LA LIBERACION DEL PECADO

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Texto bíblico tomado de la Santa Biblia, Nueva Versión Internacional. © 1999 por la Sociedad Bíblica Internacional.
Traducción de Carmen Alvarez

Existen dos clases de rectitud que nos llegan como parte del pacto nuevo. La primera es la rectitud imputada (atribuida). La segunda clase de rectitud es la liberación real de la naturaleza pecaminosa y de los efectos del pecado. Hoy en día existe muy poco entendimiento sobre la segunda clase de rectitud. Y sin embargo, la segunda clase de rectitud es la que caracteriza al pacto nuevo. Existen relativamente pocos versículos en el Nuevo Testamento que hablan sobre la rectitud imputada. Pero existen numerosos pasajes en el Nuevo Testamento que proclaman la necesidad de que el creyente practique el comportamiento justo y recto.


LA LIBERACION DEL PECADO

¡Soy un pobre miserable! ¿Quién me librará de este cuerpo mortal? (Romanos 7:24—NVI)

Existen dos clases de rectitud que nos llegan como parte del pacto nuevo. La primera es la rectitud imputada (atribuida). Dios perdona soberanamente nuestros pecados por medio de la sangre del Señor Jesús y nos imputa, o atribuye, la rectitud de Jesús conforme nosotros ponemos nuestra fe en Él. En base a nuestro arrepentimiento y a nuestra declaración de fe en Cristo, Dios nos considera aceptables y agradables para estar ante Él.

La segunda clase de rectitud es la liberación real de la naturaleza pecaminosa y de los efectos del pecado. Es la eliminación de la presencia del pecado dentro de nosotros para que ya no pequemos. Ya no volvemos a practicar aquellas acciones como la inmoralidad sexual, la mentira, el robo, el homicidio, la hechicería, y las borracheras, que son contrarias a la ley de Dios. Además, obedecemos a Dios en todo lo que Él nos dice sin hacer ninguna pregunta.

La primera clase de liberación, la rectitud imputada, es la base del pacto nuevo. Nosotros nos referimos comúnmente a recibir rectitud imputada como “ser salvos por la gracia”. La rectitud imputada es la base de las predicaciones y de las enseñanzas Cristianas.

Existe muy poco entendimiento sobre la segunda clase de rectitud. Sin embargo, es ésta segunda clase la que caracteriza el pacto nuevo.

Pero ustedes saben que Jesucristo se manifestó para quitar nuestros pecados. Y él no tiene pecado. Todo el que permanece en él, no practica el pecado. Todo el que practica el pecado, no lo ha visto ni lo ha conocido. (1 Juan 3:5-6—NVI)

El pasaje anterior dice claramente que el Señor Jesús vino para quitar nuestros pecados; no sólo ni principalmente la culpa que sentimos por el pecado sino la presencia misma del pecado. Según la Primera Epístola de Juan 3:3-15, los Cristianos no debemos de estar pecando. Cuando pequemos debemos de confesar ese pecado, obteniendo tanto el perdón como la purificación. Entonces somos restaurados a la Presencia de Dios. La Primera Epístola de Juan no permite que el creyente continúe teniendo pecado en su vida.

En el Reino de Dios no existe el pecado. No podemos entrar en el Reino de Dios mientras que estemos practicando el pecado.

Porque pueden estar seguros de que nadie que sea avaro (es decir, idólatra), inmoral o impuro tendrá herencia en el reino de Cristo y de Dios. (Efesios 5:5—NVI)

“Tendrá herencia en el reino de Cristo y de Dios.”

Y envidia; borracheras, orgías, y otras cosas parecidas. Les advierto ahora, como antes lo hice, que los que practican tales cosas no heredarán el reino de Dios. (Gálatas 5:21—NVI)

“No heredarán el reino de Dios.”

Insistir que los dos versículos anteriores no se aplican a los Cristianos que son “salvos por la gracia” es persistir en la ceguera que caracteriza el pensamiento evangélico actual.

Hay relativamente pocos versículos en el Nuevo Testamento que hablan de la rectitud imputada (atribuida). En cambio hay muchísimos pasajes en el Nuevo Testamento que proclaman la necesidad de que el creyente practique una conducta recta. Tener un comportamiento recto quiere decir:

  • Que nos alejamos de las cosas del mundo y de todas sus atracciones, del entretenimiento que ofrece el mundo, y de los sistemas de comunicación del mundo. Debemos de seguir una vida sana y normal cuando sea posible pero no debemos de mezclarnos con los patrones mundanos y materiales del placer, de la competencia, y de la seguridad que da la adquisición de dinero.
  • Que huimos de la impureza moral, de la avaricia, del robo, de la borrachera, de las drogas y de otras contaminaciones del cuerpo, de los chismes, de las iras, de los rencores, de la violencia, y de todos los tipos de ocultismo.
  • Que reconocemos que nuestro llamado a ser santos es el propósito supremo de todo lo que somos y de todo lo que hacemos. Nuestras principales energías deben ser dirigidas hacia nuestra consagración personal y a nuestro servicio a Dios. Ya no somos libres de hacer lo que nos plazca, de perseguir nuestras propias ambiciones y deseos.

Si no somos diligentes en servir al Señor en estas áreas estamos pecando.

Según los escritos del Nuevo Testamento, la mundanería, la impureza moral, la desobediencia a Cristo, y el descuido de nuestra salvación son pecados.

Existe un acuerdo entre los Cristianos sobre lo que es comportamiento pecaminoso. ¿Quién discutiría que no debemos de mentir y robar, ni de desobedecer a Cristo, ni de descuidar nuestra salvación? Sin embargo, no existe un entendimiento común en cuanto a que no somos libres de ir y venir a nuestro antojo y de seguir nuestras ambiciones personales.

La mayoría de los maestros Cristianos estaría de acuerdo con el Apóstol Pablo cuando dice que no existe pecado en el Reino de Dios. Ellos comprenden que en algún tiempo, en algún lugar y de alguna manera, los creyentes en Cristo serán librados de los pecados de la carne, de la desobediencia, y del desinterés en la Persona, en las acciones, en la voluntad y en los propósitos de Dios en Cristo.

Quizá ningún Cristiano devoto discutiría que los habitantes de la ciudad santa sean pecadores salvados por la gracia, queriendo decir con salvos por la gracia que ellos aún son impuros, desobedientes, y llenos de amor a sí mismos y de voluntad propia pero que Dios los acepta y está contento con ellos porque Él les sigue aplicando la rectitud de la Persona de Jesús. Si algún Cristiano creyera que los habitantes de la ciudad santa son pecadores salvos por la gracia, en el sentido que he delineado, entonces él estaría en contradicción con el Nuevo y el Antiguo Testamento.

Entonces todo tu pueblo será justo y poseerá la tierra para siempre. Serán el retoño plantado por mí mismo, la obra maestra que me glorificará. (Isaías 60:21—NVI)
Dichosos los que lavan sus ropas para tener derecho al árbol de la vida y para poder entrar por las puertas de la ciudad. Pero afuera se quedarán los perros, los que practican las artes mágicas, los que cometen inmoralidades sexuales, los asesinos, los idólatras y todos los que aman y practican la mentira. (Apocalipsis 22:14-15—NVI)

La inmensa muralla que rodea la Nueva Jerusalén es una división entre el comportamiento de rectitud y el pecaminoso.

Las “Buenas Nuevas” del Reino de Dios son que el Señor Cristo Jesús vino del Cielo no sólo para perdonar nuestros pecados sino también para librarnos de la práctica y de los efectos del pecado.

Los Cristianos de hoy conocen muy bien el aspecto del perdón que se encuentra en la salvación. Sin embargo, existe confusión en cuanto al aspecto libertador que existe en la salvación.

Nosotros creemos estar en lo correcto al decir que el creyente Cristiano promedio está convencido de lo siguiente

  • La salvación Cristiana tiene que ver casi exclusivamente con el perdón de nuestros pecados y de nuestras debilidades.
  • Mientras que estemos vivos en este mundo continuaremos pecando aunque debemos “procurar no hacerlo”.
  • Nuestro propósito en aceptar a Cristo es para que podamos ir al Cielo cuando fallezcamos, y una vez ahí ya no podremos pecar. No es posible pecar en el Cielo (esto es lo que se cree).

Según las Escrituras, ninguna de estas creencias es verdadera. Ninguna de ellas representa el plan de Dios en Cristo para nuestra liberación de nuestros pecados. Ninguna de ellas es la respuesta a la pregunta del Apóstol Pablo, “¿Quien me librara de este cuerpo de muerte?”

La teología actual en el área de la redención, que es el de mayor preocupación para Dios, el área del pecado y de la desobediencia, está terriblemente incompleta. El resultado de esto se refleja en la inmoralidad que existe en la iglesia Cristiana, en la debilidad y la inmadurez del carácter espiritual de los creyentes en Cristo, y en lo ineficaz del testimonio Cristiano hacia el mundo.

En nuestro día está aumentando la conducta pecaminosa y la desobediencia a Dios debido en gran parte a la confusión que existe en cuanto a la salvación Cristiana que tiene que ver con la liberación del pecado.

Retrocedamos para reflexionar en las tres creencias Cristianas que nosotros estamos declarando que no están en las Escrituras, y luego procedamos a las dos dimensiones principales de la liberación del pecado.

La salvación Cristiana tiene que ver casi exclusivamente con el perdón de nuestros pecados y de nuestras debilidades. Al revisar los escritos del Nuevo Testamento, empezando con los Evangelios, la idea de que la salvación Cristiana tiene que ver casi exclusivamente con el perdón de nuestros pecados y de nuestras debilidades no tiene sustento. De Mateo hasta el Apocalipsis, el énfasis está en un comportamiento santo. Si estudiáramos lo que Cristo dijo referente a Su regreso, según está escrito en los acontecimientos de los Evangelios y en el Libro del Apocalipsis, comprenderíamos que Cristo juzgará a cada creyente con gran severidad, conforme a su comportamiento en este mundo.

Algunos maestros Cristianos, notando el énfasis en las obras que se encuentra en los Evangelios, han afirmado que las enseñanzas de Cristo no se aplican a los que son “salvos por la gracia.” (¡Puedes creer que tal error y confusión esté siendo realmente enseñado!) Esto es tomar de la Palabra de Dios lo que nos conviene. Pablo, Pedro, Juan, Santiago y Judas defienden firmemente la necesidad de hacer obras buenas. “La fe por sí sola, si no tiene obras, está muerta.” ¡Y nadie puede ser salvo con una fe muerta!

Mientras que estemos vivos en este mundo continuaremos pecando. La creencia que mientras vivamos en este mundo continuaremos pecando viene por la ignorancia sobre las provisiones del pacto nuevo. Bajo el pacto nuevo, la autoridad de la sangre y el poder del Espíritu Santo obran conjuntamente con la fe y la obediencia del creyente para librarlo del pecado. No existe pecado que no podamos vencer por medio de Cristo. Debemos de confesar nuestros pecados, arrepentirnos completamente de ellos y orar sin cesar para que Dios nos dé la determinación de vencerlos por Su gracia.

No debemos de luchar, ni de volvernos impacientes con nosotros mismos, ni de enojarnos o desesperarnos cuando nos demos cuenta de que seguimos cometiendo las mismas impurezas. Lo que debemos de hacer es morar en Cristo, sabiendo que es Su voluntad que logremos la victoria total en todas las áreas por las que Él nos lleva.

¿Qué pecado hay que Cristo no pueda vencer? ¿Las inmoralidades sexuales? ¿El odio? ¿Alguna ira viciosa? ¿La violencia? ¿El no poder perdonar? ¿Las obscenidades? ¿La mentira? ¿El deseo de robar? ¿La borrachera? ¿La amargura? Cristo es más que vencedor en cada uno de estos casos y sobre todos los demás pecados y todas las demás desobediencias que nos asedian.

Seremos librados de nuestros actos pecaminosos cuando busquemos ayuda en el nombre de Jesús. Quizá se requiera de un periodo de tiempo antes de que obtengamos el control de nuestro comportamiento pero las Escrituras nos prometen la victoria. No podemos ser obligados a pecar si le pertenecemos a Jesús. No estamos obligados a satisfacer los deseos de nuestro cuerpo ni de nuestra alma. El pecado no puede mantener su dominio sobre nosotros si estamos decididos a servir al Señor Jesús.

Así que les digo: Vivan por el Espíritu, y no seguirán los deseos de la naturaleza pecaminosa. (Gálatas 5:16—NVI)

La luz del testimonio de las iglesias Cristianas casi ha sido extinguida debido a los pecados de los Cristianos.

Vuelvan a su sano juicio, como conviene, y dejen de pecar. En efecto, hay algunos de ustedes que no tienen conocimiento de Dios; para vergüenza de ustedes lo digo. (1 Corintios 15:34—NVI)

Pero, alguien puede preguntar ¿acaso no dijo el Apóstol Pablo que no podía hacer el bien que quería debido a la presencia de la ley del pecado que moraba en él?

No entiendo lo que me pasa, pues no hago lo que quiero, sino lo que aborrezco. (Romanos 7:15—NVI)

Pablo se estaba refiriendo a la agonía moral de la persona recta que se decide a ya no pecar, a ya no romper las leyes de Dios, y luego se encuentra a sí mismo haciendo lo que detesta. Sin embargo, Pablo no estaba insinuando que nosotros los Cristianos debemos resignarnos a ser derrotados moralmente. Él estaba diciendo que no podemos guardar la Ley de Moisés, ni ninguna otra ley, con sólo nuestra voluntad.

En el Capítulo Ocho de Romanos Pablo nos instruye que los que estamos bajo el pacto nuevo podemos dar muerte al pecado por el poder del Espíritu de Dios.

Porque si ustedes viven conforme a ella, morirán: pero si por medio del Espíritu dan muerte a los malo hábitos del cuerpo, vivirán. (Romanos 8:13—NVI)

Si lo hacemos, siendo diligentes con la gracia que hoy tenemos disponible, Dios terminará, cuando el Señor regrese, la obra de santificación, dándole vida a nuestro cuerpo por medio del Espíritu de resurrección que ahora mismo mora en nosotros.

Y si el Espíritu de aquel que levantó a Jesús de entre los muertos vive en ustedes, el mismo que levantó a Cristo de entre los muertos también dará vida a sus cuerpos mortales por medio de su Espíritu, que vive en ustedes. (Romanos 8:11—NVI)

Pablo nos ruega que dejemos de pecar, advirtiéndonos en repetidas ocasiones que si no lo hacemos segaremos muerte en lugar de vida.

Si seguimos viviendo conforme a la naturaleza pecaminosa de nuestro cuerpo y de nuestra alma lograremos matar nuestra propia resurrección, ya que nuestra habilidad para resucitar de entre los muertos y para encontrarnos con el Señor cuando Él regrese depende de nuestra voluntad de mantenernos llenos del Espíritu de Dios. No podemos mantenernos llenos del Espíritu de Dios si no le permitimos al Espíritu que dé muerte a las obras de la carne que existen en nosotros.

Nosotros tenemos un cuerpo pecaminoso. Nuestro cuerpo está muerto, ha sido cortado y separado de la Vida de resurrección de Jesús debido al pecado que existe en él. Bajo el pacto antiguo no había ninguna provisión para ser libres de la ley del pecado que moraba en nuestro cuerpo. Bajo el pacto nuevo tenemos la experiencia de volver a nacer, la presencia del Espíritu Santo dentro de nosotros, el cuerpo y la sangre de Cristo, y los ministerios y los dones del Espíritu Santo. Bajo el pacto nuevo podemos vencer a Satanás, al mundo, y a nuestros deseos propios y egocentrismo. podemos pasar de triunfo en triunfo, si tenemos la determinación, porque Dios nos ha dado de Su Naturaleza Divina para que podamos escapar de la corrupción que hay en el mundo debido a los malos deseos (2 de Pedro 1:4).

Cuando el Espíritu Santo nos muestra algún pecado debemos de tratar con ese pecado en particular por medio de la gracia de Dios. Debemos de dejar el resto de nuestra naturaleza pecaminosa y egocentrismo bajo la protección de la sangre de Cristo, así como Josué dejó bajo vigilancia a los cinco reyes Amorreos en la cueva de Maquedá.

Dio la siguiente orden: “Coloquen rocas a la entrada de la cueva y pongan unos guardias para que la vigilen. (Josué 10:18—NVI)

El Espíritu Santo sacará a esos reyes cuando estemos listos para tratar con ellos.

Entonces Josué mandó que destaparan la entrada de la cueva y que le trajeran a los cinco reyes amorreos. (Josué 10:22—NVI)

Debemos de caminar sin condenación, y seguir pasando de triunfo en triunfo por la gracia de Dios en Cristo. No es la voluntad de Dios que el santo viva una vida espiritual caótica, batallando año con año con los mismos pecados.

¡En Jesús hay victoria!

El tercero de los tres conceptos erróneos tiene que ver con la meta de la salvación Cristiana.

El propósito en aceptar a Cristo es para que podamos ir al Cielo cuando fallezcamos, y que ir al Cielo es la solución que Dios tiene para el problema del pecado en nuestra vida. En referencia a esta creencia respondemos: no es bíblica. No tiene fundamento en el Antiguo Testamento ni en el Nuevo Testamento.

Aquí tenemos una de las creencias fundamentales del Cristianismo; y sin embargo, no se encuentra en las Escrituras.

El propósito de aceptar a Cristo no es para ir al Cielo. Esto no quiere decir que no exista el Cielo, ya que ciertamente existe un lugar en el reino espiritual donde habitan el Padre, Jesús, los santos, y los ángeles. Pero el motivo de aceptar y seguir a Cristo es para reconciliarnos con Dios para que podamos ser salvos como parte del nuevo mundo de justicia de Dios, para ser parte del Reino de Dios.

Jesús es el Camino al Padre, no el camino al Cielo.

Alguien podría exclamar, “¡Pero no hay diferencia!

¿Que no hay diferencia entre desear ir al Padre o desear ir al Cielo? ¡Ciertamente que hay una gran diferencia entre desear ir al Padre y desear ir al Paraíso!

Una multitud de creyentes manifiestan con sus acciones que poco les importa el Padre y Su Cristo. Quizá ellos protesten que esto no es cierto, pero sus vidas demuestran claramente que hay varias cosas y personas que les son más importantes que la Presencia de Dios, que vivir en comunión con Dios.

Ellos se aferran a la creencia que Dios los llevará al Cielo cuando mueran. ¿Acaso ellos desean ir al Cielo para estar con Dios? ¡Para nada! Ellos desean ir al Cielo porque le temen al Infierno y porque creen que quieren ir al Paraíso. Sin embargo, ellos no estarían contentos en el Paraíso de Dios.

A ellos no les gusta la santidad, la rectitud, y la obediencia a Dios ahora. No se gozan en la oración y en la adoración a Dios ahora. ¿Por qué gozarían de estas cosas en el reino espiritual? Ellos no disfrutarían del Paraíso. Lo que sí les daría gusto sería seguir en los placeres pecaminosos del mundo sin recibir castigo. Esta es la razón por la que corren hacia la enseñanza moderna de la “gracia”. En realidad, ellos no aman a Dios ni a Su Cristo.

El ministerio Cristiano habla mucho sobre el Cielo y el Infierno como si Jesús hubiera venido para salvar a los pecadores del Infierno para que pudieran ir al Cielo. Esto no es bíblico. El Señor Jesús se refirió al Infierno, al fuego de Gehena, y a las tinieblas de afuera, pero nunca dijo que el Cielo fuera el lugar para escapar de estos lugares o que fuera la alternativa a ellos. Los Apóstoles del Cordero tuvieron muy poco que decir sobre el Infierno o el Cielo.

El Señor Jesús no vino para salvar a los pecadores del Infierno. Los pecadores deben de estar en el Infierno. Jesús vino para salvar a los pecadores de sus pecados para que ya no deban de estar en el Infierno. Cuando somos liberados de nuestra conducta pecaminosa entonces ya no pertenecemos en el Infierno sino que somos merecedores para estar en la Presencia de Dios.

Hoy en día estamos intentando hacer del Evangelio una manera de traer a los pecadores a la Presencia santa de Dios. Las Escrituras no nos enseñan que las personas pecadoras y rebeldes puedan caminar con Dios basándose en que conocen sobre la muerte expiatoria y la resurrección triunfante del Señor Jesús. Las Escrituras enseñan conducta justa, santa y recta. Ellas nos presentan vida eterna. Jesús habló en Sus predicaciones sobre la justicia y la vida eterna. Sólo conforme escapamos las garras del pecado es que podemos escapar del Infierno.

Siempre estaremos en el Infierno y perteneceremos en el Infierno mientras estemos practicando el pecado y la desobediencia a Dios.

Obtenemos vida eterna practicando la rectitud, rectitud que se crea en nosotros mientras que ponemos nuestra fe en Jesús. Este es el verdadero Evangelio del Reino. Lo que se está predicando hoy es el medio para evitar los requisitos de una vida recta y santa—evitando rectitud pero escapando al castigo. Esto no es bíblico. Esto es de Satanás, quien también espera evitar el Lago de Fuego.

La doctrina que los creyentes Gentiles pueden tener comunión con Dios debido a la “gracia” ya sea que estén o no viviendo una vida justa, recta y santa, que el Dios de Israel recibirá a los Gentiles moralmente asquerosos y rebeldes ante Su Presencia sólo porque profesan creer en Jesús, está al borde de ser una blasfemia.

… Sé que te calumnian los que dicen ser judíos pero que, en realidad no son más que una sinagoga de Satanás. (Apocalipsis 2:9—NVI)

Dios está redimiendo a los hombres. Los está transformando para que ellos puedan llevar la pureza del Cielo a la tierra. La ciudad santa, la Nueva Jerusalén, es la Iglesia, es el Cuerpo de Cristo. El Trono de Dios y del Cordero mora eternamente en la Nueva Jerusalén. El Cielo vendrá a la tierra en la Nueva Jerusalén.

La redención es la liberación del pecado, no la liberación del Infierno. Mientras sigamos pecando estamos bajo la autoridad del Lago de Fuego ya sea que clamemos o no el nombre del Señor Jesús. Todo pecado debe de estar en el Lago de Fuego y permanecerá ahí por toda la eternidad. No existe escapatoria de las leyes morales del Reino de Dios.

Jesús no vino para cambiar las leyes morales del Reino. Más bien, el Señor Jesús vino para ayudarnos a obtener nuestra liberación del pecado y de la rebelión para que el Lago de Fuego ya no tenga autoridad sobre nosotros (Apocalipsis 2:11; 3:5; 20:6).

Adán y Eva estuvieron en el Paraíso y no había la ley del pecado en sus cuerpos. Pero no estimaron lo suficiente la comunión que tenían con Dios. Así que pecaron estando en el Paraíso.

Desear vivir en comunión con Dios y desear vivir en el Paraíso (según la idea que nuestro hombre natural tiene sobre el Paraíso—como un lugar donde podemos hacer lo que queramos sin incomodidad) son dos deseos muy distintos. Casi no tienen ninguna relación. La mayoría de la gente, sea creyente o no, desea entrar al Paraíso (el tipo de Paraíso que ellos imaginan) cuando mueran. Ellos tratan de que su medio ambiente actual sea lo más parecido al concepto que tienen del Paraíso.

Pero ¿cuánta gente está enamorada con la idea de estar en comunión con Dios? ¿Tan enamorada, de hecho, que pasan la mayor parte del tiempo orando y buscando al Señor?

Si queremos que nuestros conceptos sean bíblicos entonces tenemos que aceptar que Jesús vino a reconciliarnos con el Padre, no a llevarnos al Cielo. El concepto de ir al Cielo cuando fallezcamos, o de hacer nuestra morada eterna en el Cielo, no se encuentra en las Escrituras. El término vivienda, en Juan 14:2, no se refiere a una casa o a un edificio. Nosotros nos estamos volviendo una vivienda del Señor. La muerte y la resurrección del Señor hacen posible esto para cada uno de nosotros.

El Apóstol Pablo siempre buscó la manera de estar en comunión perfecta con su Cristo, ya sea que estuviera dentro de su cuerpo o fuera de él. Para Pablo, la muerte significaba estar presente con su Señor. Sin embargo, esta declaración de Pablo se usa para probar que entramos al Paraíso cuando morimos. ¡Perdemos el punto principal! El punto es estar con el Señor.

Ahora bien, ¿qué hay sobre la creencia que una vez que “vayamos al Cielo” ya no podemos pecar? ¿Acaso ir al Cielo es la solución que Dios tiene para el problema de los pecados en nuestras vidas?

Reconozcamos que el pecado es un fenómeno espiritual. El pecado se originó en el reino espiritual. Hasta el día de hoy, la gente peca por causa de aquello que empezó en los Cielos—la rebelión de los ángeles en contra de Dios. Como dice Juan, “El que practica el pecado, es del diablo” (1 Juan 3:8).

Si esto es verdad, ¿cómo es que la muerte y el pasar al reino espiritual pueden prevenir que nosotros confiemos en nuestros propios recursos de seguridad, de desear placer inmoral, o de buscar nuestro propio camino en lugar de la voluntad de Dios? Si confiar en uno mismo, mentir (Satanás es el padre de la mentira), el orgullo, el descontento, y la voluntad propia comenzaron en el Cielo, y si nuestras pasiones inmorales son encendidas por los demonios, ¿cómo, entonces, puede ser que el morir y pasar al reino espiritual pueden purificarnos de las impurezas morales, de lo que podemos ver y adquirir, y del egoísmo?

¿Existe algún versículo en las Escrituras que nos enseñe que Cristo vino a llevarnos al Cielo donde ya no podremos pecar? Si no hay ningún versículo que diga esto claramente, entonces no deberíamos de hacer de una doctrina como esta una creencia fundamental de nuestra teología.

Ya que hemos establecido por qué creemos que estas tres creencias Cristianas no son bíblicas, procedamos a discutir los dos aspectos principales de la liberación del pecado que el Señor nos ha provisto por medio de Cristo. Examinemos lo que las Escrituras enseñan acerca de la liberación del pecado.

Las dos dimensiones principales de la liberación son:

  • La provisión que Cristo hará para nosotros cuando regrese
  • La provisión que Cristo ha hecho para nosotros durante nuestra vida actual sobre la tierra.

Debemos de limitar nuestros comentarios sobre la liberación futura a lo que sucederá cuando Cristo regrese. Lo que nos pasa a nosotros cuando morimos físicamente, antes de que el Señor regrese, no está del todo claro a excepción de que seremos juzgados.

La provisión que Cristo hará para nosotros cuando regrese. La provisión para la liberación del pecado que Cristo hará para nosotros cuando Él regrese es el retiro total de la presencia del pecado que todavía este en nuestra personalidad, además de vestir nuestro cuerpo resucitado de un cuerpo hecho de la Sustancia de la vida eterna. Este cuerpo superior no solamente estará libre de la ley del pecado, como fue cierto también de los cuerpos de Adán y Eva, sino que además será militantemente recto y santo.

El cuerpo que se le dará al vencedor será tan agresivamente recto y santo como su naturaleza espiritual interior, porque el cuerpo nuevo está siendo formado como resultado directo de las victorias sobre sus tentaciones y tribulaciones (2 de Corintios 4:17). Su cuerpo reflejará perfectamente lo que se ha logrado dentro de él durante su peregrinaje sobre la tierra. Él recibirá este cuerpo, a la venida del Señor, como recompensa.

Y se les ha concedido vestirse de lino fino, limpio y resplandeciente. (El lino fino representa las acciones justas de los santos.) (Apocalipsis 19:8—NVI)

Aquí esta la respuesta de Dios para nuestro clamor por la liberación de la presencia del pecado. Dios eliminará de nosotros todo deseo para pecar, deseo que habremos puesto a morir por medio del Espíritu Santo, y nos dará un cuerpo que es militantemente recto, un cuerpo que cubrirá nuestra carne y nuestros huesos resucitados. Lo mortal se vestirá de inmortalidad. La muerte será absorbida por la vida eterna de resurrección.

Sin embargo, el lector debe de comprender claramente que la recompensa de la eliminación de los últimos vestigios del pecado y la obtención de un cuerpo formado de la vida eterna, un cuerpo que es militantemente recto y santo, será entregado sólo a aquellos creyentes que han seguido diligentemente al Señor. El creyente descuidado y tibio no está autorizado por las Escrituras ni es competente por el entrenamiento y la experiencia para recibir esta Gloria Divina.

Considera lo siguiente: el vencedor ha servido a Dios en esta tierra. Él ha logrado la victoria sobre el pecado. Él odia el pecado y ama la rectitud así como su Señor odia el pecado y ama la rectitud. Él ha obedecido a Dios aunque la obediencia le ha causado dolor y privación. Además, él se ha dedicado fielmente a las cosas de Cristo, a pesar de estar rodeado en este mundo por muchas tentaciones

Su naturaleza espiritual interior está fuerte en el Señor. Él ha aprendido a mantener su cuerpo bajo el control del Espíritu y de la Palabra de Dios.

Ahora Dios pondrá sobre él una vestidura de vida eterna. No sólo no hay pecado en su cuerpo, sino que ahora su cuerpo está lleno de vida brillante y eterna. Su cuerpo ama la rectitud y rechaza totalmente el pecado y la desobediencia. Su cuerpo ama a Dios y siempre desea estar en la Presencia de Dios.

Él vive y se mueve y tiene su ser en la Presencia de Dios y de Cristo. Un espíritu justo vuelto perfecto, vestido con la Sustancia de vida eterna, y lleno de Dios y de Cristo-ésta es la respuesta de Dios para el problema del pecado. Esta es la redención perfecta, la liberación total del pecado que es posible bajo el nuevo pacto.

Esta liberación del pecado y comunión gloriosa con Cristo son posibles para nosotros, pero hay acciones que nosotros debemos de tomar ahora mismo.

La provisión que Cristo ha hecho para nosotros durante nuestra vida actual sobre la tierra. Hemos discutido la provisión que Cristo hará cuando Él regrese a la tierra. No habrá pecado en nuestro cuerpo resucitado y la vestidura blanca de rectitud nos cubrirá completamente.

Como hemos dicho anteriormente, sabemos muy poco de lo que será cierto durante el periodo desde nuestra muerte hasta el día de la resurrección.

Pero ¿qué hay de hoy? ¿Es necesario que hoy logremos la victoria si tenemos la esperanza de ser vestidos de blanco? O ¿se nos va a dar una vestidura blanca basada en la “gracia” aunque hayamos continuado en la mundanería, en los apetitos de nuestra carne, y en la búsqueda de nuestras propias ambiciones?

Esta es una pregunta muy importante. La manera en que la contestemos en nuestro corazón determinará qué tan diligente y consistentemente sirvamos a Cristo ahora, y como resultado determinará nuestro destino eterno. El concepto que todos los creyentes en Cristo morirán e irán al Cielo donde estarán libres del pecado es, como hemos dicho, algo que no está fundado en la Palabra escrita de Dios.

Dios espera que nos estemos purificando del pecado durante nuestro discipulado aquí en la tierra. Debemos de estar lavando nuestras vestiduras y haciéndolas blancas en la sangre del Cordero, preparándonos para las bodas del Cordero. La boda del Cordero es la entrada total de Dios y de Cristo en nosotros, y es el ser vestidos con un cuerpo de gloria. Aquí esta el cumplimiento espiritual de la Fiesta Levítica de los Tabernáculos (Levíticos 23:34).

Todo el que tiene esta esperanza en Cristo, se purifica a sí mismo, así como él es puro. (1 Juan 3:3—NVI)
Como tenemos estas promesas, queridos hermanos, purifiquémonos de todo lo que contamina el cuerpo y el espíritu, para completar en el temor de Dios la obra de nuestra santificación. (2 Corintios 7:1—NVI)
Los que son de Cristo Jesús han crucificado la naturaleza pecaminosa, con sus pasiones y deseos. (Gálatas 5:24—NVI)

Hay numerosos versículos que nos ordenan lavar los vestidos de nuestra conducta diaria.

Ser purificados del pecado no es imposible. Cuando el Espíritu Santo nos muestre algún pecado debemos de confesar ese pecado muy clara y específicamente. Debemos arrepentirnos completamente de él, con la determinación de nunca volverlo a hacer. Debemos rogarle al Señor que nos libre de su poder y que nos dé perfecta victoria sobre él. A veces nos ayuda que otra persona ore con nosotros o que los líderes de la iglesia oren por nosotros durante alguno de los servicios donde se congregan los santos.

Si nos vamos de esta manera a la guerra en contra de un pecado, lograremos la victoria sobre él. La única razón por la cual seguimos cometiendo los mismos pecados es porque no tenemos como meta la victoria sobre el pecado. En primer lugar, tenemos que decidir que lo que estamos haciendo es pecaminoso. Debemos de nombrar nuestro comportamiento pecado. Después debemos desear fuertemente que el Señor lo elimine de nuestra personalidad.

Nosotros no podemos librarnos a nosotros mismos del pecado. Sólo el Señor Jesús puede romper las cadenas del pecado. Nosotros debemos de guardar los mandamientos de las Escrituras lo mejor que podamos, orando continuamente y pidiéndole al Señor su ayuda. Conforme mantenemos la Palabra del Señor, Él viene a nosotros y rompe las cadenas de Satanás.

No existe un procedimiento único que siempre resulte en la liberación del pecado, así como no hubo una sola estrategia específica que resultara en la victoria sobre las tribus de Canaán. Nosotros debemos de mantenernos abiertos al Señor, buscando en Él la sabiduría y el poder.

El Señor desea que seamos liberados espiritualmente y físicamente. El camino hacia la liberación completa varía según el individuo. La liberación es una recompensa por obedecer al Señor. Además, existe una recompensa por haber obtenido la liberación. El creyente que busque diligentemente al Señor es recompensado doblemente: en primer lugar, por la liberación del pecado; en segundo lugar, por los beneficios que resultan debido a la libertad del pecado, siendo el beneficio principal vida eterna en la Presencia de Dios.

Quizá haya liberaciones que vengan después de la muerte, cuando aparezca el Señor, o después de que el Señor regrese—liberaciones además de la libertad de nuestro cuerpo actual pecaminoso y la obtención de un cuerpo justo y recto. No estamos intentando describir estas liberaciones ya que no las comprendemos claramente de las Escrituras. Lo que sí sabemos es que Dios puede liberar a cualquiera en cualquier momento de cualquier tipo de aprisionamiento.

Así que el ángel les dijo a los que estaban allí, dispuestos a servirle: “¡Quítenle las ropas sucias!” Y a Josué le dijo: “Como puedes ver, ya te he liberado de tu culpa, y ahora voy a vestirte con ropas espléndidas. (Zacarías 3:4—NVI)

Es sabio obtener la liberación diaria disponible para nosotros porque no comprendemos plenamente lo que podrá ser posible en el futuro. El principio del Reino es que si somos fieles en los problemas actuales seremos confiados con un esquema de oportunidades aún mayor.

El camino hacia la victoria sobre el pecado es una confesión específica, un arrepentimiento total, y luego la confianza en que el Señor Jesús quitará el pecado de nosotros. Nos es de ayuda reunirnos frecuentemente con creyentes fervientes. Nunca es la voluntad de Dios que uno de Sus santos camine sin esperanza porque sabe que ha pecado. Podemos ser liberados si eso es lo que deseamos de todo corazón.

El Nuevo Testamento nos advierte que si sembramos pecado segaremos destrucción. El Nuevo Testamento nos ordena que seamos perfectos. Debemos de orarle a Dios para hacer aquello que Él nos ha ordenado con respecto a nosotros. El Señor está dispuesto y puede hacer esto si seguimos adelante con Él con firme determinación. El hombre indeciso no recibirá nada del Señor. Las promesas de vida y de autoridad son para los vencedores, no para los tibios.

Dios nunca nos pide que hagamos algo que Él no nos ayude a hacer. Dios nos ha ordenado que nos purifiquemos por la sangre de Jesús. Dios espera que nosotros hagamos esto y siempre ayudará al creyente sincero. Pero aquellos que desobedecen la voluntad de Dios no tienen en qué basarse para tener la esperanza de que al morir Dios los llevará al Paraíso y los vestirá con una vestidura blanca formada por las obras justas de los santos. Esta esperanza no es bíblica ni razonable.

Ya hemos mencionado el hecho de que existe una relación entre lograr la victoria sobre el pecado ahora y recibir la vestidura blanca de rectitud y santidad militante cuando regrese Cristo. Examinemos ahora esta relación mas cuidadosamente.

La relación tiene que ver con la vestidura blanca de rectitud que está siendo formada ahora mismo por nuestro arrepentimiento y nuestra vida santa. Recibiremos precisamente aquello que hayamos sembrado. Si hemos vivido la vida victoriosa en el Espíritu, luchando siempre en contra del pecado y ayudados por Dios, entonces seremos vestidos con una vestidura de conducta recta.

Si hemos vivido en los apetitos de la carne, si hemos desobedecido a Cristo, y si hemos descuidado nuestra salvación tan grande, entonces estaremos desnudos en el Día del Señor. Es tan sencillo y tan claro como eso.

El lino fino, blanco y limpio, es las obras justas de los santos. Ellos han tejido esta vestidura, y la han purificado, con su conducta sobre la tierra. Ellos se han mostrado dignos de ser vestidos con la vestidura de rectitud y de santidad militante.

Sin embargo, tienes en Sardis a unos cuantos que no se han manchado la ropa. Ellos, por ser dignos, andarán conmigo vestidos de blanco. El que salga vencedor se vestirá de blanco. Jamás borraré su nombre del libro de la vida, sino que reconoceré su nombre delante de mi Padre y delante de sus ángeles. (Apocalipsis 3:4-5—NVI)

Ser vestido de blanco y mantener nuestro nombre en el Libro de la Vida dependen de si hoy estamos venciendo o no el pecado. Esto lo hacemos por medio de Cristo. Si somos descuidados en este asunto de purificarnos consistentemente por medio de la sangre del Cordero corremos el riesgo de no ser vestidos de blanco y de que nuestro nombre sea borrado del Libro de la Vida.

Muchas de las enseñanzas Cristianas son contrarias a lo que acabo de declarar. Así que, muchas de las enseñanzas Cristianas son contrarias a las exhortaciones claras y a los mandatos de la Palabra escrita de Dios. El lector debe de prestar atención, porque el libro del Apocalipsis no puede ser cambiado en lo más mínimo.

La esperanza de millones de personas queridas por Dios está mal puesta. Ellos están confiando en las tradiciones del hombre para su bienestar eterno. No están confiando en la Palabra escrita de Dios.

Cristo vino para salvarnos de nuestros pecados. Por medio de la sangre de Cristo y del Espíritu de Dios podemos limpiar nuestra vestidura (nuestra conducta diaria) y hacerla pura y limpia confesándonos y arrepintiéndonos. Si hacemos esto durante toda nuestra vida, arrepintiéndonos y siguiendo hacia adelante aun si tropezamos y caemos, entonces recibiremos el premio más glorioso—una vestidura de poder de rectitud que nos mantendrá para la eternidad en un estado justo y santo ante el Señor de los Cielos.

Si vivimos una vida descuidada, una vida “Cristiana” tibia, pecando de vez en cuando, no haciendo con vigor lo que entendemos que es la voluntad de Dios para nosotros, si no presentamos nuestro cuerpo como sacrificio vivo para discernir la voluntad de Dios, si mostramos más interés en las cosas y en los placeres de este mundo que en las cosas que tienen que ver con nuestra redención y servicio a Dios, entonces, no tenemos ninguna base para creer que seremos manifestados en justicia en el Día del Señor.

¡Pongamos atención! Nuestro destino eterno es el que está en juego.

(“La Liberacion Del Pecado”, 4096-1)

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