SOBRE ALAS DE ÁGUILA

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Texto bíblico tomado de la Santa Biblia, Nueva Versión Internacional. ©1999 por la Sociedad Bíblica Internacional

Traducido por Carmen Alvarez


Somos sacados de Egipto como sobre alas de águila pero luego debemos entrar a nuestra herencia, a nuestra tierra prometida, avanzando sobre nuestros propios pies.

Dios nos ha dado todo en Cristo. Todo lo que la gente pueda desear, y la eternidad en la que puede ser disfrutada, es nuestro en el instante mismo en que recibimos al Señor Jesús como nuestro Señor y Salvador. Pero nosotros debemos aferrarnos a esa herencia, cuidándola, desarrollándola y perfeccionándola. Las Escrituras son muy claras, si descuidamos una salvación tan grande estamos exponiéndonos a un desastre.


Contenido

Sobre Alas de Águila y Luego el Desierto
Comenzamos desde Arriba
El Desierto
El Reino de Dios
Afectando el Plan de Redención por Nuestro Comportamiento
De Trono en Trono
Debemos Pelear para Entrar a Canaán
Siete Metas de la Redención
Ganar a Cristo
Reposo en la Voluntad Perfecta de Dios
Las Recompensas para el Vencedor
Nuestro Cuerpo Físico
Las Naciones de los Salvos
El Universo Material
Nuestro Destino Único


SOBRE ALAS DE ÁGUILA

Ustedes son testigos de lo que hice en Egipto, y de que los he traído hacia mí como sobre alas de águila. (Éxodo 19:4—NVI)

Sobre Alas de Águila y Luego el Desierto

Dios tiene varias metas para Su Iglesia. Discutiremos algunas de esas metas más adelante en este ensayo. Pero antes queremos señalar la manera en la que Dios logra las metas que Él ha establecido para Sus santos.

Comenzamos desde Arriba

Y en unión con Cristo Jesús, Dios nos resucitó y nos hizo sentar con él en las regiones celestiales, (Efesios 2:6—NVI)

En un principio, los elegidos se encuentran en el Trono de Dios –en el lugar más alto posible en el Reino. Después, ellos tienen que darse la vuelta y procurar lograr, un paso a la vez, cada uno de los aspectos de la redención.

Por la fe sabemos que iniciamos desde arriba, desde la cima de la Nueva Jerusalén. Después, la fe hace su obra en nuestros pensamientos, en nuestras palabras y en nuestras acciones. Si no avanzamos continuamente hasta hacer que nuestra personalidad se vuelva una creación nueva, entonces ponemos en peligro nuestra posición original en Cristo.

Por medio de la gracia, por la acción premeditada del Señor, somos puestos espiritualmente en el trono más alto. Sin embargo, es posible pervertir la gracia de Dios para convertirla en injusticia e inmoralidad.

El problema es que se han infiltrado entre ustedes ciertos individuos que desde hace mucho tiempo han estado señalados para condenación. Son impíos que cambian en libertinaje la gracia de nuestro Dios y niegan a Jesucristo, nuestro único Soberano y Señor. (Judas 1:4—NVI)

Espiritualmente comenzamos a la derecha del Padre. Luego debemos obedecer a Dios hasta que toda nuestra personalidad sea idéntica a nuestra asignación espiritual.

Lo que tenemos inicialmente, cuando recibimos por primera vez al Señor Jesús, son las “primicias” de la redención. Ya que las primicias son santas, por haber sido ofrecidas al Señor, el resto de nuestra personalidad y de nuestra familia es santo ante el Señor. En cuanto las primicias son recibidas, Dios comienza la obra de juzgar (cosechar) el resto de nuestra personalidad y, en muchos casos, también de nuestra familia.

Observa la posición exaltada del Señor Cristo Jesús.

Que Dios ejerció en Cristo cuando lo resucitó de entre los muertos y lo sentó a su derecha en las regiones celestiales, muy por encima de todo gobierno y autoridad, poder y dominio, y de cualquier otro nombre que se invoque, no sólo en este mundo sino también en el venidero. (Efesios 1:20,21—NVI)

El Señor Jesús ya no puede ascender a una posición más alta. Él ya se encuentra “muy por encima” de toda autoridad. El Padre le ha dado toda autoridad y todo poder en el Cielo, sobre la tierra y por debajo de la superficie de la tierra en las oscuras cavernas que ahí se encuentran.

Jesús se encuentra en el trono más alto. El Padre está poniendo todas las cosas bajo Sus pies.

Más adelante, el Apóstol Pablo hace una declaración increíble.

Nos dio vida con Cristo, aun cuando estábamos muertos en pecados. ¡Por gracia ustedes han sido salvados! Y en unión con Cristo Jesús, Dios nos resucitó y nos hizo sentar con él en las regiones celestiales, (Efesios 2:5,6—NVI)

Cuando aun estábamos muertos en nuestros pecados, Dios nos dio la vida de resurrección por la cual vive el Señor Jesús, y luego nos hizo parte de Su ascención por la cual estamos sentados en el altísimo trono del Señor Jesús.

Ya que han resucitado con Cristo busquen las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la derecha de Dios. Concentren su atención en las cosas de arriba, no en las de la tierra, pues ustedes han muerto y su vida está escondida con Cristo en Dios. (Colosenses 3:1-3—NVI)

Cuando recibimos a Cristo, aunque en ese momento estemos muertos en nuestros pecados, Dios nos hace parte de la crucifixión, resurrección y ascención de Cristo. En ese momento nos encontramos con Cristo en Dios en el nivel más alto de la ciudad gobernante, de la Jerusalén celestial.

Nosotros no hemos hecho nada para lograr esa posición exaltada, esa posición en Cristo que nos fue dada desde la creación del mundo.

A los que predestinó, también los llamó; y a los que llamó también los justificó; y a los que justificó, también los glorificó. (Romanos 8:30—NVI)

Los llamó, los justificó y los glorificó –¡Todo en tiempo pasado!

Nosotros no podemos subir más arriba. Estamos en lo más alto que es posible estar. Tenemos la mayor autoridad que se puede poseer. Estamos tan cerca de Dios como es posible estarlo.

Dios nos ha llevado sobre alas de águilas hacia Sí mismo.

Dios no nos llevó a Canaán, ni al Cielo, sino a Sí mismo.

Hasta este momento no hemos pasado por ningún peregrinaje, por ningún discipulado, por ninguna paciencia en la oración, por ningún obstáculo que sobrepasar, por ningún servicio, ni por ninguna obra de ningún tipo. Mientras todavía estábamos muertos en nuestros pecados Dios, según Su propio plan soberano, extendió Su mano hacia la tierra, nos dio vida y luego nos elevó a Su mismísimo lado derecho en Cristo.

El Desierto

Ustedes son testigos de lo que hice con Egipto, y de que los he traído hacia mí como sobre alas de águila. (Éxodo 19:4—NVI)

Dios sacó a los Judíos de Egipto y los llevó hacia Sí mismo como sobre alas de águila. De hecho, desde el punto de vista de los Judíos, ellos no salieron de Egipto tan fácilmente.

Sólo podemos imaginarnos el caos y el pánico que hubo durante la primera noche de la Pascua—las quejumbres, el temor, la ansiedad, los niños llorando, los gritos de las casas de los Egipcios.

A media noche la multitud salió de Egipto caminando llevando consigo su pan sin levadura, guiando a su ganado, ovejas y cabras. Era una aventura emosionante para los jóvenes pero una pesadilla de responsabilidad y pesar para los jefes de familia.

Para los israelitas el éxodo fue una huida desesperada y peligrosa de un gobierno cruel. No pasó mucho tiempo para que los Hebreos encontraran un pretexto para quejarse de Moisés y Aarón.

Desde el punto de vista de Dios salieron como sobre alas de águilas. Desde el punto de vista de los Judíos fue el comienzo incómodo de un viaje riguroso a un destino desconocido.

Lo mismo sucede con nosotros. El Señor nos lleva hasta Su lado derecho y nos da la bienvenida como Sus hijos y santos. Esto lo hace aun antes de que hayamos tenido una sola experienca en el “desierto”.

Nosotros llamamos gracia a la acción soberana de Dios de llevarnos a esa posición. Ciertamente sí es gracia Divina. Pero la gracia Divina bajo el pacto nuevo significa infinitamente mucho más que sólo el perdón de pecados y la participación espiritual en la resurrección y ascención de Cristo.

Existe el Alfa de la redención. Pero también existe la Omega, el término, el final en el que las metas de Dios para nosotros son realizadas.

Si la meta de Dios para nosotros fuera que residiéramos en el Cielo para siempre, quizá el que habitáramos espiritualmente en Cristo en Dios sería suficiente. Pero como el residir eternamente en el Cielo no es la meta del pacto antiguo ni del nuevo, entonces el perdón de pecados y la participación en la resurrección y ascención de Cristo no cumplen con los propósitos de Dios con respecto a nosotros, excepto en cuanto a que ayudan a nuestra verdadera personalidad y conducta.

El Reino de Dios

Los Profetas Hebreos y los Apóstoles y Profetas del pacto nuevo anunciaron la venida del Reino de Dios a la tierra.

Durante los siglos que han pasado en la Era de la Iglesia, el Evangelio original del Reino se ha perdido. En su lugar ha quedado el concepto de ir a vivir por siempre al Cielo. La idea de residencia eterna en el Cielo quizá haya llegado de las religiones de Oriente que prometen residencia en un paraíso espiritual después de la muerte o quizá de la filosofía del Gnosticismo.

Pero el Reino de Dios del cual hablan los Apóstoles y Profetas tiene que ver con la tierra, con el regreso del Señor Jesús a establecer Su Reino sobre la tierra –primero en la tierra actual y luego en la tierra nueva.

Tocó el séptimo ángel su trompeta, y en el cielo resonaron fuertes voces que decían: El reino del mundo ha pasado a ser de nuestro Señor y de su Cristo, y él reinará por los siglos de los siglos. (Apocalipsis 11:15—NVI)
Jugará el niño de pecho junto a la cueva de la cobra, y el recién destetado meterá la mano en el nido de víbora. No harán ningún daño ni estrago en todo mi monte santo, porque rebosará la tierra con el conocimiento del Señor como rebosa el mar con las aguas. (Isaías 11:8,9—NVI)

El Reino de Dios es la infusión del Espíritu de Jesús en el reino material y en los que le pertenecen. Si el Reino de Dios no fuera un reino material de justicia no habría ningún motivo para la resurrección de los muertos. No habría razón para regresarle a los santos sus cuerpos.

Cuando somos llevados ante el Señor por primera vez nuestra naturaleza espiritual recién nacida es elevada a la derecha de Dios pero nuestro cuerpo físico permanece sobre la tierra debido a que está muerto por el pecado que hay dentro de él.

El hombre es espíritu, alma y cuerpo. Cuando no tiene su cuerpo no es un hombre, sino un espíritu. Un espíritu no tiene carne ni huesos, como nos dijo el Señor.

Miren mis manos y mis pies. ¡Soy yo mismo! Tóquenme y vean; un espíritu no tiene carne ni huesos, como ven que los tengo yo. (Lucas 24:39—NVI)

Cuando conocemos a Jesús por primera vez, Dios divide nuestra personalidad. Toma nuestra personalidad espiritual que a vuelto a nacer y la lleva a Su derecha pero deja sobre la tierra nuestro cuerpo pecaminoso.

El propósito del discipulado Cristiano es obtener la inmortalidad en el cuerpo. Dios nos ha dado un adelanto perdonándonos y elevándonos a Su derecha. Pero el que logremos o no la resurrección hacia la vida eterna depende de nuestra voluntad de someter a nuestro cuerpo para que sea gobernado por el Espíritu de Dios.

Afectando el Plan de la Redención por Nuestro Comportamiento

Como hemos visto en el Libro de Judas, es completamente posible convertir la gracia de Dios en desorden e inmoralidad. Nosotros podemos abusar de la gracia de Dios con nuestra conducta corporal al grado de que la gracia de Dios ya no puede salvarnos.

… que cambian en libertinaje [inmoralidad] la gracia de nuestro Dios, … (Judas 1:4—NVI)

Los impíos descritos por Judas tenían comunión con los creyentes, estaban recibiendo la gracia de Dios. Pero sus cuerpos físicos no estaban sometidos al Espíritu Santo.

Pablo mencionó el hecho de que la resurrección de los muertos ya estaba viviendo en el Cristiano.

Y si el Espíritu de aquel que levantó a Jesús de entre los muertos vive en ustedes, el mismo que levantó a Cristo de entre los muertos también dará vida a sus cuerpos mortales por medio de su Espíritu, que vive en ustedes. (Romanos 8:11—NVI)

Luego Pablo nos manifiesta que si nosotros, los elegidos de Dios, los escogidos en Cristo desde antes de la creación del mundo, elegimos vivir conforme a nuestra naturaleza pecaminosa entonces mataremos la vida de resurrección que hay en nosotros. La Semilla Divina será ahorcada, como en la parábola del sembrador. Lograremos matar nuestra propia resurrección.

Porque si ustedes viven conforme a ella, morirán; pero si por medio del Espíritu dan muerte a los malos hábitos del cuerpo, vivirán. (Romanos 8:13—NVI)

Judas enseña que aun cuando Dios nos saca de Egipto como sobre alas de águila de todos modos nosotros debemos perseverar en la fe y en la paciencia mientras pasamos por las aflicciones y privaciones del desierto. Si no lo hacemos, el plan de redención se detiene completamente. No se nos permite continuar hasta el reposo de Dios, hasta Canaán, hasta la meta que Dios ha destinado para nosotros.

Aunque ustedes ya saben muy bien todo esto, quiero recordarles que el Señor, después de liberar de la tierra de Egipto a su pueblo, destruyó a los que no creían. (Judas 1:5—NVI)

Generalmente se enseña en las iglesias Evangélicas que una vez que el Señor nos ha salvado de Egipto, por así decirlo, nunca podemos ser destruidos. Si así fuera, ¿por qué hizo Judas la declaración anterior?

A veces, los maestros Cristianos parecen ignorar las advertencias que hay en el Nuevo Testamento sobre la necesidad de pelear la batalla de la fe.

El Reino de Dios es un Reino real y se encontrará en una tierra real. No es sólo una posición enigmática en Dios en el reino espiritual. Un sacerdocial real está siendo creado para juzgar y bendecir a las naciones de personas salvas de la tierra.

La ciudad santa, la nueva Jerusalén, no consiste de creyentes que no han sido transformados y que son “salvos por la gracia”, como comúnmente decimos. Si este fuera el caso, la nueva Jerusalén estaría llena de personas pecaminosas que son justas sólo en el sentido de que Dios las ha declarado justas. Serían justas sólo porque el Señor así lo ha declarado. Todavía mentirían, robarían, profanarían, buscarían su propio provecho, chismearían, criticarían, quebrantarían las leyes y se dejarían llevar por todas las demás conductas impías que se practican.

La ciudad santa es una ciudad santa. Todo miembro de la nueva Jerusalén comenzó en pecado y luego recibió vida y fue llevado al Trono de Dios. Después de eso, cada miembro siguió pacientemente al Espíritu Santo a través de una experiencia desértica dolorosa hasta que la imagen de Dios fue formada en su personalidad.

El Alfa está incompleto sin la Omega. Si la gracia celestial que nos elevó a la Presencia de Dios no ha comenzado a transformar nuestra conducta corporal, entonces el programa de la redención no está operando en nosotros.

Ser salvo no es sólo recibir la vida y ser elevados a la derecha de Dios. Ser totalmente salvo es seguir al Señor Jesús en obediencia portadora de la cruz hasta estar experimentando el poder de Su resurrección y la comunión de Sus sufrimientos.

Trabajamos en nuestra salvación con temor y temblor porque comprendemos que no hemos logrado la meta que Dios ha establecido para nosotros hasta que estemos perfecta y completamente cumpliendo en todo la voluntad de Dios.

Les manda saludos Epafras, que es uno de ustedes. Este siervo de Cristo Jesús está siempre luchando en oración por ustedes, para que, plenamente convencidos, se mantengan firmes, cumpliendo en todo la voluntad de Dios. (Colosenses 4:12—NVI)

De Trono en Trono

Pablo declara que somos salvos por la gracia mediante la fe.

Pero por su gracia son justificados gratuitamente mediante la redención que Cristo Jesús efectuó. (Romanos 3:24—NVI)

Pero debemos someter nuestro cuerpo para que sea dominado por nuestra nueva vida en Cristo.

Permíteme repetir, somos justificados por la fe en las promesas de Dios.

Pero en el tiempo presente ha ofrecido a Jesucristo para manifestar su justicia. De este modo Dios es justo y, a la vez, el que justifica a los que tienen fe en Jesús. (Romanos 3:26—NVI)

Pero luego nos damos cuenta de que debemos ser purgados de toda impiedad:

Porque pueden estar seguros de que nadie que sea avaro (es decir, idólatra), inmoral o impuro tendrá herencia en el reino de Cristo y de Dios. (Efesios 5:5—NVI)

Dios ha actuado soberanamente en nuestras vidas:

Nos predestinó para ser adoptados como hijos suyos por medio de Jesucristo, según el buen propósito de su voluntad, para alabanza de su gloriosa gracia, que nos concedió en su Amado. En él tenemos la redención mediante su sangre, el perdón de nuestros pecados, conforme a las riquezas de la gracia (Efesios 1:5-7—NVI)

Pero luego hay algo que nosotros debemos hacer para establecernos en la gracia de Dios:

Salgan de en medio de ellos y apártense. No toquen nada impuro, y yo los recibiré. Yo seré un padre para ustedes, y ustedes serán mis hijos y mis hijas, dice el Señor Todopoderoso. (2 Corintios 6:17,18—NVI)

Si queremos que nuestra salvación sea exitosa debemos mantener un equilibrio entre el don de la gracia de Dios y nuestra respuesta a esa gracia. De otra manera arruinaremos la vida de la fe.

Frecuentemente los maestros Cristianos hacen hincapié en los versículos que describen la posición que se nos da al comenzar la redención. Muy pocos de ellos, aparentemente, ponen énfasis también en los versículos que señalan la necesidad esencial de una obediencia fiel al Señor y portadora de la cruz.

Además, existe un Alfa y existe una Omega. Hay una temporada en la que Dios nos lleva hacia Sí mismo sobre alas de águila. También hay una temporada prolongada en la que con dificultad avanzamos fielmente a través de un desierto prohibido, seco y desolado. Los hijos de Dios nacen a la derecha de Dios. Los hijos de Dios son formados en el desierto de la tribulación.

Recuerda que durante cuarenta años el SEÑOR tu Dios te llevó por todo el camino del desierto, y te humilló y te puso a prueba para conocer lo que había en tu corazón y ver si cumplirías o no sus mandamientos. Te humilló y te hizo pasar hambre, pero luego te alimentó con maná, comida que ni tú ni tus antepasados habían conocido, con lo que te enseñó que no sólo de pan vive el hombre, sino de todo lo que sale de la boca del SEÑOR. (Deuteronomio 8:2,3—NVI)

Comenzamos en el trono más alto de la gloria. Luego debemos escalar la montaña de Sión para ganar el trono. Nosotros debemos vencer al diablo, así como lo hizo el Señor.

Al que salga vencedor le daré el derecho de sentarse conmigo en mi trono, como también yo vencí y me senté con mi Padre en su trono. (Apocalipsis 3:21—NVI)

Nacemos en resurrección. Luego tenemos que alcanzar la resurrección.

Así espero alcanzar la resurrección de entre los muertos. (Filipenses 3:11—NVI)

Se nos da a Cristo en el comienzo. Luego debemos ganarnos a Cristo.

Es más, todo lo considero pérdida por razón del incomparable valor de conocer a Cristo Jesús, mi Señor. Por él lo he perdido todo, y lo tengo por estiércol, a fin de ganar a Cristo, (Filipenses 3:8—NVI)

La parábola del sembrador nos enseña que el desarrollo de la Semilla Divina puede ser ahogada, puede ser asesinada antes de que le brote fruto perdurable.

Otra parte de la semilla cayó entre espinos que, al crecer, la ahogaron. (Mateo 13:7—NVI)

Al comienzo somos levantados como sobre alas de águilas y llevados al nivel más alto de la nueva Jerusalén. Cuando Dios haya terminado en nosotros Su obra de redención, nosotros podremos entrar sobre nuestros propios pies a través de las puertas de la ciudad.

Dichosos los que lavan sus ropas para tener derecho al árbol de la vida y para poder entrar por las puertas de la ciudad. (Apocalipsis 22:14—NVI)

Cuando Dios estrecha Su brazo para alcanzarnos, Él nos eleva al punto más alto posible que hay en la gloria. Su gracia hace esto. Luego, esa misma gracia Divina comienza la obra de re-crear nuestra personalidad hasta que todo nuestro ser –espíritu, alma y cuerpo– pueda mantener esa posición que le fue dada gratuitamente desde un principio.

No es que debamos ganarnos nuestra posición gratuita en Cristo, sino que debemos ser considerados dignos del Reino, de alcanzar eso para lo que hemos sido alcanzados, de proteger nuestra corona para que no nos sea arrebatada, de mantener lo que nos ha sido dado por el Señor.

Todo esto prueba que el juicio de Dios es justo, y por tanto él los considera dignos de su reino, por el cual están sufriendo. (2 Tesalonicenses 1:5—NVI)

Debemos Pelear para Entrar a Canaán

Bajo el mando de Moisés, Dios liberó a los israelitas de la esclavitud de Egipto. Él los llevó hacia Sí mismo como sobre alas de águila. Israel no tuvo que pelear para escapar de Egipto.

Pero después de que murió Moises y de que la corona de la unción pasara a Josué, Dios dijo que los Israelitas invadirían Canaán sobre sus propios pies.

Tal como le prometí a Moisés, yo les entregaré a ustedes todo lugar que toquen sus pies. (Josué 1:3—NVI)

No tenemos que pelear para salir de Egipto (para salir del mundo, por así decirlo). Pero para entrar a Canaán debemos entablar una guerra. Dios no peleará todas las batallas y nosotros no podemos lograr la victoria por nuestra propia cuenta. Debemos aprender a seguir al Señor y trabajar con Él si queremos lograr las metas que el Señor ha puesto delante de nosotros.

Observa cómo el Apóstol Pablo habló sobre nuestro discipulado como si fuera una carrera o una guerra.

¿No saben que en una carrera todos los corredores compiten, pero sólo uno obtiene el premio? (1 Corintios 9:24—NVI)
Comparte nuestros sufrimientos, como buen soldado de Cristo Jesús. (2 Timoteo 2:3—NVI)

Que seamos perdonados y llevados espiritualmente a la derecha del Padre obviamente es sólo parte del plan completo de redención. La gracia que Dios nos da de llevarnos hacia Sí mismo sólo precede la gracia que debe operar para guiarnos todo el camino desde el mundo hasta la plenitud de nuestra herencia. De otra manera, nuestra herencia permanecería sólo como una visión en la mente de Dios. Las metas reales no se cumplirían.

El individuo que quiera ser un santo victorioso debe aprender a equilibrar el reposar en Dios, por un lado, y el avanzar en el Señor, por el otro lado.

Es “la espada del Señor y de Gedeón”. Dios tiene que hacer Su parte y nosotros tenemos que hacer nuestra parte. Dios no va a redimirnos si no hay un esfuerzo de nuestra parte.

Debemos saber cuando descansar en el Vencedor, en Cristo, y cuando es nuestro turno de vencer por medio del Espíritu del Señor.

Al estudiar la vida del Rey David, la manera en que peleó sus batallas, nos podemos dar cuenta de la manera adecuada de marchar hacia adelante en el plan de redención. David consultó al Señor para cada una de las batallas. No se fió de sus victorias anteriores. Dios guió a David de una manera, y luego de otra, pero siempre hacia la victoria.

Hay un tiempo para permanecer quietos y observar la salvación del Señor. Hay un tiempo para marchar alrededor de los muros. Hay un tiempo para preparar una emboscada. Hay un tiempo para esperar el trompetazo del ejército del Señor.

Las victorias se logran únicamente cuando dos ejércitos están marchando: el ejército de los santos (los jueces del Señor) al lado del ejército de los ángeles dirigido por el Arcángel Miguel.

No debemos apresurarnos a salir porque tenemos “fe”. Más bien debemos buscar al Señor y con cuidado y en oración debemos tomar un paso a la vez. Debemos encomendar todos nuestros caminos al Señor. A veces debemos tomar una decisión y el Señor no nos dice exactamente qué hacer. En ese caso, debemos proceder con mucha cautela, observando cuidadosamente los resultados de nuestras acciones.

En los días en que estamos viviendo no siempre podemos confiar en las profecías o en los mensajes como si fueran del Señor. Debemos escuchar las profecías y los mensajes y luego debemos ponerlos a prueba presentando nuestro cuerpo como sacrificio vivo.

Entre más nos estemos acercando a la venida del Señor, más aumentará el engaño. Las precauciones que se habían tomado en el pasado ya no serán adecuadas. Los poderes del Infierno están saliendo para enfrentar los poderes de Dios y de Su ungido. El santo victorioso es aquel que sigue de cerca al Señor, dedicando toda la energía de su vida para la batalla.

La Iglesia Cristiana ha vagado por el desierto durante dos mil años. Hoy estamos ante el Jordán. Los oficiales le están dando alimento a la gente. Dentro de poco tendremos que cruzar el Jordán, queriendo decir que tendremos que morir a nuestra voluntad y dirección propia. Tendremos que ser circuncisos de corazón, poniendo a un lado la naturaleza pecaminosa con sus deseos y lujurias. La nube y el fuego ya no nos guiarán. El maná ya no será encontrado por la mañana.

Es hora de tomar el Reino de Dios. Dios nos dará por herencia la tierra que pisen nuestros pies –siempre y cuando vayamos a donde Él nos guíe por medio de Su Espíritu.

Siete Metas de la Redención

Existen por lo menos siete metas para nuestra redención. Estas metas son nuestra tierra prometida, nuestro Canaán.

Dios nos salva de Egipto como sobre alas de águila. Pero para realmente obtener las metas Divinas debemos seguir al Espíritu Santo en la batalla contra el enemigo que está custodiando nuestra tierra prometida.

Las siete metas son:

  • Ganar a Cristo
  • Reposo en la Voluntad Perfecta de Dios
  • Las Recompensas para el Vencedor
  • Nuestro Cuerpo Físico
  • Las Naciones de los Salvos
  • El Universo Material
  • Nuestro Destino Único

Ganar a Cristo

Es más, todo lo considero pérdida por razón del incomparable valor de conocer a Cristo Jesús, mi Señor. Por él lo he perdido todo, y lo tengo por estiércol, a fin de ganar a Cristo, (Filipenses 3:8—NVI)

Cuando Pablo recibió a Cristo por primera vez sus pecados le fueron perdonados. Recibió vida eterna de resurrección y fue elevado sobre alas de águila a la derecha del Padre.

Pero hacia el final de su ministerio, el ya envejecido apóstol, dijo que estaba esforzándose a fin de ganar a Cristo.

Pablo recibió a Cristo como un regalo departe de Dios. Luego pasó toda su vida cuidando, desarrollando y perfeccionando el regalo Divino.

¿Qué significa “ganar a Cristo”? Por el contexto de la declaración hecha por Pablo el significado es que no debemos tener nada en nuestra vida que no sea Cristo; es vivir en la Vida de resurrección de Cristo; es compartir en los sufrimientos de Cristo; es lograr la resurrección de entre los muertos en el sentido de que todos nuestros pensamientos, todas nuestras palabras y acciones sean de Cristo; es estar completamente preparados para el cambio en el cuerpo cuando el Señor aparezca en el Cielo.

Aunque hayamos creído en Cristo llegamos a tener parte con Él siempre y cuando sigamos morando en Él durante todos nuestros días sobre la tierra.

Más bien, mientras dure ese “hoy”, anímense unos a otros cada día, para que ninguno de ustedes se endurezca por el engaño del pecado. Hemos llegado a tener parte con Cristo, con tal que retengamos firme hasta el fin la confianza que tuvimos al principio. (Hebreos 3:13,14—NVI)

Si nosotros los creyentes seguimos pecando, sin avanzar hacia Cristo, no seremos parte de Cristo a Su venida. Esto está declarado tan claramente que quienes insistan que la redención no depende de nuestro comportamiento, o que una vez que creemos en Jesús ya no podemos ser desheredados por Él, están al borde de pervertir intencionalmente las Escrituras.

Somos parte de Cristo con la condición de que produzcamos el fruto de Su imagen en nuestra personalidad.

Toda rama que en mí no da fruto, la corta; pero toda rama que da fruto la poda para que dé más fruto todavía. (Juan 15:2—NVI)

Nosotros debemos vivir por Jesús así como Él vive por el Padre.

Así como me envió el Padre viviente, y yo vivo por el Padre, también el que come de mí, vivirá por mí. (Juan 6:57—NVI)

El final de nuestra búsqueda es la crucificción de nuestra naturaleza de Adán y la plenitud de Cristo en nuestra personalidad.

He sido crucificado con Cristo, y ya no vivo yo sino que Cristo vive en mí. Lo que ahora vivo en el cuerpo, lo vivo por la fe en el Hijo de Dios, quien me amó y dio su vida por mí. (Gálatas 2:20—NVI)

Cuando el Padre nos da a Jesús, y nosotros vamos hacia Él, el Señor no nos rechaza. Recibimos a Cristo gratuitamente. El resto de nuestra vida debemos dedicarlo a mantener, desarrollar y perfeccionar la formación de Cristo en nosotros y nuestra unión total con Él.

Nosotros debemos volvernos uno con Él así como Él y el Padre son uno. Esto es lo que significa “ganar a Cristo”. Es inacceptable para el Señor no llegar a una unión perfecta con Cristo.

La primera de las siete metas es ganar a Cristo. Recibimos a Cristo como un regalo. Después viajamos por el desierto hasta llegar a nuestra tierra prometida, que es Cristo.

Cristo es el principio, es el viaje y también es la tierra prometida.

Uno podría preguntarse, “¿Cómo es que llegar a ocupar Canaán es un ejemplo de ganar a Cristo si Canaán estuvo ocupada por el enemigo?”

En cuanto nos proponemos ganar a Cristo descubrimos que el enemigo nos está resistiendo ferozmente. El mundo, Satanás, las iglesias carnales, nuestros parientes, la lujuria de nuestra carne, y nuestro egocentrismo y amor propio nunca cesan de empeñarse en evitar que hagamos la transición de vivir por nosotros mismos a vivir por Cristo.

Entre más nos acerquemos a nuestra meta más intenso se volverá el conflicto, más arderán las llamas del juicio Divino, y más sutil se volverán los engaños del enemigo. Satanás comprende que un ser humano que se ha vuelto uno con Cristo es una terrible amenaza a su posición.

Satanás tiene poco temor de todas las iglesias Cristianas y de las actividades que realizan por todo el mundo. Pero una persona que se está llenando de Cristo es un reino en contra del cual Satanás está indefenso.

En los últimos días habrá avivamientos en las iglesias Cristianas. Las empresas Cristianas tales como escuelas, hospitales, estaciones de televisión y radio, y venta de libros y casetes abundarán a un grado que sorprenderá hasta la denominación Cristiana más optimista.

Durante esta gran actividad espiritual Satanás buscará alejar a los creyentes del único aspecto esencial de la redención Divina –la crucificción y resurrección en y con Cristo.

Dios tendrá a un remanente guerrero de santos que conocerá el poder de la resurrección de Cristo pero que, además, habrá compartido en Sus sufrimientos. La gran mayoría de creyentes Cristianos permanecerá como está hoy en día. Seguirá disfrutando de la cultura Cristiana, suponiendo que todos serán llevados al Paraíso en una “arrebato”.

Sólo aquellos que tomen su cruz y sigan a Jesús podrán discernir entre las actividades religiosas y el llamado del Señor Jesús. Dios abrirá sus ojos porque ellos habrán guardado la palabra paciente de Cristo. El resto de los creyentes permanecerá cegado.

Reposo en la voluntad perfecta de Dios

Cuidémonos, por tanto, no sea que, aunque la promesa de entrar a su reposo sigue vigente, alguno de ustedes parezca quedarse atrás. (Hebreos 4:1—NVI)

El Libro de Hebreos es una contínua exhortación de avanzar hacia la perfección, hacia el “reposo” de Dios. El reposo de Dios es el estado en el que hemos dejado de hacer nuestras propias obras y estamos reposando en la obra terminada del Señor.

Porque el que entra en el reposo de Dios descansa también de sus obras, así como Dios descansó de las suyas. (Hebreos 4:10—NVI)

El reposo de Dios tiene que ver con que Dios descansó de Sus obras en el séptimo día, y con Canaán, la herencia, la tierra prometida.

Pues en algún lugar se ha dicho así del séptimo día: “Y en el séptimo día reposó Dios de todas sus obras.” (Hebreos 4:4—NVI)
Si Josué les hubiera dado el reposo, Dios no habría hablado posteriormente de otro día. (Hebreos 4:8—NVI)

Dios terminó todas Sus obras en seis días. La historia del mundo, desde la creación de la luz hasta el establecimiento de la nueva Jerusalén sobre la tierra nueva, se completó en ese momento. Luego Dios reposó.

Nosotros tenemos como meta entrar al reposo de Dios. Los enemigos que buscan evitar que entremos a la plenitud de Cristo son los mismos que se esfuerzan por evitar que hagamos nuestro propio Cielo y nuestra propia tierra, nuestro propio destino.

La condición más gozosa posible para el ser humano es el reposo perfecto en la voluntad de Dios. ¡Qué miserables nos sentimos cuando obligamos a la gente y a las circunstancias para que se acomoden a nuestras lujurias, a nuestras ambiciones o a nuestros temores! Gran parte de nuestro discipulado la pasamos poniendo esos ídolos bajo nuestros pies.

Con frecuencia, las ambiciones, los temores y las lujurias que nos motivan son espíritus. Los espíritus nos usan para ejercitar sus naturalezas pero nosotros sufrimos las consecuencias. Los espíritus impuros, así como nuestro orgullo y nuestra falsedad, nos empujan a dañar a otras personas y a obtener nuestros propios deseos.

La meta del santo verdadero es entrar a la voluntad perfecta de Dios y descansar en ella mientras el fuego de sus propias pasiones se va apagando bajo la supervisión del Espíritu Santo.

El fruto eterno es producido siempre y cuando la Palabra de Dios sea sembrada en un corazón bueno y honesto. Si desde un principio no hay integridad en nuestra naturaleza de Adán entonces no podremos permanecer firmes durante la crucificción de nuestra naturaleza de Adán y la formación de la nueva naturaleza Divina en nuestra personalidad.

Las iglesias Cristianas de nuestro día se caracterizan por su astucia y engaño, por servirse a sí mismas, y por su codicia y envidia. Esta conducta nunca podrá entrar a la ciudad de Dios.

En el momento en que recibimos al Señor Jesús se nos da el reposo de Dios, la tierra prometida. Luego debemos presentar nuestro cuerpo como sacrificio vivo para poder hacer la voluntad del Señor cada día de nuestra vida. Comenzamos en el reposo Divino, pero luego debemos mantener, desarrollar y perfeccionar nuestra posición en la voluntad perfecta de Dios.

Las Recompensas para el Vencedor

Como hemos dicho, comenzamos en el trono de Cristo. Luego avanzamos diariamente, venciendo todo enemigo, todo obstáculo. Debemos vencer a Satanás si queremos obtener las recompensas prometidas al vencedor. La máxima recompensa dada a los conquistadores, que es la primera resurrección de entre los muertos, incluye sentarse con Cristo en el trono más alto del universo por toda la eternidad.

Al que salga vencedor le daré el derecho de sentarse conmigo en mi trono, como también yo vencí y me senté con mi Padre en su trono. (Apocalipsis 3:21—NVI)

En los últimos días se mantendrá firme el remanente de santos que saldrá de las iglesias.

Día de tinieblas y oscuridad, día de nubes y densos nubarrones. Como la aurora que se extiende sobre los montes, así avanza un pueblo fuerte y numeroso, pueblo como nunca lo hubo en la antigüedad ni lo habrá en las generaciones futuras. (Joel 2:2—NVI)

El fruto del remanente santo será fuerte y duradero, mientras que el fruto del resto de los creyentes florecerá y luego morirá como la yerba del campo. Toda carnalidad es como la yerba –aun la carnalidad Cristiana.

El remanente vencerá a Satanás confiando en la sangre del Cordero, aferrándose al testimonio de las Escrituras con respecto a la voluntad y fidelidad de Dios, y sirviendo a Jesús hasta el punto de morir a su propia naturaleza.

La batalla para vencer a Satanás será increíble. Numerosos creyentes serán engañados. Muchos líderes Cristianos caerán. La batalla espiritual empeorará y Satanás utilizará todas sus artimañas para evitar que los santos avancen hasta la victoria total.

El remanente permanecerá guiado por el Espíritu Santo hasta que no haya nada en sus personalidades de lo que Satanás pueda acusarlos ante el Padre. Un ejército de Gedeón aplastará la cabeza de Satanás.

El resto de los Cristianos seguirá en sus actividades religiosas, percatándose de que el mundo se ha vuelto caótico. Mientras tanto, cada elemento de la personalidad y del comportamiento de los guerreros de Dios será purificado por fuego.

El remanente santo y guerrero que el día de hoy Dios está separando podrá vencer a Satanás. Esto es exactamente lo que sucederá. Ahora es el momento. El creyente que guarde para sí cualquier parte de su propia vida nunca conservará su lugar en el ejército del Señor. Los miembros de ese ejército son perfectos en el Señor, habiendo sido perfeccionados por Cristo mismo. Ellos han pagado el precio de negarse a sí mismos, y la victoria les será otorgada.

En cuanto los santos hayan vencido a Satanás, el Arcángel Miguel y los santos ángeles lo echarán de su lugar en los cielos. El pecado se originó en los cielos y luego bajó a la tierra. El pecado debe ser vencido primero en los cielos, y esto será logrado por el “trigo” que abundará en toda la tierra.

Que abunde el trigo en toda la tierra; que ondeen los trigales en la cumbre de los montes. Que el grano de trigo se dé como en el Líbano; que abunden las gavillas como la hierba del campo. (Salmo 72:16—NVI)
Luego oí en el cielo un gran clamor: “Han llegado ya la salvación y el poder y el reino de nuestro Dios; ha llegado ya la autoridad de su Cristo. Porque ha sido expulsado el acusador de nuestros hermanos, el que los acusaba día y noche delante de nuestro Dios. Ellos lo han vencido por medio de la sangre del Cordero y por el mensaje del cual dieron testimonio; no valoraron tanto su vida como para evitar la muerte. (Apocalipsis 12: 10,11—NVI)

El Señor Jesús venció a Satanás, y nosotros entramos a esa victoria cuando recibimos por fe a Jesús.

Jesús nos ayuda a vencer a Satanás.

Al que salga vencedor … como también yo vencí … (Apocalipsis 3:21—NVI)

Las recompensas en Apocalipsis Capítulos Dos y Tres comienzan con tener acceso al árbol de la vida y culminan con una posición en el trono de Dios. Se incluyen una corona de vida, ser alimentado por el maná escondido y ejercer poder sobre las naciones de la tierra.

Estas recompensas, algunas de las cuales hasta cierto grado tenemos desde ahora, forman parte de la primera resurrección de los muertos.

Las recompensas de vida, autoridad, oportunidad de servicio y cercanía a Dios que tradicionalmente han estado asociadas con creer en Jesús son prometidas sólo a los vencedores. Ser miembro del real sacerdocio, miembro del Cuerpo de Cristo y parte de la Esposa del Cordero debe ser alcanzado.

Debido a que todas las recompensas son nuestras en el momento en que recibimos al Señor, se ha llegado a la conclusión de que son nuestras para siempre gracias a la “fe” y sin ningún esfuerzo de nuestra parte.

Los escritos del Nuevo Testamento no apoyan la postura de que somos partícipes con Cristo por medio de la gracia y la fe sin ningún esfuerzo de nuestra parte. Sin embargo, este es el entendimiento que prevalece entre muchos Cristianos.

Podemos encontrar Escrituras que parecen apoyar el punto de vista que tenemos todo por fe en el momento en que recibimos a Jesús. También podemos encontrar Escrituras que apoyan el punto de vista que debemos esforzarnos para asegurar nuestra elección y que debemos llevar a cabo nuestra salvación con temor y temblor. Debemos mantenernos firmes hasta el final si queremos poseer nuestra alma, si queremos ser salvos.

La resolución de los dos puntos de vista es la siguiente: todo nos es dado en un principio. Después, debemos cooperar con el Espíritu Santo para que con Su ayuda podamos mantener, desarrollar y perfeccionar lo que nos fue dado gratuitamente. Si no seguimos al Espíritu Santo nos dirigiremos a la destrucción y perderemos nuestro regalo.

Pero nosotros no somos de los que se vuelven atrás y acaban por perderse, sino de los que tienen fe y preservan su vida. (Hebreos 10:39—NVI)

Con la guía de Dios, Rebeca fue seleccionada por Eliezer para ser la esposa de Isaac. Pero si ella no hubiera dejado su hogar para seguir al siervo de Abraham en un viaje largo y por lugares desconocidos hacia la carpa de Isaac, ella nunca hubiera sido la esposa de Isaac.

Muchos son los llamados pero pocos los escogidos. No son todos los que comienzan sino los que terminan los que logran obtener la corona.

Nuestro Cuerpo Físico

Una de las metas principales de la redención es la inmortalización del cuerpo físico. La vida eterna en el cuerpo se perdió en el jardín del Edén. La salvación puede ser considerada como un viaje de regreso al Edén, de regreso al árbol de la vida.

Porque de tal manera amó Dios al mundo que dio a Su Hijo único para que quien elija creer en Él pueda recibir nuevamente su cuerpo en estado inmortal.

Aunque las energías eternas de amor, paz, gozo, justicia y fuerza serán dadas a toda nuestra personalidad, el enfoque del Nuevo Testamento está en nuestro cuerpo mortal.

El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el día final. (Juan 6:54)
Pues así como en Adán todos mueren, también en Cristo todos volverán a vivir. (1 Corintios 15:22—NVI)
El último enemigo que será destruído es la muerte, (1 Corintios 15:26—NVI)

El error destructivo sobre el “arrebato” de los creyentes antes de la tribulación ha confundido tanto la doctrina de la resurrección de los muertos que el importantísimo concepto de lograr la inmortalidad en el cuerpo casi ha desaparecido de la enseñanza Cristiana. El énfasis actual se ha puesto en la ascención, que realmente no tiene énfasis bíblico. El énfasis de las Escrituras está en la resurrección –en restaurarle a los santos la vida corporal para que puedan gobernar con el Señor sobre la tierra.

La primera resurrección, la resurrección que ocurrirá cuando el Señor regrese, no le sucederá a los creyentes así nada más. ¡De ninguna manera! La primera resurrección debe ser alcanzada. Es una meta –quizá la meta principal– de la redención.

¡Soy un pobre miserable! ¿Quién me librará de este cuerpo mortal? (Romanos 7:24—NVI)
Y no sólo ella
[la creación material], sino también nosotros mismos, que tenemos las primicias del Espíritu, gemimos interiormente, mientras aguardamos nuestra adopción como hijos, es decir, la redención de nuestro cuerpo. (Romanos 8:23—NVI)
Mientras tanto suspiramos, anhelando ser revestidos de nuestra morada celestial, (2 Corintios 5:2—NVI)
Así espero alcanzar la resurrección de entre los muertos. (Filipenses 3:11—NVI)

El último enemigo que será destruído será la muerte física. Todos los demás enemigos en nuestra “tierra”, como la mundanería, las lujurias de nuestra carne, nuestro orgullo, nuestra voluntad propia, nuestros engaños y nuestra naturaleza tortuosa, deben pasar por el Espíritu Santo y ser destruídos. Así es como “alcanzamos” la primera resurrección.

La vida de resurrección nos fue dada cuando recibimos a Cristo. La vida de resurrección, el “aceite” del Espíritu Santo, está en nosotros aun ahora. Pero debemos mantener, desarrollar y perfeccionar esa vida interior de resurrección. De no hacerlo, cuando el Señor regrese, la puerta será cerrada en nuestra nariz.

Ningún individuo será resucitado a la vida eterna por creer en una doctrina. Muchas iglesias creen que creer en Jesús es suficiente para obtener todos los aspectos de la salvación, pero esto no está en las Escrituras.

Debemos alcanzar la primera resurrección –la resurrección a la vida que tendremos en Jesús cuando Él aparezca– viviendo hoy en Su Presencia, dependiendo de Su Vida, Su sabiduría y Su fuerza. A nadie que todavía tenga la naturaleza de Adán y que esté acostumbrado a vivir en la carne le será dado nuevamente un cuerpo glorificado sólo por haber hecho una profesión de fe.

Quienquiera que crea y viva en Jesús jamás morirá. Aunque su cuerpo quizá muera y sea sepultado, éste será levantado a una vida gloriosa en el Día del Señor.

Pero creer y vivir en Jesús no es lo mismo que suscribirse a una declaración doctrinal y ser miembro de una iglesia Cristiana. Significa vivir en y por Jesús así como Él vive en y por el Padre. Esta integración a la Personalidad de Jesús requiere de la crucificción de nuestra naturaleza de Adán. La crucificción es dolorosa y requiere de una vida de negación personal, de paciencia y dominio propio. Los creyentes Cristianos frecuentemente no están dispuestos a someterse a la crucificción de la naturaleza humana que requiere el Espíritu.

Los que son de Cristo Jesús han crucificado la naturaleza pecaminosa, con sus pasiones y deseos. (Gálatas 5:24—NVI)
Con respecto a la vida que antes llevaban, se les enseñó que debían quitarse el ropaje de la vieja naturaleza, la cual está corrompida por los deseos engañosos; (Efesios 4:22—NVI)

Nuestra meta es alcanzar la inmortalidad en el cuerpo. Se nos da la inmortalidad cuando recibimos al Señor pero ésta debe ser afianzada por toda una vida de sembrar al Espíritu de Dios.

El que siembra para agradar a su naturaleza pecaminosa, de esa misma naturaleza cosechará destrucción; el que siembra para agradar al Espíritu, del Espíritu cosechará vida eterna. (Gálatas 6:8—NVI)

Las Naciones de los Salvos

La herencia de mayor valor que cualquiera puede tener es Dios mismo. La segunda herencia de mayor valor es la gente.

El Señor Jesús heredará las naciones de la tierra, y la tierra misma.

Pídeme, y como herencia te entregaré las naciones; ¡tuyos serán los confines de la tierra! (Salmo 2:8—NVI)

Debido a que somos coherederos con el Señor nosotros también heredaremos las naciones –al igual que la tierra.

Alza los ojos, mira a tu alrededor: todos se reúnen y acuden a ti. Tus hijos llegan desde lejos; a tus hijas las traen en brazos. (Isaías 60:4—NVI)

Mientras estamos subiendo las pendientes escarpadas de Sión nuestra meta es entrar a Cristo, entrar al reposo que hay en la voluntad perfecta de Dios.

En algún momento de nuestro desarrollo considerado apropiado por el Padre, el amor de Dios para las naciones nos es impartido de una manera u otra. Desde ese momento en adelante, la búsqueda ordinaria Cristiana de obtener poder espiritual, estatus, una gran iglesia, o cualquier otra cosa que los creyentes puedan querer, se vuelve de poca importancia para nosotros. Comenzamos a darnos cuenta de que el Reino de Dios es el amor de Dios en Cristo en nosotros extendiéndose hacia el mundo.

Después de que avanzamos hasta las aguas para cruzar a nado (Ezequiel, Capítulo 47) regresamos a la orilla del río como árboles de vida. Desde ese momento en adelante vivimos para dar la Vida de Dios a quien Él nos dirija.

Con gozo sacamos agua del pozo de la salvación que se ha formado en nuestra personalidad, agua que debe darse a otras personas. Junto con el Espíritu, nosotros decimos: “¡Ven! El que tenga sed, venga; y el que quiera, tome gratuitamente del agua de la vida.” El Espíritu y la Novia dicen: “¡Ven!”.

No hay gozo que se compare con el gozo de llevar agua a la humanidad muerta. No hay ningún regalo que se compare con el regalo de un ser humano. El que se te dé una persona es mejor a que se te dé todo el Paraíso, y Jesús entiende esto mejor que nadie.

Ni las muchas aguas pueden apagarlo, ni los ríos pueden extinguirlo. Si alguien ofreciera todas sus riquezas a cambio del amor, sólo conseguiría el desprecio. (Cantares 8:7—NVI)

El Señor y Su Novia se deleitan en gobernar y bendecir a las personas de las naciones salvas. Ellas son Su herencia de parte del Padre.

Cuando recibimos a Cristo por primera vez entendemos que el Padre nos ha escogido para ser Sus sacerdotes, dispuestos a ofrecerle sacrificios espirituales.

También ustedes son como piedras vivas, con las cuales se está edificando una casa espiritual. De este modo llegan a ser un sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales que Dios acepta por medio de Jesucristo. (1 Pedro 2:5—NVI)

Si fielmente seguimos morando en Cristo, haciendo de corazón la voluntad del Señor, entonces somos re-creados hasta ser perfectamente aceptables a Dios y ser pan para la gente que el Señor nos dé.

Una vida diaria de crucificción y resurrección es necesaria para poder crear un miembro del real sacerdocio. Lo que tenemos al principio de nuestra salvación es la promesa Divina que hemos sido llamados a ser sacerdotes. Pero la formación verdadera del sacerdocio de Dios en nuestra personalidad es un procedimiento exigente y a veces doloroso que requiere de mucha paciencia.

Mucho quebrantamiento de nuestra parte es necesario antes de que seamos completamente aceptables a Dios y completamente aceptables a las personas. Los sacerdotes de Dios deben poder entrar a la Presencia de Dios y también poder tocar los corazones de las personas.

El sacerdocio nos es dado como un regalo. Luego debemos apropiarnos del regalo, manteniéndolo, desarrollándolo y perfeccionándolo conforme el Espíritu Santo nos dirija y ayude a hacerlo.

El Universo Material

De alguna manera las iglesias Cristianas han sido convencidas de que la meta de la redención es llevarnos al reino espiritual, al reino de los ángeles. Éste ciertamente no es el caso.

Antes de que el cielo y la tierra fueran creados, existía el reino espiritual. Cuando Dios creó el cielo y la tierra, Él creó un reino superior al Paraíso espiritual.

La herencia de Jesús son “los confines de la tierra”. En los últimos días el trono de Dios, la nueva Jerusalén, descenderá del cielo nuevo para reposar para siempre sobre la tierra nueva.

El mundo de las moléculas, de las cosas, es un reino mejor, un reino más deseable que el reino espiritual. El cuerpo físico es un cuerpo mejor que el cuerpo de los ángeles, a pesar de que temporalmente ha sido sujeto a la corrupción.

Los ángeles malvados dejaron el Cielo y vinieron a la tierra porque el medio ambiente físico es un reino mejor.

Los Cristianos parecen tener prisa por dejar la tierra para residir en el reino espiritual. Esto se debe a que nunca han estado allá. La esperanza del Padre, de Jesús y de todo el Cielo es que algún día no muy lejano el Día del Señor estará aquí y todo lo que nos gusta del Cielo descenderá a la tierra.

Satanás desea la tierra porque es una creación maravillosa de Dios. A pesar de que Dios le ha dado a Jesús la tierra y sus habitantes, Jesús tuvo que comprar a los habitantes de la tierra con Su propia sangre.

La tierra es la herencia de los humildes, a quienes Dios ama.

Los malvados nunca heredarán la tierra. La tierra le pertenece a los justos.

En el Día de la Resurrección los Espíritus de Cristo y de Su Cuerpo entrarán al reino material, reemplazando a los señores de la oscuridad. Los tronos que gobiernan la tierra serán entregados a los santos victoriosos. Entonces, la naturaleza volverá a tener la vida que tuvo en el principio.

El Reino de Dios es Dios en Cristo en los santos llenando, gobernando, juzgando y bendiciendo al reino material.

El Reino de Dios consiste en que la oscuridad sea eliminada del reino material y que el reino material sea llenado con el Espíritu de Dios en Cristo.

Por lo tanto, ¡que nadie base su orgullo en el hombre! Al fin y al cabo, todo es de ustedes, ya sea Pablo, o Apolos, o Cefas, o el universo, o la vida, o la muerte, o lo presente o lo por venir; todo es de ustedes, y ustedes son de Cristo, y Cristo es de Dios. (1 Corintios 3:21-23—NVI)

¿Qué le pertenece a los santos? El universo, la vida, la muerte, lo presente y lo por venir.

En Cristo todo nos ha sido dado. Luego debemos seguir al Espíritu Santo hasta que podamos poseer todas las cosas, circunstancias y relaciones sin que éstas se conviertan en dioses para nosotros.

Un hijo de Dios debe recibir mucha capacitación y debe pasar numerosas pruebas antes de recibir su herencia, antes de recibir “todo” lo que le corresponde.

Lo hiciste un poco menor que los ángeles, y lo coronaste de gloria y de honra; ¡todo lo sometiste a su dominio! Si Dios puso bajo él todas las cosas, entonces no hay nada que no le esté sujeto. Ahora bien, es cierto que todavía no vemos que todo lo esté sujeto. (Hebreos 2:7,8—NVI)

Es la voluntad de Dios que Sus hijos hereden todas las cosas.

El que salga vencedor heredará todo esto, y yo seré su Dios y él será mi hijo. (Apocalipsis 21:7—NVI)

Todo lo imaginable ha sido legado a los hijos de Dios. Pero para poder mantener, desarrollar y perfeccionar su herencia, que es todo lo que hay en el mundo, ellos deben vivir una vida victoriosa en Jesús.

Si queremos ser hijos de Dios, si queremos que Dios sea nuestro Padre, si queremos heredar todas las cosas, debemos vencer a Satanás. Nosotros debemos vivir diariamente una vida de victoria en Jesús. Cuando tropecemos debemos confesar nuestros pecados e impiedades a Jesús, debemos recibir Su perdón y purificación y debemos seguir adelante en una comunión restaurada.

Siempre y cuando estemos morando diariamente en Jesús tenemos derecho a heredar la creación de Dios.

El Padre le ha dado todo a Sus hijos. El Señor Jesús es el Primogénito entre muchos hermanos, entre muchos herederos de Dios. El Señor Jesús tuvo que vencer a Satanás para poder recibir Su herencia. Nosotros debemos vencer a Satanás para poder recibir nuestra herencia. Somos sacados de Egipto como sobre alas de águilas, pero entramos a nuestra herencia, a nuestra tierra prometida, sobre nuestros propios pies.

Nuestro Destino Único

Cada uno de los elegidos de Dios, de Sus santos, fue escogido desde la creación del mundo. Cada uno tiene un destino único, un lugar preparado para él o ella.

–Ciertamente beberán de mi copa –les dijo Jesús– pero el sentarse a mi derecha o izquierda no me corresponde concederlo. Eso ya lo ha decidido mi Padre. (Mateo 20:23—NVI)

“Eso ya lo ha decidido mi Padre.”

Desde el principio del universo Dios preparó un lugar, o lugares, a la derecha y a la izquierda de Cristo.

Esta posición extremadamente exaltada es un regalo para los individuos que han sido elegidos.

Pero surge la pregunta: “¿Puede alguien beber de la misma copa que Yo debo beber? ¿Puede alguien ser bautizado con el bautismo con el que Yo debo ser bautizado?”

Y observa,

Porque somos hechura de Dios, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios dispuso de antemano a fin de que las pongamos en práctica. (Efesios 2:10—NVI)

Las buenas obras que los elegidos deben hacer han sido dispuestas para ellos desde la creación del mundo.

Entre más alto sea el llamado en el Reino más rigurosas son las exigencias. Dios es fiel en llevarnos a cada uno de nosotros a nuestro destino predestinado. Pero es requisito morar en el llamado al que hemos sido llamados.

Es falso el concepto que supone que alcanzaremos nuestro destino sin importar nuestra fidelidad. El regalo de la redención, el regalo de nuestro lugar en el Reino de Dios siempre es una oportunidad que podemos aprovechar o descuidar.

Romper un contrato es una seria violación a la ley. Dios nunca romperá un contrato que Él haya hecho. El hombre frecuentemente rompe los contratos que hace con Dios. En cuanto el contrato es roto por cualquiera de las dos partes éste ya no obliga a la otra parte. Los creyentes no pueden desafiar el mensaje de los Apóstoles y luego esperar que Dios honre Su parte del contrato.

En el siguiente versículo observa que Dios le ha asignado una herencia única al Apóstol Pablo, y que Pablo tuvo que responder diligentemente para aferrarse al regalo de Dios.

No es que ya lo haya conseguido todo, o que ya sea perfecto. Sin embargo, sigo adelante esperando alcanzar aquello para lo cual Cristo Jesús me alcanzó a mí. (Filipenses 3:12—NVI)

“Aquello para lo cual Cristo Jesús me alcanzó a mí.”

Pablo tuvo un llamado especial pero tuvo que seguir al Señor esperando alcanzar aquello para lo cual había sido alcanzado.

Dios nos ha dado todo en Cristo. Todo lo que la gente pueda desear, y la eternidad en la que puede ser desfrutada, es nuestro en el instante mismo en que recibimos al Señor Jesús como nuestro Salvador y Señor.

Pero debemos aferrarnos a nuestra herencia para asegurarnos de recibir el beneficio completo.

Si no lo hacemos, si no tenemos cuidado de rellenar continuamente el aceite de la gracia de Dios, la puerta se nos cerrarrá cuando aparezca el Señor. Las Escrituras son muy claras cuando dicen que descuidar nuestra salvación es exponernos a un desastre.

Los maestros Cristianos de hoy en día, quizá influenciados por el espíritu del humanismo actual, se la pasan prometiendo a los creyentes que sin importar cómo se comporten no hay posibilidad de perder su herencia como hijos de Dios.

Esto no es cierto. El Señor Jesús dividirá la herencia con los fuertes (Isaías 53:12). Los creyentes tibios serán vomitados de la boca del Señor.

Hemos sido llevados hasta el trono sobre alas de águilas. Ahora debemos aferrarnos a la gracia de Dios hasta que nuestro espíritu, nuestra alma y nuestro cuerpo sean llenados con la Presencia de Cristo. Cualquier aspecto de nuestra personalidad que no sea de Cristo puede ocasionarnos una pérdida inimaginable si no se pone sobre la cruz para que sea resucitada nuevamente en el Señor.

Los Judíos tenían una meta claramente definida.

Su territorio se extenderá desde el desierto hasta el Líbano, y desde el gran río Éufrates, territorio de los hititas, hasta el mar Mediterráneo, que se encuentra al oeste. (Josué 1:4—NVI)

Nosotros también. Nuestras metas claramente definidas son:

Ganar a Cristo.

Reposar en la voluntad perfecta de Dios.

Recibir las recompensas prometidas al vencedor.

Volver a obtener nuestro cuerpo en forma inmortal y glorificada.

Poseer a las personas de las naciones salvas.

Heredar el universo material.

Llegar al destino planeado para nosotros desde el principio.

Estas metas son nuestras en Cristo. Ahora debemos tomar posesión de ellas.

(“Sobre Alas de Águila”, 4326-1)

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