo es divinidad, han enfatizado la divinidad de Cristo al punto de que los creyentes se han confundido con respecto a las identidades del Padre y del Hijo.

Aunque es verdad que el Padre y el Hijo son Uno, la unidad no implica que sean la misma Persona. De hecho, los santos han sido llamados a ser una parte integral de esa unidad (Juan 17:21-23).

El Padre es más grande que el Hijo (Juan 14:28).

El Señor Jesucristo es el Hijo, el Testigo, el Siervo de Dios. Durante Sus días sobre la tierra el Señor Jesús aprendió a obedecer al Padre. Si Jesús y el Padre fueran la misma Persona, entonces sería incomprensible el agonizante clamor en Getsemaní y sobre la cruz.

El Señor Cristo Jesús es nuestro Hermano mayor. Él es nuestro gran Sumo Sacerdote. Él está trabajando para que algún día Su Padre pueda ser nuestro Padre y Su Dios pueda ser nuestro Dios. Él nos está enseñando a alabar al Padre al mismo tiempo que Él está alabando al Padre:

Cuando dice: “Proclamaré tu nombre a mis hermanos; en medio de la congregación te alabaré”. (Hebreos 2:12NVI)

Por esto comprendemos que existe un gran plan, un gran reino en la visión del Padre. El Reino fue completado en la visión de Dios antes de que los cielos y la tierra fueran creadas. Pieza por pieza las partes de un rompecabezas están siendo unidas por la sabiduría y el conocimiento del Padre.

Como hemos dicho, no conocemos el estado de Cristo antes de Su nacimiento en Belén de Judea. Pero sí sabemos que Su Espíritu habló por medio de los profetas Hebreos.

Pero ¿a quién le estaba hablando el Espíritu de Cristo cuando la revelación se estaba dando por medio de David y de los demás profetas de Señor? El Espíritu de Cristo estaba principalmente hablándole a Cristo, quien iba a nacer como hombre.

En el sentido más puro, las promesas hechas por los Profetas Hebreos fueron para una Persona—para Cristo. Él es la única Descendencia de Abraham a quien las promesas de Dios fueron hechas. Cristo es el Siervo del Señor, el Israel de Dios, el Olivo cultivado.

Las promesas de los Profetas se aplican a otras personas sólo conforme estas personas se vuelven parte de Cristo, parte de la Descendencia de Abraham.

Todo le ha sido dado a Cristo.

El cambio más trascendental en la historia del mundo ocurrió cuando el Verbo de Dios adquirió un cuerpo y se volvió un Hombre; se volvió el Hijo del Hombre por haber nacido de una mujer. Aquí tenemos al primer hombre como Dios quiere que el hombre sea.

Para poder ser un hombre verdadero un individuo debe nacer dos veces. Debe nacer de una mujer, y luego debe volver a nacer de Dios. Ninguna persona es hombre, en el sentido del Reino, hasta que ha nacido dos veces. El ser humano que no ha nacido de Dios, en quien la Vida de Cristo no está habitando, no es un verdadero hijo de Dios. Es sólo polvo. Está muerto a los propósitos de Dios. Tiene la forma de Dios pero no hay vida del reino en él.

Cuando Jesús de Nazaret llegó a la madurez, Su papel en el Reino le fue revelado por medio de las Escrituras y por revelación que el Padre le hizo personalmente. El Señor aprendió por medio de las Escrituras Quien era y cual iba a ser Su misión y papel sobre la tierra.

Cristo tuvo que vivir teniendo fe en Dios, así como deben vivir todos los demás hijos de Dios. Jesús fue probado así como lo somos nosotros. Satanás intentó poner duda en la mente de Cristo de que Él era el Hijo de Dios. Jesús tuvo que vencer al adversario por la fe en la Palabra de Dios.

El Capitán de nuestra salvación tuvo que ser perfeccionado mediante el sufrimiento (Hebreos 2:10).

Jesús tenía la Palabra escrita. Además tenía la revelación que Dios le hizo personalmente sobre la voluntad de Dios para Su vida. Nosotros, que somos llamados a ser hijos de Dios, también tenemos la Palabra escrita y Dios nos habla en el transcurso de nuestras vidas. Jesús tuvo que vencer al mundo por Su fe en el Carácter de Dios y nosotros debemos vencer el mundo por nuestra fe en el Carácter de Dios.

El Padre le ofreció al Señor Jesucristo una maravillosa herencia, y el Señor Jesús tuvo que vencer a todos los enemigos para alcanzar Su herencia. Él tenía un trabajo que hacer y Él lo completó.

A cada uno de nosotros el Padre nos está ofreciendo una maravillosa herencia—el de ser un hijo y heredero de Dios. A ningún ángel se le ha ofrecido jamás tal herencia. Pero está siendo ofrecida a nosotros. Se nos exige que venzamos, por medio de Cristo, a todos los enemigos que buscan evitar que logremos nuestra gran herencia. Nosotros tenemos nuestra propia tarea, y es nuestra responsabilidad, con la ayuda del Señor, terminarla en el mismo espíritu de fidelidad que el Señor también mostró.

Las declaraciones de las Escrituras con respecto a que Jesús es el Hijo de Dios, al hecho de que los ángeles deben adorarlo, que Su trono permanecerá para siempre, fueron leídos y meditados por el Niño de Nazaret. El Espíritu siguió guiándolo y convenciéndolo por medio de la Ley y los Profetas. Jesús vivió teniendo fe en la Palabra de Dios. Ahora Él está siendo exaltado por sobre todas las cosas, habiendo alcanzado la plenitud de Su herencia.

Aunque el Verbo había creado todas las cosas, incluyendo las naciones y los confines del mundo, el Padre, en términos del plan que acabamos de describir, lo invitó a pedir la herencia que Él (el Verbo) había creado.

Ahora es nuestro turno. Nosotros tenemos las Escrituras. Si estamos poniendo atención a las cosas de la salvación como deberíamos, el Espíritu nos está guiando y convenciendo por medio de la Biblia. Debemos vivir teniendo fe en la Palabra de Dios ya que nosotros también somos hijos de Dios. Nosotros también hemos sido llamados a una gloria indescriptible.

O alcanzaremos la plenitud de nuestra herencia o incurriremos en la ira del Señor por menospreciar lo que nos ha ofrecido—aquello que le ha costado tanto a Cristo lograr para nosotros.

Observa lo impresionantes que son la autoridad y el poder que heredó el Señor Jesús:

Pero con respecto al Hijo dice: “Tu trono, oh Dios, permanece por los siglos de los siglos, y el cetro de tu reino es un cetro de justicia. (Hebreos 1:8NVI)

Nosotros también como hijos de Dios, hemos sido llamados al trono más alto. Nosotros también debemos vencer, permanecer firmes ante todo enemigo y alcanzar aquello para lo que hemos sido llamados.

Al que salga vencedor le daré el derecho de sentarse conmigo en mi trono, como también yo vencí y me senté con mi Padre en su trono. (Apocalipsis 3:21NVI)

Aquí está el punto de la Carta a los Hebreos. La Palabra escrita de Dios nos ha revelado nuestro destino. Alcanzar esta maravillosa herencia depende de que tengamos éxito en vencer los adversarios que están buscando evitar que alcancemos los propósitos que Dios tiene para nosotros, al igual que tuvo que hacer el Señor Jesús. Él fue tentado en todas las áreas en las que nosotros somos tentados; retado en todas las áreas en las que nosotros somos retados. Sin embargo, desde el principio Él había creado todas las cosas. En esto Él es diferente a nosotros.

Los ángeles caídos eran, en algún tiempo, los gobernantes de las obras de las manos de Dios. Ahora esos ángeles enfrentan a la creación nueva de Dios—al odiado hombre a quien le ha sido dada la autoridad para gobernar. Debido a su envidia, rencor y celos los ángeles rebeldes usan cualquier estrategia posible para evitar que el hombre ascienda al trono del universo.

El hombre, para que pueda ser completamente lo que Dios quiere que sea, debe ser hijo de hombre (humano) e hijo de Dios. El cuerpo de carne y sangre, la vida humana normal, no puede entrar al Reino de Dios. Los que son puramente humanos no pueden ser parte del Reino Divino. Debemos ser, así como Jesús lo es, humano y Divino.

Debido a que nuestro llamado es tan alto, debido a que hay tantos enemigos peligrosos buscando echar abajo nuestros esfuerzos, y debido a que debemos soportar la transición de ser meramente humanos a ser tanto hijos de hombre como hijos de Dios, entonces debemos avanzar en la batalla diaria de nuestro discipulado sobre la tierra. Nosotros nunca podemos relajarnos en nuestra vigilancia. Dios nos castigaría vigorosamente debido a que somos Sus hijos. Debemos continuar en la fe y en la oración o de otra manera las pruebas y las batallas nos llevarán al desánimo y a la derrota.

Dios ha llamado a Cristo al Trono de la Gloria. Cristo se vació de Sus habilidades Divinas, tomó sobre Sí mismo la forma de un siervo, y obedeció al Padre al grado de sufrir la muerte de la cruz. Cristo venció a todo adversario y ahora es exaltado sobre todos los que están en el Cielo, sobre todos los que están en la tierra, y sobre todos los que están debajo la tierra (Filipenses 2:10).

Nosotros también hemos sido llamados al Trono de la Gloria. Hemos sido llamados a ser “hombre” como Dios quiere que el hombre sea. Existen muchas fuerzas que quieren echarnos abajo. Si estamos dispuestos a rechazar al mundo, tomar nuestra cruz, y seguir al Señor Jesús, nosotros también seremos resucitados por el Padre al Trono de la Gloria preparado para nosotros.

Nosotros los santos debemos comprender que realmente hemos nacido de Dios. El “volver a nacer” no es en sentido figurado solamente y un cambio de mente de nuestra parte. Volver a nacer es nacer de Dios en el sentido literal.

Mas a cuantos lo recibieron, a los que creen en su nombre, les dio el derecho de ser hijos de Dios. Éstos no nacen de la sangre, ni por deseos naturales, ni por voluntad humana, sino que nacen de Dios. (Juan 1:12,13NVI)

Aquel que realmente ha recibido a Jesús es nacido de Dios. Nacer de Dios es tener la Vida de Cristo implantada en nosotros.

Por esto, despójense de toda inmundicia y de la maldad que tanto abunda, para que puedan recibir con humildad la palabra sembrada en ustedes, la cual tiene poder para salvarles la vida. (Santiago 1:21NVI)

Con esto podemos entender que en la creación del hombre es necesario que sucedan dos operaciones: (1) la persona debe nacer de una mujer; y (2) la Vida Divina de Dios por Cristo debe ser sembrada en el individuo. Cuando estas dos operaciones suceden hemos nacido dos veces: una vez de carne y sangre y la segunda vez del Espíritu de Dios.

Ninguno de estos nacimientos ocurre indefinidamente. Nacer con un cuerpo de carne y sangre es ser un ser humano con todo lo que incluye pertenecer a la raza humana.

Nacer del Espíritu de Dios, sembrando la Semilla de Dios en nosotros, es ser de la Naturaleza Divina con todo lo que incluye pertenecer a lo Divino.

Debe existir un claro entendido en este punto. El hombre verdadero es verdaderamente humano y verdaderamente Divino. El Reino de Dios consiste de aquellos que son tanto humanos como Divinos. A excepción de que un individuo nazca de agua, o sea el nacimiento natural, y del Espíritu, o sea nacimiento Divino, no puede entrar al Reino de Dios (Juan 3:5). El cuerpo físico de carne y sangre no puede entrar al Reino de Dios (1 Corintios 15:50).

No será el cuerpo de carne y sangre el que gobernará sobre el mundo venidero. Más bien serán aquellos que son tanto humanos como Divinos, que son a la imagen y de la Naturaleza de Cristo, los que gobernarán el mundo venidero.

Al decir que el hombre verdadero es humano y Divino no estamos diciendo que el hombre sea Dios o un dios. Sólo existe un Dios, el Padre de nuestro Señor Jesús. “El Señor nuestro Dios es Uno”. Este es el fundamento del Judaísmo y es la verdad. Hemos nacido del único Dios y Él habita en nosotros. Esta es la clara enseñanza de las Escrituras y las consecuencias son claras.

La Naturaleza Divina está en nosotros. Aquellos que se preocupan de que tales conclusiones sean sacrílegas, temiendo lo que las Escrituras dicen, están listos para usar su razonamiento teológico a tal grado de que las Escrituras dejan de significar lo que dicen.

Con respecto a que el hombre intenta hacerse a sí mismo Dios, este es el problema perenne de la humanidad. Es el Anticristo. Los últimos días se caracterizarán por el cumplimiento de este concepto. El hombre abiertamente se declarará a sí mismo Dios, y luego el final vendrá.

El individuo que ha recibido a Cristo a su persona ha recibido Divinidad. Ahora es parte de la descendencia de Dios. Cada persona salva madurará, durante la eternidad sin fin, en ser la imagen del Padre.

Existe un abismo entre la raza de Adán y Dios. La raza de Adán no puede entrar al Reino de Dios. Solamente conforme Adán vuelve a nacer de Dios es que el abismo puede ser cruzado. No es que Adán se vuelva lo suficientemente bueno para llamarse Dios, sino que Adán se ha crucificado y la vida nueva a la que ha entrado es de Dios. Dios no está reformando ni salvando a Adán. Dios está crucificando a Adán y en su lugar está surgiendo una raza nueva nacida de la Vida eterna que está en Cristo y que es Cristo.

Saber esto y recibirlo de la forma correcta no nos da aires de arrogancia ni es un sacrilegio, pero sí nos hace clamar, “Padre”.

La forma eterna del Reino de Dios es, con algunas modificaciones, la que Dios ya ha creado, como se describe en el primer capítulo del Libro de Génesis. La Vida eterna del Reino de Dios es Cristo. El ser humano que haya nacido de mujer tiene la forma de Dios y el potencial de volverse miembro del Reino de Dios. Pero para volverse miembro del Reino de Dios debe volver a nacer de Cristo. De otra manera, tiene la forma del Reino pero no la Vida del Reino.

El Señor Jesucristo es el primer “Hombre” en cuanto a que Él es la primera Persona nacida de una mujer y que además es de la Sustancia y Naturaleza de Dios.

El Señor Jesús es el resplandor de la Gloria de Dios y la imagen de Dios. Todo hijo de Dios es llamado a tener forma humana, a ser llenado con la Sustancia y Naturaleza de Dios, a ser el resplandor de la Gloria de Dios, y a ser la imagen de Dios. A esto es a lo que hemos sido predestinados (Romanos 8:29; Juan 17:21-23).

El Señor Jesús tiene mucho más de la Sustancia y Naturaleza de Dios de lo que tendremos nosotros. Creer de otra manera es vivir en una ilusión. Sin embargo, el desarrollo de la Naturaleza Divina en los hijos de Dios es un aspecto esencial de la formación del Reino de Dios.

Ahora podemos comprender por qué el autor de la Carta a los Hebreos estaba tan enojado con los Cristianos Hebreos que se mostraban tibios. Habían recibido a Cristo, habían vuelto a nacer, y habían sido testigos de los poderes de la era que vendrá. Pero de ninguna manera habían ya entrado al descanso de Dios donde estarían participando de la gran herencia a la que habían sido llamados. Ellos estaban quedándose cortos de la Gloria de Dios.

Un gran error existe en la teología Cristiana. Tiene que ver con el concepto de que el beneficio principal de la salvación Cristiana es el perdón de nuestros pecados. Se piensa que después de que hayamos recibido el perdón de nuestros pecados poseemos como el noventa por ciento de nuestra herencia en Cristo.

¡Vaya tremendo malentendido!

El perdón de los pecados es sólo un aspecto suplementario de la salvación Cristiana. Dios perdona nuestros pecados por medio de Cristo para que pueda proseguir con la tarea principal de cambiarnos a la imagen de Jesús y de llevarnos a la unión Consigo mismo. La transformación y la relación con Dios son los énfasis principales del pacto nuevo. El surgimiento de la creación nueva es la característica distintiva de la redención Cristiana (Hebreos 8:10-12; Gálatas 6:15).

Dejar de buscar a Dios después de haber sido perdonados de nuestros pecados es como dejar de comer después de haber sido curados de una enfermedad, o como dejar de crecer después de haber nacido, o como rehusarnos a aprender después de poder decir nuestros nombres. Simplemente no tiene sentido. Da como resultado la negación de ese primer paso que se ha dado.

¿De qué le sirve a Dios un ser humano en quien la Vida de Cristo no ha sido desarrollada? Esa persona no está mostrando el fruto que Dios espera. No puede entrar al Reino de Dios porque se está quedando en ser un simple humano. Según la Palabra de Dios será cortado de la Vid (Juan 15:2).

La parábola del sembrador, la cual quizá sea la parábola principal sobre el Reino de Dios, nos enseña con respecto a plantar la Vida de Dios en el ser humano (Marcos 4:2-20). Si la Semilla que es esparcida no llega a un corazón bueno y da fruto duradero, entonces nada de valor eterno se produjo.

Consideremos la noción común de que la salvación Cristiana es principalmente el perdón de nuestros pecados. El desarrollo de esta noción lleva al individuo a creer que Dios quiere salvarlo tal y como es. Si puede lograr que Dios lo “salve” y lo lleve al Cielo, entonces todo estará bien.

El error aquí está en que Dios no tiene la menor intención de preservar la naturaleza del hombre. Dios está interesado principalmente en Su Cristo y en la implantación de Su Cristo en la reserva humana. ¿De qué le sirve a Dios un individuo en quien Cristo no está viviendo? Dios no puede habitar en un ser humano. Dios habita sólo en Cristo. Sólo conforme Cristo está en nosotros es que podemos servir como el Tabernáculo de Dios, para ser la fuente de bendición para la humanidad.

El término “salvación” significa liberado de la imagen y las obras de Satanás y llevado a la imagen y a las obras de Dios. Los Cristianos están usando hoy en día la palabra salvación como ser perdonados y estar encaminados al Cielo. ¿Puedes ver la diferencia entre estos dos conceptos?

Es imposible para cualquier descendiente de Adán ser parte de la Esposa del Cordero. La Esposa del Cordero es el complemento, la plenitud de Cristo. Ella ha sido formada de Su cuerpo y Su sangre. Ella, al igual que Él, es la total y perfecta integración de lo humano y lo Divino. Ningún ser humano puede casarse con Divinidad, ¡y el Señor Jesucristo es Divinidad!

El Cristiano que desperdicie su vida cumpliendo los deseos de su cuerpo y mente morirá espiritualmente. Irá a la tumba creyendo que será admitido al Cielo. El que se le permita entrar al Paraíso espiritual al morir no es decisión de nosotros. Las sagradas Escrituras tienen relativamente muy poco que decir sobre lo que nos sucede al morir ya que las Escrituras se dedican principalmente a la manera en que debemos entrar a la vida eterna, al Reino de Dios.

Pero de algo sí estamos seguros: él o ella no es miembro del Reino de Dios. Ya que el Reino de Dios consiste de aquellos en quienes Cristo ha sido implantado y en quienes están produciendo el fruto de Dios.

Cuando reconocemos la naturaleza y la gloria de nuestra herencia es fácil comprender por qué el autor de la Carta a los Hebreos hizo declaraciones tan solemnes a los creyentes. Ellos estaban en inminente peligro de morir en un desierto espiritual, de nunca entrar a la tierra prometida que es la herencia de los hijos de Dios.

“Nosotros no somos de los que se vuelven atrás y acaban por perderse,” nos exhorta, “sino de los que tienen fe y preservan su vida.” (Hebreos 10:39—NVI)

Si dejamos de avanzar hacia el descanso de Dios es como si nos volviéramos atrás y acabáramos por perdernos. No existe terreno neutral, ni lugar para una pausa, ni para vacilar descuidadamente o estar indecisos. Las mareas espirituales, los enemigos, son demasiado fuertes para eso. La herencia es tan vasta, tan magnífica, que el no tratar de alcanzarla en todo momento es no merecerla.

Dios es el más grandioso de todos los reyes. Él nos ha convocado para sentarnos con Él en Su trono, para comer a Su mesa, para compartir Su Vida misma. El ser humano que esté demasiado ocupado para dedicar toda su atención al llamado de esta convocatoria no merece la fiesta que Dios ha preparado. No probará de la abundancia que el amor de Dios ha puesto delante de nosotros.

Los mensajeros de Dios irán a las calles y a los callejones y traerán a los rechazados, por así decirlo. Ellos se sentarán a la mesa de Dios mientras los observan los hijos del Reino, quienes rechinarán los dientes por el remordimiento de las oportunidades que han perdido para siempre.

(“Alcanzando la Herencia”, 4095-1)

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